La vida de un genio
Anatoli Koroliov (RIA NOVOSTI)
La UNESCO declaró 2009 Año de Nikolai Gógol. El 1 de abril se cumple el 200 aniversario del natalicio de este clásico de la literatura mundial. La efemérides se celebrará (se celebra ya) por toda la comunidad culta de Europa, las Américas y Rusia.
Nikolai Gógol vivió una vida muy corta para un noble ruso acomodado: murió a los 43 años. El fallecimiento a esa edad de un hombre que no hizo de hecho ningún servicio público, viajó mucho, vivió en Italia una buena parte de su vida, aprovechando los ingresos que le aportaba su hacienda (de 400 siervos y más de mil hectáreas) es un enigma.
Nikolai era un típico niño mimado, el único a quien la madre amaba de verdad entre sus tres hermanas. María Ivánovna estaba fascinada tanto con los talentos de su hijo que hasta afirmaba que fue él quien había inventado el ferrocarril. El padre de Nikolai murió a una edad temprana. El muchacho crecía rodeado de la jugosidad de la vida ucraniana, con sus placeres sencillos y amenos paisajes. Nada predecía que él sería autor de "El Capote" o "Almas Muertas". Pero en ese entorno provincial había una ventana abierta al mundo de alto espíritu. La madre de Gógol era pariente lejana de Dmitri Troschinski, influyente cortesano de las épocas de Catalina la Grande, Pablo I y Alejandro I. El ex senador Troschinski decidió pasar el ocaso de su vida en Ucrania, cerca de Mírgorod, en su hacienda lujosa, a estilo de palacio reales franceses. El padre de Gógol sirvió de intendente durante un tiempo en esa hacienda. Precisamente allí Nikolai vio por primera vez escenario teatral, lienzos, estatuas de mármol, una rica biblioteca, unos siervos en pelucas y trajes guarnecidos con galones, así como otros atributos de la riqueza y la autoridad. Todo ello lo impresionó mucho.
La primera vocación que sintió Nikolai fue la de actor, pero no de escritor. Al llegar a San Petersburgo a los 20 años de edad, en 1829, Gógol intentó ingresar en la compañía del Teatro Imperial, donde presentó varias escenas ante el inspector Jrapovitski, que lo examinó. En aquel entonces estaba de moda un estilo teatral ampuloso, de declamación enfática y ademanes expresivos. Gógol no hizo nada de eso, jugó papeles con un realismo escueto, sin levantar mucho la voz.
"Sometido a prueba, Gógol resultó absolutamente inepto para ser actor, su figura parece absurda en el escenario", reportó el inspector al conde Gagarin, director del Teatro Imperial. Fue la primera guantada que le dio el destino.
La segunda se la pegará él mismo. A pesar de intuir que el quid del teatro está en el realismo, pero no en el énfasis, Gógol escribe su primer poema "Hanz Kuchelgarten. Estampas idílicas", con personajes que se desgañitan y gesticulan muchísimo. Lo edita por cuenta propia, sin indicar su nombre verdadero, bajo el seudónimo de Álov (en alusión al albor, o nacimiento de un genio). La obra no queda desapercibida, suscita muchas críticas. Gógol, atormentado con las burlas que llueven sobre él, recorre las librerías adquiriendo toda la tirada con la ayuda de su fiel siervo Yakim y la quema en el horno del apartamento que alquila.
Fue entonces cuando sintió Gógol la atración hacia el fuego y la inclinación a la autoquema.
Pero la siguiente jugada que él hizo fue de un gran maestro. Al visitar tiendas y ojear revistas, él notó que a los habitantes de San Petersburgo los atraían los exotismos ucranianos, especialmente las diabluras cómicas. Como un buen profesional, él dejó aparte sus preferencias literarias y escribió sus brillantes "Veladas de Dikanka", llenas de diabluras. El libro resultó ser una auténtica sensación. Lo valoraron altamente los eximios poetas Alejandro Pushkin y Vasili Zhukovski.
Pushkín desempeñaría en la vida de Gógol un papel casi paterno. Zhukovski, quien servía de preceptor del heredero de la corona, jugaría el de mediador entre Gógol y el emperador. Sin Zhukovski en el escenario ruso nunca se habría puesto "El Inspector", porque sólo Nivolás I podía autorizarlo, y lo hizo. Durante el estreno, que se ofreció el 19 de abril de 1836, el emperador se moría de risa, pero luego resumió: "Todo el mundo recibió lo merecido, ¡y yo más que otros!"
Gógol había llegado a San Petersburgo como un típico joven provincial, vestido según la moda de Poltava (ciudad ucraniana), con copete engominado en la cabeza y un andar parecido al de un ave. Pero actuó como una máquina que no repara en nada, al avanzar hacia la meta marcada. Pushkin hasta exclamó en una ocasión que se debía tener cuidado con ese "ágil ucraniano", quien logró recibir de él varias tramas para sus futuras obras, acomodó a todas sus hermanas solteras en San Petersburgo; en años contados - en siete solamente - se granjeó mucha fama y a la edad de 27 años fue a vivir al extranjero.
Ese ascenso vertiginoso de Gógol sigue sirviendo de dechado para los provinciales que se dirigen a conquistar capitales.
Los años de madurez del escritor fueron ensombrecidos por problemas del espíritu. El primero fue el de la mujer. Gógol la puso tan en alto, que todos los intentos de hacerla bajar del pedestal redundaban en dramas. El escritor nunca se casó, y hasta se cree que tampoco perdió la virginidad. Al poseer una sensitividad y una corporalidad cósmicas, aguantó los tormentos de idealista durante toda su vida. El psicoanalista Freud probablemente descubriría en ello rastros de una visita fallida a un prostíbulo. Hasta la madre de Gógol, al recibir un día su mensaje en que él la informaba de forma confusa que se había enamorado de una diosa y ahora se dirigía a Lübeck, llegó a la conclusión de que su hijo se había contagiado de una mala enfermedad y ahora salía volando para recibir tratamiento en tierra alemana.
Tras abandonar triunfante Rusia y recorrer toda Europa. Gógol se instala en Roma, en una casa de Vía Sistina. El autor de estas líneas pudo visitarla en una ocasión: es el lugar óptimo para la estancia de un viajero. A cinco minutos de ir a pie se ubica una de las siete colinas de Roma, de donde se abre una impresionante vista panorámica de la ciudad, con la silueta de la catedral de San Pedro en el horizonte. Desde un mirador que hay por allí, por la famosa Escalinata Española se baja hacia la Plaza de España. A la derecha se extiende un espacioso parque de la Villa Borghese, donde todo ansioso encontrará la calma y el frescor entre estatuas, alamedas y surtidores. Gógol se instaló en el mejor distrito de Roma. En la casa donde él vivió figura una placa de mármol que dice: "Gógol escribió aquí Almas Muertas". Precisamente la distancia que lo separó de Rusia le permitió dirigirle la mirada de un extranjero maravillado, lo que impregnó de una divina picardía su narrativa.
El segundo problema del genio fue su relación con Dios. Las dimensiones de este artículo no permiten tratar en detalle este tema. Pero puedo decir resumiendo que en su camino hacia Dios y la fe le sirvió de lazarillo el diablo... No un Mesfistófeles ni Satanás, sino todo el conjunto de los demonios que se arremolinaban sobre las heridas de San Salvador. Al describir esas jetas de cerdo, la funesta belleza de unas doncellas, a las brujas volando y todo ese desfile de las almas vendidas al diablo, Gógol esbozó contornos de un grandioso infierno, cuyas bóvedas difícilmente puede iluminar la luz de una vela pequeña que sujeta el Martirizado. Es un mundo en que la Luz y las Tinieblas gobiernan de igual a igual, en que entre Dios y el diablo por poco existe un anecdótico pacto (complot) apuntado contra los seres humanos.
La trágica muerte del preceptor Pushkin en cierto sentido entreabrió puertas hacia ese infierno. Al haber recibido de las manos del poeta la trama de "Almas Muertas", Gógol no resistió a la tentación de pintar bajo la máscara del avaro Pliushkin al padre de Pushkin, famoso por su patalógica cicatería. ¡El don recibido del hijo sirvió paradójicamente de pretexto para describir la avaricia del padre! ¡De estar Pushkin entre los vivos, podría lanzarle un desafío!
De la tormenta del alma surgió el final carbonizado de la vida.
Buscando un sosiego para el espíritu, Gógol se dirige en 1848 a Tierra Santa, a Palestina. Pero acostumbrado al confort, sólo siente las incomodidades del viaje. La visita al famoso monasterio ruso de Óptina Pustin tampoco le ayuda a vencer la angustia. Le invade el sentimiento de la culpa, de haber vivido una vida indigna. Pues en sus sueños exaltados él quisiera ser un Jesucristo para sus compatriotas. Ello provoca una psicosis. Gógol decide renunciar a la comida, para pagar de ese modo los excesos gastronómicos de antaño. Además, quema el segundo tomo de "Almas Muertas", por no haber creado una obra maestra de alturas inalcanzables. La enfermedad se agrava de modo fatal porque el doctor Over lo trata con unos métodos "espartanos": vierte agua helada sobre su cuerpo, aplica sanguijuelas a su nariz, mientras que Gógol implora: "Déjenme en paz"...
Nikolai Gógol murió el 21 de febrero de 1852, de hecho a causa de un ayuno voluntario. El genio de Gógol imprimió un brillo deslumbrador a la literatura rusa, pero el papel que él desempeñó en la Historia del país es algo sombrío. El filósofo ruso Vasili Rózanov, al valorar la influencia ejercida por Gógol, escribió con acierto: "Gógol destornilló algo en el navío ruso, tras lo cual empezó un lento, pero incontenible hundimiento de Rusia... Después de Gógol, Rusia ya no podía ganar la guerra de Crimea (1853-1856)".
La UNESCO declaró 2009 Año de Nikolai Gógol. El 1 de abril se cumple el 200 aniversario del natalicio de este clásico de la literatura mundial. La efemérides se celebrará (se celebra ya) por toda la comunidad culta de Europa, las Américas y Rusia.
Nikolai Gógol vivió una vida muy corta para un noble ruso acomodado: murió a los 43 años. El fallecimiento a esa edad de un hombre que no hizo de hecho ningún servicio público, viajó mucho, vivió en Italia una buena parte de su vida, aprovechando los ingresos que le aportaba su hacienda (de 400 siervos y más de mil hectáreas) es un enigma.
Nikolai era un típico niño mimado, el único a quien la madre amaba de verdad entre sus tres hermanas. María Ivánovna estaba fascinada tanto con los talentos de su hijo que hasta afirmaba que fue él quien había inventado el ferrocarril. El padre de Nikolai murió a una edad temprana. El muchacho crecía rodeado de la jugosidad de la vida ucraniana, con sus placeres sencillos y amenos paisajes. Nada predecía que él sería autor de "El Capote" o "Almas Muertas". Pero en ese entorno provincial había una ventana abierta al mundo de alto espíritu. La madre de Gógol era pariente lejana de Dmitri Troschinski, influyente cortesano de las épocas de Catalina la Grande, Pablo I y Alejandro I. El ex senador Troschinski decidió pasar el ocaso de su vida en Ucrania, cerca de Mírgorod, en su hacienda lujosa, a estilo de palacio reales franceses. El padre de Gógol sirvió de intendente durante un tiempo en esa hacienda. Precisamente allí Nikolai vio por primera vez escenario teatral, lienzos, estatuas de mármol, una rica biblioteca, unos siervos en pelucas y trajes guarnecidos con galones, así como otros atributos de la riqueza y la autoridad. Todo ello lo impresionó mucho.
La primera vocación que sintió Nikolai fue la de actor, pero no de escritor. Al llegar a San Petersburgo a los 20 años de edad, en 1829, Gógol intentó ingresar en la compañía del Teatro Imperial, donde presentó varias escenas ante el inspector Jrapovitski, que lo examinó. En aquel entonces estaba de moda un estilo teatral ampuloso, de declamación enfática y ademanes expresivos. Gógol no hizo nada de eso, jugó papeles con un realismo escueto, sin levantar mucho la voz.
"Sometido a prueba, Gógol resultó absolutamente inepto para ser actor, su figura parece absurda en el escenario", reportó el inspector al conde Gagarin, director del Teatro Imperial. Fue la primera guantada que le dio el destino.
La segunda se la pegará él mismo. A pesar de intuir que el quid del teatro está en el realismo, pero no en el énfasis, Gógol escribe su primer poema "Hanz Kuchelgarten. Estampas idílicas", con personajes que se desgañitan y gesticulan muchísimo. Lo edita por cuenta propia, sin indicar su nombre verdadero, bajo el seudónimo de Álov (en alusión al albor, o nacimiento de un genio). La obra no queda desapercibida, suscita muchas críticas. Gógol, atormentado con las burlas que llueven sobre él, recorre las librerías adquiriendo toda la tirada con la ayuda de su fiel siervo Yakim y la quema en el horno del apartamento que alquila.
Fue entonces cuando sintió Gógol la atración hacia el fuego y la inclinación a la autoquema.
Pero la siguiente jugada que él hizo fue de un gran maestro. Al visitar tiendas y ojear revistas, él notó que a los habitantes de San Petersburgo los atraían los exotismos ucranianos, especialmente las diabluras cómicas. Como un buen profesional, él dejó aparte sus preferencias literarias y escribió sus brillantes "Veladas de Dikanka", llenas de diabluras. El libro resultó ser una auténtica sensación. Lo valoraron altamente los eximios poetas Alejandro Pushkin y Vasili Zhukovski.
Pushkín desempeñaría en la vida de Gógol un papel casi paterno. Zhukovski, quien servía de preceptor del heredero de la corona, jugaría el de mediador entre Gógol y el emperador. Sin Zhukovski en el escenario ruso nunca se habría puesto "El Inspector", porque sólo Nivolás I podía autorizarlo, y lo hizo. Durante el estreno, que se ofreció el 19 de abril de 1836, el emperador se moría de risa, pero luego resumió: "Todo el mundo recibió lo merecido, ¡y yo más que otros!"
Gógol había llegado a San Petersburgo como un típico joven provincial, vestido según la moda de Poltava (ciudad ucraniana), con copete engominado en la cabeza y un andar parecido al de un ave. Pero actuó como una máquina que no repara en nada, al avanzar hacia la meta marcada. Pushkin hasta exclamó en una ocasión que se debía tener cuidado con ese "ágil ucraniano", quien logró recibir de él varias tramas para sus futuras obras, acomodó a todas sus hermanas solteras en San Petersburgo; en años contados - en siete solamente - se granjeó mucha fama y a la edad de 27 años fue a vivir al extranjero.
Ese ascenso vertiginoso de Gógol sigue sirviendo de dechado para los provinciales que se dirigen a conquistar capitales.
Los años de madurez del escritor fueron ensombrecidos por problemas del espíritu. El primero fue el de la mujer. Gógol la puso tan en alto, que todos los intentos de hacerla bajar del pedestal redundaban en dramas. El escritor nunca se casó, y hasta se cree que tampoco perdió la virginidad. Al poseer una sensitividad y una corporalidad cósmicas, aguantó los tormentos de idealista durante toda su vida. El psicoanalista Freud probablemente descubriría en ello rastros de una visita fallida a un prostíbulo. Hasta la madre de Gógol, al recibir un día su mensaje en que él la informaba de forma confusa que se había enamorado de una diosa y ahora se dirigía a Lübeck, llegó a la conclusión de que su hijo se había contagiado de una mala enfermedad y ahora salía volando para recibir tratamiento en tierra alemana.
Tras abandonar triunfante Rusia y recorrer toda Europa. Gógol se instala en Roma, en una casa de Vía Sistina. El autor de estas líneas pudo visitarla en una ocasión: es el lugar óptimo para la estancia de un viajero. A cinco minutos de ir a pie se ubica una de las siete colinas de Roma, de donde se abre una impresionante vista panorámica de la ciudad, con la silueta de la catedral de San Pedro en el horizonte. Desde un mirador que hay por allí, por la famosa Escalinata Española se baja hacia la Plaza de España. A la derecha se extiende un espacioso parque de la Villa Borghese, donde todo ansioso encontrará la calma y el frescor entre estatuas, alamedas y surtidores. Gógol se instaló en el mejor distrito de Roma. En la casa donde él vivió figura una placa de mármol que dice: "Gógol escribió aquí Almas Muertas". Precisamente la distancia que lo separó de Rusia le permitió dirigirle la mirada de un extranjero maravillado, lo que impregnó de una divina picardía su narrativa.
El segundo problema del genio fue su relación con Dios. Las dimensiones de este artículo no permiten tratar en detalle este tema. Pero puedo decir resumiendo que en su camino hacia Dios y la fe le sirvió de lazarillo el diablo... No un Mesfistófeles ni Satanás, sino todo el conjunto de los demonios que se arremolinaban sobre las heridas de San Salvador. Al describir esas jetas de cerdo, la funesta belleza de unas doncellas, a las brujas volando y todo ese desfile de las almas vendidas al diablo, Gógol esbozó contornos de un grandioso infierno, cuyas bóvedas difícilmente puede iluminar la luz de una vela pequeña que sujeta el Martirizado. Es un mundo en que la Luz y las Tinieblas gobiernan de igual a igual, en que entre Dios y el diablo por poco existe un anecdótico pacto (complot) apuntado contra los seres humanos.
La trágica muerte del preceptor Pushkin en cierto sentido entreabrió puertas hacia ese infierno. Al haber recibido de las manos del poeta la trama de "Almas Muertas", Gógol no resistió a la tentación de pintar bajo la máscara del avaro Pliushkin al padre de Pushkin, famoso por su patalógica cicatería. ¡El don recibido del hijo sirvió paradójicamente de pretexto para describir la avaricia del padre! ¡De estar Pushkin entre los vivos, podría lanzarle un desafío!
De la tormenta del alma surgió el final carbonizado de la vida.
Buscando un sosiego para el espíritu, Gógol se dirige en 1848 a Tierra Santa, a Palestina. Pero acostumbrado al confort, sólo siente las incomodidades del viaje. La visita al famoso monasterio ruso de Óptina Pustin tampoco le ayuda a vencer la angustia. Le invade el sentimiento de la culpa, de haber vivido una vida indigna. Pues en sus sueños exaltados él quisiera ser un Jesucristo para sus compatriotas. Ello provoca una psicosis. Gógol decide renunciar a la comida, para pagar de ese modo los excesos gastronómicos de antaño. Además, quema el segundo tomo de "Almas Muertas", por no haber creado una obra maestra de alturas inalcanzables. La enfermedad se agrava de modo fatal porque el doctor Over lo trata con unos métodos "espartanos": vierte agua helada sobre su cuerpo, aplica sanguijuelas a su nariz, mientras que Gógol implora: "Déjenme en paz"...
Nikolai Gógol murió el 21 de febrero de 1852, de hecho a causa de un ayuno voluntario. El genio de Gógol imprimió un brillo deslumbrador a la literatura rusa, pero el papel que él desempeñó en la Historia del país es algo sombrío. El filósofo ruso Vasili Rózanov, al valorar la influencia ejercida por Gógol, escribió con acierto: "Gógol destornilló algo en el navío ruso, tras lo cual empezó un lento, pero incontenible hundimiento de Rusia... Después de Gógol, Rusia ya no podía ganar la guerra de Crimea (1853-1856)".
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