Cabrera, Rubén Faustino
Sutileza
Subí al tren en Retiro y me acomodé en un asiento de un vagón solitario dispuesto a dormir un rato. Por poco tiempo. A los dos minutos un tipo se sentó a mi lado. “Mientras no me dé charla”, pensé. Pero me dio charla.
- ¿Este tren va para Boulogne? -preguntó, sin preocuparse mucho por mi sueño.
- Ajá -fue mi amigable respuesta.
- Debo ir urgente a Boulogne. Tengo un trabajo ahí que me va a dejar una buena platita. Pero me voy colado porque no tengo para el pasaje. ¿No sabe si el guarda pasa antes de Boulogne?
- Pasa como tres veces. Y en Boulogne están controlando pasajes en todas las salidas, hasta policías hay -exageré.
- Entonces me bajo. Tendré que perder ese trabajo -dijo y se levantó.
- Venga. No pierda ese trabajo. Cómprese el boleto -le dije mientras le tendía un billete.
- ¡Gracias, señor! ¡Dios lo bendiga!
Salió corriendo. Miré para ver si alcanzaba a comprar el pasaje y volver al tren. Pero, en vez de dirigirse a las ventanillas, fue a uno de los bares, sacó el dinero, le dieron un vaso de vino tinto y se acodó en el mostrador mientras el tren arrancaba.
No pude reprimir una puteada.
Después, pensándolo bien, sonreí. El pobre hombre también tenía derecho a tomarse un buen vaso de vino.
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