Era el tiempo de las golondrinas, de las migraciones. Descorché una pena que hizo una barullo bárbaro y se derramó morada en el vaso. Pegué el saltó y me puse enfrente, la quise devorar de un solo trago y no me dio el aire, me hizo lagrimear junto al mostrador. Para colmo el cantor con un dejo de nostalgia iba y venía por las cuerdas de su guitarra. De pronto se detuvo, y como si alguien hubiera dado la señal de largada la voces se lanzaron en tropel, subiendo cada vez más de tono, hasta poblar el local.
Sentí una mano sobre mi hombro y otra mano que dejaba un vaso de vino sobre el mostrador, giré la cabeza y me encontré con la cara de mi compadre que tenía como pintada una mueca que pretendía hacer pasar por una sonrisa.
Él sabía la historia de aquel 23 de marzo, pero, habían pasado 20 años ya. Me volvió apretar el hombro con su mano, y supe que iba a sacar el tema en cualquier momento. Esa noche teníamos dos tablados con Errante y Bohemia, y él al no verme en el primer escenario se vino directo a la sede de Defensor.
Él también andaba con problemas de pareja, eran tiempos en que vivía más en la casa de sus padres que en su propio hogar. En realidad iba a visitar a sus hijos, a leer algunos de sus libros y escribir algo para el diario.
- Sácatela de la cabeza, compadre.
- No está en mi cabeza, Ramón, pero, es algo increíble..., todos los 23 de marzo me visita, con una particularidad, no viene a quedarse, viene a despedirse.
- Pero el que se despidió en 1974 fuiste vos.
- Lo sé. Todo fue, hasta perfecto, te diría, porque le dije que al otro día me iba a Buenos Aires a trabajar, y ella lo aceptó. Estuvo más cariñosa que nunca, me dijo que me comprendía, que estaba todo bien, que viviera mi vida, que si alguna vez volvía, ella me iba a esperar.
- Palabras adolescentes.
- Y yo volví, pero ella ya no estaba.
- ¿Se enamoró de otro?
- No sé, tal vez, esta pregunta me la haces todos los años y yo francamente, por más que pienso, no descifro lo que pasó, salvo que sus padres se fueron a trabajar a Montevideo y ella se fue con ellos. Debo creer que sí, que encontró algún amor, tal vez se casó, tal vez tenga hijos, hasta nietos, tantas cosas pueden pasar en 20 años. He ido muchas veces a Montevideo, pero nunca la vi, tampoco intenté buscarla.
- Pensar que yo viví por esos años en Montevideo, y por más grande que sea la ciudad, uno, alguna vez se encuentra con conocidos, pero nunca la pude ver, sino te lo hubiera dicho...
- Son cosas que pasan.
- ¿Por qué te martirizás?.
- No lo hago. No remuevo las cenizas ni quiero encender un viejo fuego, pero hay algo superior a mi, que acude puntual, cada 23 de marzo, el día de nuestro adiós.
- No alimente fantasma compadre, para drama esta el mío, ¡ah!, lléname el vaso, que me dejaste a pico seco.
- La charla se cerró aquel 23 marzo de 1994 con lo que le dije..,No es un fantasma, o tal vez sí, espero que alguna mujer algún día cierre esta ventana, este postigo o a lo mejor, esta claraboya, le de luz a mi vida, le pinte colores a mi vida. Él me apretó el hombro, se levantó y hablando fuerte, como era su costumbre, casi en la puerta de la sede, sin importarle la gente que había me soltó una sentenciosa frase... Deje que el 23 de marzo se quede en el tiempo y en la distancia, compadre. Meta cosas en esos quinientos kilómetros que hay hasta Montevideo, meta vivencias, entropille cosas de estos 20 años, para que se diluya ese rostro de mujer, esa escena...
Han pasado cuatro años de aquel 23 de marzo en que mi compadre y yo conversamos en la sede de Defensor. Ahora tengo otra cosa que me lastima, y seguramente me acompañará hasta el último día de mi vida desde este 1998. No escuché los tiros, no viví los últimos minutos de su drama, no estuve allí para detener su mano, su mente, esas balas que terminaron con dos vidas.
Ahora sé, estoy convencido, que los 23 de marzo se me va aparecer el rostro de mi compadre y su dramático final. El 23 de marzo, mientras yo viva está condenado a ser un día para decir adiós.
- Arón Viera -
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