ortázar y el cuerpo del cronopio
Pedro Antonio Curto
Julio Cortázar creó un universo propio con unas puertas abiertas donde uno se introduce a unos laberintos y camina en una realidad diferente, que aunque sea la nuestra diaria, se encuentra a unos centímetros del suelo, envuelto en una serie de abstracciones. En esas están personajes como los cronopios, las famas y las esperanzas, que tienen tanto algo de fantasía, como de nosotros mismos.
Cortázar estaba más cerca de los cronopios, esos seres verdes y húmedos, unas criaturas ingenuas, idealistas, desordenadas, sensibles y poco convencionales. Sabemos que son algo bohemios, que tienen poca apetencia por la disciplina del trabajo que rige nuestra vida como definió Marcuse, pues su percepción les señala que la felicidad se encuentra al otro lado. Una felicidad que tiene poco de la de cartón-piedra, de la sonrisa fácil, una felicidad que sabe llorar lo mismo que reír, que gusta de la convulsión lo mismo que relajarse, y tiene miedo de dar cuerda a un reloj, porque puede quedarse atrapado entre sus manecillas dictatoriales.
Pero lo que nunca definió el autor argentino, (al menos específicamente) eran las formas del cuerpo cronopio, como se dibuja el deseo en este ser heterodoxo. Quizás se encuentre en alguna de esas cómodas y cajones, esos rincones ocultos que parecen siempre quedar tras la muerte de un autor y que aún pasando décadas de su ausencia terrenal, siguen expulsando escritos desconocidos, como le pasa a Cortázar veinticinco años después. Pero si sabemos que en sus vueltas por el mundo y los mundos(ochenta en un día)nos fue hablando de lo que podían ser cuerpos cronopio.
A finales de los setenta ve a la actriz Rita Renoir realizar un particular strip tease, y la impresión que le causa le lleva a escribir el texto, “Homenaje a una joven bruja”, en el que nos dice: “Rita Renoir no propone su cuerpo crucificado y empalado como escapismo cultural hacia un edén de buen salvaje o de comunidad escandinava en ruptura con la “ciudad”;(...)si algo de ese hombre viejo ha sido aniquilado, es volver a vestir ese cuerpo que es nuestro cuerpo y todos los cuerpos, y aprender a amarlo de nuevo desde otro inicio, desde otro sistema de la sangre y los valores...”
Volvemos a encontrar esos cuerpos en el texto “Siestas”, del libro “Último round”, cuerpos de ninfulas nabukonianas, donde en un clímax de calor se descubren y se desnudan, viajan en los cambios que se producen en su piel bajo los sones que expulsa un disco de Billie Holliday, situándose entre esas fronteras que son la trasgresión y la represión. Porque Cortázar como aprendió de Bataille, halla el deseo y el placer en ese territorio que se encuentra fuera de los convencionalismos, en la ensoñación, en la necesidad del tabú para cruzar su frontera sin llegar a lo terrible
Julio Cortázar creó un universo propio con unas puertas abiertas donde uno se introduce a unos laberintos y camina en una realidad diferente, que aunque sea la nuestra diaria, se encuentra a unos centímetros del suelo, envuelto en una serie de abstracciones. En esas están personajes como los cronopios, las famas y las esperanzas, que tienen tanto algo de fantasía, como de nosotros mismos.
Cortázar estaba más cerca de los cronopios, esos seres verdes y húmedos, unas criaturas ingenuas, idealistas, desordenadas, sensibles y poco convencionales. Sabemos que son algo bohemios, que tienen poca apetencia por la disciplina del trabajo que rige nuestra vida como definió Marcuse, pues su percepción les señala que la felicidad se encuentra al otro lado. Una felicidad que tiene poco de la de cartón-piedra, de la sonrisa fácil, una felicidad que sabe llorar lo mismo que reír, que gusta de la convulsión lo mismo que relajarse, y tiene miedo de dar cuerda a un reloj, porque puede quedarse atrapado entre sus manecillas dictatoriales.
Pero lo que nunca definió el autor argentino, (al menos específicamente) eran las formas del cuerpo cronopio, como se dibuja el deseo en este ser heterodoxo. Quizás se encuentre en alguna de esas cómodas y cajones, esos rincones ocultos que parecen siempre quedar tras la muerte de un autor y que aún pasando décadas de su ausencia terrenal, siguen expulsando escritos desconocidos, como le pasa a Cortázar veinticinco años después. Pero si sabemos que en sus vueltas por el mundo y los mundos(ochenta en un día)nos fue hablando de lo que podían ser cuerpos cronopio.
A finales de los setenta ve a la actriz Rita Renoir realizar un particular strip tease, y la impresión que le causa le lleva a escribir el texto, “Homenaje a una joven bruja”, en el que nos dice: “Rita Renoir no propone su cuerpo crucificado y empalado como escapismo cultural hacia un edén de buen salvaje o de comunidad escandinava en ruptura con la “ciudad”;(...)si algo de ese hombre viejo ha sido aniquilado, es volver a vestir ese cuerpo que es nuestro cuerpo y todos los cuerpos, y aprender a amarlo de nuevo desde otro inicio, desde otro sistema de la sangre y los valores...”
Volvemos a encontrar esos cuerpos en el texto “Siestas”, del libro “Último round”, cuerpos de ninfulas nabukonianas, donde en un clímax de calor se descubren y se desnudan, viajan en los cambios que se producen en su piel bajo los sones que expulsa un disco de Billie Holliday, situándose entre esas fronteras que son la trasgresión y la represión. Porque Cortázar como aprendió de Bataille, halla el deseo y el placer en ese territorio que se encuentra fuera de los convencionalismos, en la ensoñación, en la necesidad del tabú para cruzar su frontera sin llegar a lo terrible
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