El pifie, Ramón Lanzieri
Pisé el escalón y tomé el pestillo con movimientos decididos que, sin embargo, se mostraron falsos en el instante siguiente. No iba desde que el Tata se murió. No me había animado. No es que yo frecuentara el Resistencia con la asiduidad de un parroquiano. Pero siendo yerno del Tata, tenía pase libre vitalicio. Y entrar al Resistencia no era una acción, era un acto. El asunto es que el pestillo se me pegó en la mano y quedé como en cámara lenta, asordinado, como en esos sueños en que huyendo del monstruo los pies se aploman y la interminable agonía se hace densa y cada paso es la mitad del anterior y cada resuello es más corto que el previo.
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