La novela como espacio creativo de resistencia
Edgar Borges (Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
El entretenimiento (entre ruido y luces de neón) ha inundado todos los espacios humanos. Y la literatura no ha escapado de esta epidemia de simplismo. No se trata de que entretener sea algo negativo, ni de que para hacer buena literatura haya que diseñar moralejas o panfletos. Pensar que sólo existe uno u otro camino sería caer en el chantaje del sistema de consumo. Cualquier limitación sólo estaría negando las múltiples posibilidades que ofrece la literatura.
En este tiempo, cuando de forma sistemática y grosera se pretende banalizar la vida (y la sensibilidad), se hace necesario (y contundente) reivindicar la dimensión transformadora de la novela. Y revisar (escritores y lectores) aquella frase de Stendhal: “La política en una obra literaria es un pistoletazo en medio de un concierto, una cosa grosera y a la que, sin embargo, no se puede negar cierta atención. Vamos a hablar de cosas fuertes y vulgares que, por más de una razón, quisiéramos callar; pero nos vemos obligados a abordar acontecimientos que entran en nuestro terreno, puesto que tienen por teatro el corazón de los personajes.”
¿Por qué entonces debemos aceptar la descalificación de la novela potente y transformadora? ¿Acaso en el mundo no se han multiplicado las cosas fuertes y vulgares? ¿Por qué debemos pacificar el espíritu rebelde del arte? ¿Quién dijo que la novela combativa está divorciada de la estética y de la inventiva? La ficción no es lo contrario de la realidad porque simplemente la realidad es una ficción legalmente constituida. No obstante, la ficción (no establecida) siempre es un espacio sublime que se le abre a la comprensión humana. Y, cada vez que se crea una historia (de características poderosas), se está construyendo una nueva perspectiva de la realidad.
Los mundos de la novela no pueden domesticarse; la ficción es la piedra que rompe los dogmas. Y nos muestra lo imperceptible. La literatura no tiene por qué copiar la realidad (establecida), pero sí debe enfrentar la realidad (absolutista) al abismo de la ficción y zambullirla, como si se tratara de un espejismo (de sombras y luces) que desde el fondo convoca al enfrentamiento de la existencia. El uno frente al uno para descubrir al otro.
La novela es un espejo ubicado frente a un camino de espejos. La novela entrega más preguntas que respuestas. La ficción es un espacio creativo de resistencia que una y otra vez (en la historia) descose la frágil realidad del poder.
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