Luis Alberto Portillo
Viaje a los recuerdos de quien imprime La Prensa desde hace 45 años
El hombre estaba allí, sumido en sus pensamientos. Sus manos se movían con habilidad, en un diálogo íntimo con las hojas de diario que iban saliendo con ese olor a tinta fresca, repitiendo una ritual de décadas.
La radio semi escondida entre papeles dejaba oír música tropical, a veces interrumpida por un locutor demasiado empeñado en difundir mensajes de textos de sus oyentes y unos grititos al final de cada lectura.
Habíamos convenido hablar de su vida en el diario. Apenas nos saludamos, cuando detrás de su sonrisa tímida, apareció un “no tengo mucho para contar”, que más que excusa fue una mariposa que levantó vuelo y se perdió entre los rincones. Luís Alberto Portillo hace 45 años que trabaja en La Prensa, y cuando dejó de hacer lo que estaba haciendo y se sentó frente a mi, se dibujó un camino de su yo más personal, de sus pasos caminando a sus recuerdos. Fue como si sus propios ojos miraran ese camino y empezaran a cobrar vidas los recuerdos, lejanos en el tiempo pero cercano en su corazón. “Pensé en perderme en mis recuerdos durante un buen tiempo, cuando quise ordenar lo que iba a contar. Te juro que fui de recuerdo en recuerdo, volví a reír y a llorar, me volvía emocionar, y son cosas de la vida, ¿viste?, ¡son años que uno anda en esto!”, dice.
1961, EL AÑO DEL COMIENZO
Y un día, por fin, encontró algo que le pertenecía, la oportunidad de trabajar.
Y los pensamientos se le van a Luís Alberto Portillo, camina años hacia atrás, lustros décadas, y en esa ochava del año 1961, se detiene a descansar. Entonces, con esa emoción de verse asimismo observa con atención aquel morochito flaquito que viene caminando nervioso, que entra al diario y se presenta, ¡es él!. “Empecé haciendo de todo un poco en el diario. Fui mandadero, ayudante, tenía 13 años cuando empecé
“Hasta mi gruta de recuerdos tiene una extraña claridad!”, los versos de Neruda parecen iluminar el momento, porque poco a poco comienza a dibujar sus vivencias”.
LA MAQUINA DE UNIR LETRAS
Fue en esa época, cuando que alcanzó a manejar con mucha pericia las maquinas “de unir letras”, cuando comenzó aprender el oficio de tipógrafo, me enseñó un muchacho que estaba trabajando en el diario, un tal Acuña, que después se fue y quedé yo al frente de la diagramación y del taller”.
Cuenta que le tomó tanto cariño a las máquinas que casi era eran como seres humanos para él. Conocía la nomenclatura de la máquina de armado al pie de la letra. Y luego el lenguaje de las linotipos, un lenguaje hoy perdido, con palabras que ya no se usan, como los empujadores, los cambas, los sapitos, los espacios, los discos, el elevador, el distribuidor, el anillo si fin. Confiesa que ha creído siempre que las maquinas tienen alma. Parecen seres humanos. Trabajan a gusto, con un ruido peculiar que es música celestial, canto de desafío.
Tanto era el afecto por esas máquinas, como lo son hoy con las actuales, que cada vez que se rompían, se rompen, se traban, le dan la misma sensación de que están enfermas.
Comenta con entusiasmo que en aquellos momentos le producían una extraña sensación, hasta cierto placer la forma en que sentía en sus manos las letras de la imprenta, divididas en trozos de caracteres de plomo. Las frases formaban como espinas dorsales ensartadas en las vértebras. Recuerda con precisión como caían los bloques de caracteres cuando los colocaba sobre la plancha (página) y las ajustaba. La experiencia fascinante de leer al revés. Recuerda el olor a acre de la tinta negra, Los engranajes sonaban como crujidos metálicos cuando arrastraba la enorme estructura sobre la rueda que ponía la imprenta en marcha. Una rueda que aplastaba las planchas húmedas de acero contra el papel para formar las letras impresas.
La imprenta aquella es hoy una anciana rareza, pero las letras que salían de aquella imprenta tenían una fragancia, que aún no se le borra cada vez que entra al Taller.
“Al principio mi trabajo era de armado, me preocupaba porque saliera bien, cumplía todo lo que me marcaban. De a poco fui comprendiendo que esas páginas que se imprimían tenían historia, uno estaba imprimiendo la historia de ese momento, y tanto podía ser el resultado de un partido de fútbol, de una crónica de sociales, como un acto político. Entonces un comprende el valor que tiene trabajar sobre algo que muchos, cientos, miles de salteños luego lo leen”.
EL TIEMPO, LA TECNOLOGÍA, LOS CAMBIOS
Los ojos de Portillo parecen andar aleteando por el cielo de sus recuerdos. Piensa en esa imprenta porque es bastante asombroso que dentro de la vida de un ser humano, se puedan encontrar la evolución, en apenas décadas de los bloques de plomo a los weblogs. Una tecnología de publicación simple, de hoy en día, que le permite prácticamente a cualquiera, en cualquier lugar, publicar lo que quiera cuando quiera sin casi ningún coste, y que llegue inmediatamente a millones de lectores en cualquier lugar del mundo.
Claro que sólo por el hecho de que las palabras se pueden publicar fácilmente no significa que vayan a ser leídas o merezcan ser leídas. Pero la instantánea publicación online cambia la forma de comunicarnos tan radicalmente como lo hizo la prensa cuando fue presentada por primera vez al mundo
DON ALFONSO
Portillo tiene un recuerdo muy particular para Alfonso Cardozo Director de Diario La Prensa cuando ingresó. “Una excelente persona. Muy serio, muy correcto, muy generoso. Un muy buen hombre, un gran Director, sin despreciar a los presentes, porque hace año que trabajo con su hijo, José Pedro y es otra excelente persona, pero Don Alfonso era especial, no sé definirlo muy bien, pero te transmitía siempre seguridad y responsabilidad a la hora de trabajar”.
En un diario, los periodistas siguen siendo el motor de las publicaciones, sobre algunos de ellos, nos habla Portillo: “Yo al primero que conocí fue a Don Ramón Fonticiella, padre del actual intendente. Don Ramón era periodista deportivo, un hombre que sabía mucho, muy trabajador. Él estaba siempre, después había otros periodistas, que ahora no recuerdo los nombres, pero que venían de casualidad, pasaban y dejaban sus escritos. Yo como estaba en el Taller, en el fondo, no tenía mucho contacto con ellos. Pero te puedo decir que prácticamente el que hacia el diario era Alfonso Cardozo”.
LA MUERTE DEL INTENDENTE MINUTTI
Hurgando en sus recuerdos Portillo señaló que a lo largo de tantos años hubo noticias impactantes, otras destacadas, alegres y tristes, “son como todas las cosas, un equipo que salió campeón, una fiesta, el triunfo de un candidato en las elecciones, alguna inauguración de alguna obra importante, como Salto Grande, y eso. Pero, lo que más me impactó fue la muerte del intendente (Néstor) Minutti, cuando se cayó el avión. Realmente fue impactante uno en la calle se daba cuenta, la gente quería saber más de lo ocurrido.
EL TALLER, ESE MÁGICO MUNDO
La magia de un Taller de diario parece no tener final, siempre salta un conejo de la galera. Siempre se aprende algo, y más con las máquinas modernas, pero tanto las máquinas de ayer, como las de hoy, en el momento menos pensado, se rompen, “antes las que se rompían con frecuencia eran las linotipos, siempre tenían problema. Como era a plomo caliente, siempre alguna cosita u otra tenían. En la época en que habían cortes de luz, todos los días, y eso hacia que se enfriara el plomo y teníamos que esperar una hora, hora y media, dos horas, para poder iniciar todo de nuevo. A veces salía tardísimo el diario. Yo nunca trabajé con guantes a pesar del plomo caliente, siempre me las arreglé así, me daba otra sensación”.
TIEMPOS MODERNOS
“Con el tiempo aparecieron máquinas más modernas. Primero se imprimían en las dos, tanto en plomo como en estas nuevas. Se hacía una parte en tabloide. Nosotros ya habíamos trabajado en tabloide, fue cuando se cerró el diario por 90 días por un caso que hubo de política cuando estaban los militares, tuvimos que hacer todo en tabloide, porque antes se hacían los famosos diarios sábanas”.
Y llega el tiempo en que José Pedro Cardozo queda al frente del diario, Portillo nos dice, “ya estábamos en tabloide, pero se hacia en la maquinita Riicoh, y se cosía a máquina, hacíamos hoja por hoja. No era difícil, había que tirar una cierta cantidad, eso sí, había que estar un buen rato. Con José Pedro el diario se modernizó y él le dio una manera distinta, un impulso, y todo fue cambiando de a poco”.
EL DIARIO DE LAS CIEN PÁGINAS
Por las manos de Portillo han pasado cientos de ediciones, de suplemento, pero hay uno en especial que recuerda, “fue el que hicimos grande fue el de los 90 días, que tenía como cien hojas lo menos”. “Ahora es distinto, más sofisticado, podemos decir así, es más fácil, a lo que era antes ya cambió un poco. El trabajo que se hacia antes ya no es tanto. Yo cuando me voy, al cierre de una jornada dejo todo limpio y al otro día cuando empiezo, ordeno los papeles, los preparo, voy penando el papel como quien dice cosa que cuando vaya a imprimir pase el papel lo más bien. Y uno ya sabe la cantidad de papel que a diario tiene que preparar para la edición, que cambia sólo si hay un suplemento, sino generalmente es la misma cantidad”.
Portillo nos comenta que en el Taller ha tenido compañeros que han estado poco tiempo, que generalmente ha estado solo. Ahora trabaja Daniel Alvez, que en un tiempo estaba en la computación, diagramando el diario y luego se sumó al taller. Antes el sistema era distinto, había que sopletearlo y pasarlo a otra máquina, y limpiarlo para después quemar el master y pasarlo a la máquina, ahora sale todo directo”.
ESOS RECUERDOS, ESAS ANÉCDOTAS
Portillo recuerda los tiempos en que terminaba de trabajar y salía “bien vestido a dar una vuelta por el centro, tomar un café, un copetín, o ir a un baile”. También del Barrio La Estrella, y de hacer a diario el camino de la casa al trabajo, “hay muchos recuerdos lindos, muchas historias, muchas cosas vividas, que ahora uno, las rememora. Son muchas cosas que estaban como dormidas y el empezar a recordar, a contar, como que despiertan, y te producen una extraña sensación. Yo no soy de contar mucho, como te dije al principio, pero si de sentir profundamente las cosas vividas. Algún día tal vez me anime, tengo varias anécdotas con Don Alfonso, algunas bromas de taller, eso que siempre pasa en un diario”.
Con esa promesa de escucharlo decir algunas de esas historias risueñas, nos despedimos de Luís Alberto Portillo, un trabajador con 45 años en la empresa, que empezó cuando tenía 13 años y hoy sigue en ese mundo de tintas y papeles, de máquinas que producen esa música tan especial de todo taller, de toda imprenta.
Viaje a los recuerdos de quien imprime La Prensa desde hace 45 años
El hombre estaba allí, sumido en sus pensamientos. Sus manos se movían con habilidad, en un diálogo íntimo con las hojas de diario que iban saliendo con ese olor a tinta fresca, repitiendo una ritual de décadas.
La radio semi escondida entre papeles dejaba oír música tropical, a veces interrumpida por un locutor demasiado empeñado en difundir mensajes de textos de sus oyentes y unos grititos al final de cada lectura.
Habíamos convenido hablar de su vida en el diario. Apenas nos saludamos, cuando detrás de su sonrisa tímida, apareció un “no tengo mucho para contar”, que más que excusa fue una mariposa que levantó vuelo y se perdió entre los rincones. Luís Alberto Portillo hace 45 años que trabaja en La Prensa, y cuando dejó de hacer lo que estaba haciendo y se sentó frente a mi, se dibujó un camino de su yo más personal, de sus pasos caminando a sus recuerdos. Fue como si sus propios ojos miraran ese camino y empezaran a cobrar vidas los recuerdos, lejanos en el tiempo pero cercano en su corazón. “Pensé en perderme en mis recuerdos durante un buen tiempo, cuando quise ordenar lo que iba a contar. Te juro que fui de recuerdo en recuerdo, volví a reír y a llorar, me volvía emocionar, y son cosas de la vida, ¿viste?, ¡son años que uno anda en esto!”, dice.
1961, EL AÑO DEL COMIENZO
Y un día, por fin, encontró algo que le pertenecía, la oportunidad de trabajar.
Y los pensamientos se le van a Luís Alberto Portillo, camina años hacia atrás, lustros décadas, y en esa ochava del año 1961, se detiene a descansar. Entonces, con esa emoción de verse asimismo observa con atención aquel morochito flaquito que viene caminando nervioso, que entra al diario y se presenta, ¡es él!. “Empecé haciendo de todo un poco en el diario. Fui mandadero, ayudante, tenía 13 años cuando empecé
“Hasta mi gruta de recuerdos tiene una extraña claridad!”, los versos de Neruda parecen iluminar el momento, porque poco a poco comienza a dibujar sus vivencias”.
LA MAQUINA DE UNIR LETRAS
Fue en esa época, cuando que alcanzó a manejar con mucha pericia las maquinas “de unir letras”, cuando comenzó aprender el oficio de tipógrafo, me enseñó un muchacho que estaba trabajando en el diario, un tal Acuña, que después se fue y quedé yo al frente de la diagramación y del taller”.
Cuenta que le tomó tanto cariño a las máquinas que casi era eran como seres humanos para él. Conocía la nomenclatura de la máquina de armado al pie de la letra. Y luego el lenguaje de las linotipos, un lenguaje hoy perdido, con palabras que ya no se usan, como los empujadores, los cambas, los sapitos, los espacios, los discos, el elevador, el distribuidor, el anillo si fin. Confiesa que ha creído siempre que las maquinas tienen alma. Parecen seres humanos. Trabajan a gusto, con un ruido peculiar que es música celestial, canto de desafío.
Tanto era el afecto por esas máquinas, como lo son hoy con las actuales, que cada vez que se rompían, se rompen, se traban, le dan la misma sensación de que están enfermas.
Comenta con entusiasmo que en aquellos momentos le producían una extraña sensación, hasta cierto placer la forma en que sentía en sus manos las letras de la imprenta, divididas en trozos de caracteres de plomo. Las frases formaban como espinas dorsales ensartadas en las vértebras. Recuerda con precisión como caían los bloques de caracteres cuando los colocaba sobre la plancha (página) y las ajustaba. La experiencia fascinante de leer al revés. Recuerda el olor a acre de la tinta negra, Los engranajes sonaban como crujidos metálicos cuando arrastraba la enorme estructura sobre la rueda que ponía la imprenta en marcha. Una rueda que aplastaba las planchas húmedas de acero contra el papel para formar las letras impresas.
La imprenta aquella es hoy una anciana rareza, pero las letras que salían de aquella imprenta tenían una fragancia, que aún no se le borra cada vez que entra al Taller.
“Al principio mi trabajo era de armado, me preocupaba porque saliera bien, cumplía todo lo que me marcaban. De a poco fui comprendiendo que esas páginas que se imprimían tenían historia, uno estaba imprimiendo la historia de ese momento, y tanto podía ser el resultado de un partido de fútbol, de una crónica de sociales, como un acto político. Entonces un comprende el valor que tiene trabajar sobre algo que muchos, cientos, miles de salteños luego lo leen”.
EL TIEMPO, LA TECNOLOGÍA, LOS CAMBIOS
Los ojos de Portillo parecen andar aleteando por el cielo de sus recuerdos. Piensa en esa imprenta porque es bastante asombroso que dentro de la vida de un ser humano, se puedan encontrar la evolución, en apenas décadas de los bloques de plomo a los weblogs. Una tecnología de publicación simple, de hoy en día, que le permite prácticamente a cualquiera, en cualquier lugar, publicar lo que quiera cuando quiera sin casi ningún coste, y que llegue inmediatamente a millones de lectores en cualquier lugar del mundo.
Claro que sólo por el hecho de que las palabras se pueden publicar fácilmente no significa que vayan a ser leídas o merezcan ser leídas. Pero la instantánea publicación online cambia la forma de comunicarnos tan radicalmente como lo hizo la prensa cuando fue presentada por primera vez al mundo
DON ALFONSO
Portillo tiene un recuerdo muy particular para Alfonso Cardozo Director de Diario La Prensa cuando ingresó. “Una excelente persona. Muy serio, muy correcto, muy generoso. Un muy buen hombre, un gran Director, sin despreciar a los presentes, porque hace año que trabajo con su hijo, José Pedro y es otra excelente persona, pero Don Alfonso era especial, no sé definirlo muy bien, pero te transmitía siempre seguridad y responsabilidad a la hora de trabajar”.
En un diario, los periodistas siguen siendo el motor de las publicaciones, sobre algunos de ellos, nos habla Portillo: “Yo al primero que conocí fue a Don Ramón Fonticiella, padre del actual intendente. Don Ramón era periodista deportivo, un hombre que sabía mucho, muy trabajador. Él estaba siempre, después había otros periodistas, que ahora no recuerdo los nombres, pero que venían de casualidad, pasaban y dejaban sus escritos. Yo como estaba en el Taller, en el fondo, no tenía mucho contacto con ellos. Pero te puedo decir que prácticamente el que hacia el diario era Alfonso Cardozo”.
LA MUERTE DEL INTENDENTE MINUTTI
Hurgando en sus recuerdos Portillo señaló que a lo largo de tantos años hubo noticias impactantes, otras destacadas, alegres y tristes, “son como todas las cosas, un equipo que salió campeón, una fiesta, el triunfo de un candidato en las elecciones, alguna inauguración de alguna obra importante, como Salto Grande, y eso. Pero, lo que más me impactó fue la muerte del intendente (Néstor) Minutti, cuando se cayó el avión. Realmente fue impactante uno en la calle se daba cuenta, la gente quería saber más de lo ocurrido.
EL TALLER, ESE MÁGICO MUNDO
La magia de un Taller de diario parece no tener final, siempre salta un conejo de la galera. Siempre se aprende algo, y más con las máquinas modernas, pero tanto las máquinas de ayer, como las de hoy, en el momento menos pensado, se rompen, “antes las que se rompían con frecuencia eran las linotipos, siempre tenían problema. Como era a plomo caliente, siempre alguna cosita u otra tenían. En la época en que habían cortes de luz, todos los días, y eso hacia que se enfriara el plomo y teníamos que esperar una hora, hora y media, dos horas, para poder iniciar todo de nuevo. A veces salía tardísimo el diario. Yo nunca trabajé con guantes a pesar del plomo caliente, siempre me las arreglé así, me daba otra sensación”.
TIEMPOS MODERNOS
“Con el tiempo aparecieron máquinas más modernas. Primero se imprimían en las dos, tanto en plomo como en estas nuevas. Se hacía una parte en tabloide. Nosotros ya habíamos trabajado en tabloide, fue cuando se cerró el diario por 90 días por un caso que hubo de política cuando estaban los militares, tuvimos que hacer todo en tabloide, porque antes se hacían los famosos diarios sábanas”.
Y llega el tiempo en que José Pedro Cardozo queda al frente del diario, Portillo nos dice, “ya estábamos en tabloide, pero se hacia en la maquinita Riicoh, y se cosía a máquina, hacíamos hoja por hoja. No era difícil, había que tirar una cierta cantidad, eso sí, había que estar un buen rato. Con José Pedro el diario se modernizó y él le dio una manera distinta, un impulso, y todo fue cambiando de a poco”.
EL DIARIO DE LAS CIEN PÁGINAS
Por las manos de Portillo han pasado cientos de ediciones, de suplemento, pero hay uno en especial que recuerda, “fue el que hicimos grande fue el de los 90 días, que tenía como cien hojas lo menos”. “Ahora es distinto, más sofisticado, podemos decir así, es más fácil, a lo que era antes ya cambió un poco. El trabajo que se hacia antes ya no es tanto. Yo cuando me voy, al cierre de una jornada dejo todo limpio y al otro día cuando empiezo, ordeno los papeles, los preparo, voy penando el papel como quien dice cosa que cuando vaya a imprimir pase el papel lo más bien. Y uno ya sabe la cantidad de papel que a diario tiene que preparar para la edición, que cambia sólo si hay un suplemento, sino generalmente es la misma cantidad”.
Portillo nos comenta que en el Taller ha tenido compañeros que han estado poco tiempo, que generalmente ha estado solo. Ahora trabaja Daniel Alvez, que en un tiempo estaba en la computación, diagramando el diario y luego se sumó al taller. Antes el sistema era distinto, había que sopletearlo y pasarlo a otra máquina, y limpiarlo para después quemar el master y pasarlo a la máquina, ahora sale todo directo”.
ESOS RECUERDOS, ESAS ANÉCDOTAS
Portillo recuerda los tiempos en que terminaba de trabajar y salía “bien vestido a dar una vuelta por el centro, tomar un café, un copetín, o ir a un baile”. También del Barrio La Estrella, y de hacer a diario el camino de la casa al trabajo, “hay muchos recuerdos lindos, muchas historias, muchas cosas vividas, que ahora uno, las rememora. Son muchas cosas que estaban como dormidas y el empezar a recordar, a contar, como que despiertan, y te producen una extraña sensación. Yo no soy de contar mucho, como te dije al principio, pero si de sentir profundamente las cosas vividas. Algún día tal vez me anime, tengo varias anécdotas con Don Alfonso, algunas bromas de taller, eso que siempre pasa en un diario”.
Con esa promesa de escucharlo decir algunas de esas historias risueñas, nos despedimos de Luís Alberto Portillo, un trabajador con 45 años en la empresa, que empezó cuando tenía 13 años y hoy sigue en ese mundo de tintas y papeles, de máquinas que producen esa música tan especial de todo taller, de toda imprenta.
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