Confesión de escarabajo
Edgar Borges (Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
Hace tiempo, Franz Kafka escribió que “una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto.” Hoy, desde las catacumbas de la sociedad virtual, confieso públicamente que yo también soy un escarabajo. Mi problema (creo), como lo fue el de Kafka, no es por el padre; mi situación, como en la novela El proceso, es que no conozco el rostro del juez que me ha sentenciado a vagar por los subterráneos del planeta. Y de calle en calle voy escuchando que unos señores de traje elegante (¿serán políticos?, ¿serán banqueros?) hablan de crisis (imagino que cada uno ve al otro de reojo mientras aprieta duro las manos en los bolsillos). Y mucha gente pasa corriendo a paso disperso y angustiado. Quizá mañana alguno lleve en la suela del zapato los restos de un escarabajo.
Debo admitirlo, en este mundo de murallas invisibles, cada vez más, me siento un escarabajo. Un día decidí no jugar más a la ruleta rusa que el sistema denomina sociedad (hace tiempo dejaron de llamarla humanidad). Le dije adiós a la familia que no era familia y a los vecinos que no eran vecinos y me eché a rodar a paso de bicho.
A veces, en el hospital o en el bus, me daba vergüenza que me llamaran cliente. Al comienzo me juzgaba por darle la espalda a mi especie. Después, tras una intensa confrontación existencial (a cuarto cerrado y a doble llave), comprendí que no formaba parte de la sociedad de clientes. Y asumí que muy poco a poco (y en silencio) lo humano fue expulsado de la superficie. Había llegado la hora de que cada quien definiera su espacio y posición en la batalla. ¿Tendría sentido seguir llamando humano al vecino que el otro día quiso aplastarme en el ascensor del edificio que supuestamente ambos compartimos? ¿En qué se diferencia este individuo de los sujetos de traje elegante que hablan de crisis? ¿Qué atrocidades más graves haría el primero si tuviera el poder de los segundos? ¿Y quién es menos humano entre el periodista que trabaja diciendo mentiras y la institución (que como la ONU) se convierte en la servilleta de los poderosos? ¿Y quién tiene menos nobleza entre Silvio Berlusconi (que con sonrisa de galán de película mediocre impulsa políticas anti extranjeros) y la señora del pueblo que pide a gritos la cabeza de los gitanos? ¿Qué ambición pesa más entre la de un Bush y la de un compañero de cuadra que chupa sangre a la gente del barrio?
Mientras, yo sigo mi rumbo callejero. De basurero en alcantarilla; de chabola en favela y de burdel al solar más cercano. Y desde ahí intento ver la Madre Tierra. Tranquila vieja, soy escarabajo pero tú sigues siendo mi Pacha Mama. Y allá, muy abajo, por los caminos más discretos, avanzan todos los otros escarabajos. Ellos, al igual que yo, han sido arrojados de la vida que no era vida. Desde entonces formamos parte de una inmensa legión de escarabajos. Y sobrevivimos (a paso firme) dando vueltas (una y otra vez) a la mentira. Y siempre, de día y de noche, a turno completo, piedra contra piedra, unos y otros, trabajamos para abrirle agujeros al engaño. No somos personajes de Kafka. Lo digo en serio: los miserables de antes, hoy hemos vuelto (quitando el polvo del camino) convertidos en escarabajos.
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