domingo, 2 de noviembre de 2008

Máscaras chiapatecas

Los indígenas de Chiapas y el enmascaramiento como forma de tener un rostro

Para caracterizar a los zapatistas, es imprescindible hacer referencia a un elemento que los distingue e identifica plenamente: el pasamontañas. Los integrantes de las comunidades insurgentes cubren su rostro con el pasamontañas a fin de no ser identificados por el ejército, los grupos paramilitares o los latifundistas, logrando, de esta manera, no sólo proteger su identidad sino, además, un efecto mediático. Jung escribe: “El que va hacia sí mismo corre el riesgo de encontrarse consigo mismo. El espejo no favorece, muestra con fidelidad la figura que en él se mira, nos hace ver ese rostro que nunca mostramos al mundo, porque lo cubrimos con la persona, la máscara del actor”.

En el caso de los zapatistas, esa misma utilización de la máscara correspondería a la adopción de un registro, de un tono, de un estilo, para justificar, desde dentro, el universo representado por un discurso narrativo, que pretende ser un referente moral. El Subcomandante Marcos construye múltiples máscaras que se encarga de exhibir mediante el corpus de narraciones que crea: posdatas, relatos míticos, ensayos, comunicados o declaraciones de principios.

Jean Baudrillard afirma que las máscaras tenían en la antigüedad un poder sacrificial y absorbían la identidad de los actores, pero también la de los espectadores provocando, con ello “una especie de vértigo”. En El laberinto de la soledad, Octavio Paz, al referirse a las máscaras, señala que ellas equivalen a simular, a inventar y aparentar como una forma de eludir la condición del ser mexicano, puesto que quien disimula no representa sino que desea volverse invisible. Mientras, Cirlot dice que “la función de la máscara es servir de aliada de la transformación de la personalidad para lo misterioso o para lo vergonzoso”. Y es que la máscara puede revelar un poder mágico capaz de proteger a quien la porta, pero a su vez, entrañar peligros. La máscara es mediadora entre dos fuerzas, desempeña una función social, catártica, es un espectáculo a través del cual las personas pueden tomar conciencia de su lugar en el universo, ver su vida y su muerte inscritas en un drama colectivo que le otorga sentido.

León-Portilla, a propósito del rostro de las cosas, señala que los nahuas describían al hombre como “el dueño de un rostro y de un corazón” y sus maestros tenían la misión de hacer aparecer en los seres humanos una cara, mientras que ponerles un espejo delante era volverlos sabios, que corresponde al concepto náhuatl de educación o neixtlamachiliztli (“la acción de hacer sabios los rostros de la gente”). Este símbolo implicaría que los hombres y las mujeres deben encontrar ese semblante que les dé un lugar, un sentido propio dentro del mundo. Subcomandante Marcos, al adoptar estos registros, está intentando colocar frente a cada uno de los mexicanos y mexicanas un espejo a través del cual puedan encontrar su verdadero rostro, aquel que los vincule a los otros y a sí mismos.

Los indígenas, que durante mucho tiempo fueron invisibles para el resto de la sociedad, convertidos en zapatistas, se nombran a través del discurso del Subcomandante Marcos: se construyen a partir de la negación, son “los sin nombre y sin rostro”, se definen a partir de la carencia “los extranjeros en la propia tierra (...), los despojados de la historia, los sin patria y sin mañana” y, definiéndose de esa manera, mirándose en ese espejo que Marcos dice “somos todos”, plantean una alternativa a esa violencia estructural que representa una teoría a la que se pretende erigir en verdad incuestionable y que no es más que una pura ficción, la abstracción de un modelo económico al que los zapatistas definen o identifican como “el poder, ése que hoy se viste mundialmente con el nombre de neoliberalismo” y cuyo orden excluyente los ha empujado a la ruptura de las estructuras imperantes y que los obliga a considerarse a sí mismos como “transgresores de la injusticia”.

Así, indígenas y no indígenas se encuentran, pues ese hacerse sabios con un espejo frente al rostro constituye una forma de encontrar algunas de las respuestas a las preguntas que se han planteado con la aparición del zapatismo, aquellas interrogantes que aluden a la viabilidad y construcción de un proyecto que pueda servir para generar una revolución moral al interior de la sociedad mexicana inmersa en un modelo económico que la restringe. Marcos recurre al humor y la ironía, es decir, al “discurso en el cual existe una diferencia entre lo que se dice literalmente y aquello que verdaderamente se quería decir” para elaborar muchos de sus textos, un recurso que emplea con el objetivo de establecer una verdad, a la parodia, a diversos registros y prácticas discursivas, los cruces temporales (tiempo histórico/tiempo mítico) y culturales (mundo indígena/mundo no indígena). Marcos toma todos estos textos, los deconstruye y envía a través de los medios de comunicación, es decir, que son textos multidireccionales, tanto por el punto de recepción, como por la forma en que se organiza el discurso. Y tal como los intercambios materiales se mundializan, ocurre lo mismo con los símbolos, porque si las técnicas de la información progresan y contribuyen a la movilidad de los capitales financieros, por qué no utilizar esas mismas técnicas y colocarlas al servicio de una causa, menos rentable en términos de ganancia económica, pero en todo caso más ética. Es una guerra de símbolos antes que una guerra convencional donde llevan todas las de perder, pero a través de los símbolos, recurriendo a ellos, el zapatismo demuestra una vez más su capacidad para adaptarse y reinventarse; de allí que uno de sus personajes, el escarabajo Durito, sea un símbolo de la renovación. Este es el mecanismo que han descubierto para no desaparecer. Y, finalmente, porque planteando el retorno o, más bien, una búsqueda en el origen, en lo mítico, pero también en su historia, de la cual tienen conciencia y memoria, no hacen sino “avanzar retrocediendo”.

El EZLN dice querer desaparecer como organización de lucha armada y no aspirar al poder y, paradojalmente, pone en el tapete de la discusión, la política nacional y el poder, aunque, según Marcos, los zapatistas no desean ser beneficiarios de la revolución sino contribuir a ella; además, es poco usual que los indígenas en cualquier parte de América Latina aspiren al poder político; la aspiración, en todo caso, apunta a que el EZLN contribuya a la autonomía indígena, al reconocimiento de los derechos culturales de los pueblos originarios. Cuando los zapatistas, en la voz de la Comandante Esther, dicen: “Nunca más un México sin nosotros”, están expresando su anhelo, convicción y decisión de constituirse en sujetos partícipes del México contemporáneo.

De esta forma, la escritura del Subcomandante Insurgente Marcos, un ejemplo de la cual serían las “Declaraciones de la Selva Lacandona”, se erigiría en una nueva forma de lenguaje político-literario con sustrato occidental e indígena el cual plantea una utopía. Marcos, a través de la forma de elaborar, de construir su discurso, recupera y reivindica la palabra o las palabras, pues a través de “la reminiscencia de lo viejo, de sintagmas nominales ya conocidos, adquieren nuevo valor” con una estética marcada por el carácter poético, en los cuales despliega sus estrategias y mecanismos de resistencia, los que emplea para hacer frente a los discursos hegemónicos.

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ustedes se la pasan haciendo piquitos

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