Centenario de Cesare Pavese (1908-1950)
Rodolfo Alonso
PIAMONTÉS universal, Cesare Pavese es uno de los más significativos escritores italianos del siglo XX. Nacido el 9 de septiembre de 1908 en el medio campesino de Santo Stefano Belbo, decidió a poner fin a su vida en un cuarto de hotel en Turín, el 27 de agosto de 1950 ("Palabras no. Un gesto. No escribiré más", son las últimas líneas de su diario El oficio de vivir). Esa vida y esa obra se irían cubriendo de significados, voces ancestrales y una moderna lucidez, cuya riqueza, perfección formal, perdurabilidad y resonancia permiten considerarlo un clásico.
EL TIEMPO Y LA MUERTE. Dueño de una apasionada inteligencia y una lúcida voluntad de raciocinio, pocos como él encarnaron un humanismo capaz de imaginar un mundo para todos: "En medio de la sangre y el fragor de los días que vivimos va articulándose una concepción distinta del hombre. Técnicamente especializado, pero radicado en una sociedad cuyo ideal no puede dejar de ser el siempre mayor conocimiento de cada uno -lo que significa la máxima eficiencia del trabajo individual, pero consciente del trabajo de todos-, el hombre nuevo será puesto en condiciones de vivir la propia cultura (...) y de reproducirla para los otros, no en abstracto, sino en un intercambio cotidiano y fecundo de vida". Ejerció la devoción por una belleza que no se niega a ninguna verdad, por oscura que resulte: "La fuente de la poesía es siempre un misterio, una inspiración, una conmovida perplejidad ante lo irracional, tierra desconocida". Ese humanismo ejemplar convive con la aguda conciencia del tiempo y de la muerte, y aun detrás del suicidio hay una tozuda y fecunda voluntad de vida, de belleza y de trabajo.
Creció con el fascismo, que lo arrestó el 15 de mayo de 1935 y lo confinó como opositor político en Brancaleone Calabro, de donde volvió en marzo de 1936. Pero no cambiado. Supo oponerse a la grandilocuente cultura oficial del régimen (al igual que su compañero de generación, Elio Vittorini, que vio su antología Americana prohibida por Mussolini) con la traducción y análisis crítico de la gran literatura norteamericana: Melville, Edgar Lee Masters, Sinclair Lewis, Sherwood Anderson, O. Henry, Dos Passos, Dreiser, Whitman, Gertrude Stein, Faulkner y otros. Estos autores fueron difundidos con la clara voluntad de oponer a la verborragia fascista una literatura de alta calidad, auténtica, enraizada en su idioma, su sociedad y su cultura, capaz de rozar las cumbres del estilo y los abismos de la condición humana.
Heredero de un mundo campesino que nunca cesó de nutrirlo, su primer libro, Trabajar cansa (1936, con reedición definitiva de 1943), es un nuevo ciclo abierto y cerrado por él en la poesía italiana moderna. Es también una revisión exhaustiva de ese mundo natal, lleno de atavismos que, a pura razón, se convierten en auténticas iluminaciones, y que está siempre presente en su narrativa. Y hasta en sus ensayos, donde la percepción del espacio mítico que es el campo, la viña, el bosque, la sangre, la noche, y los astros, se vuelve alimento de esclarecedoras conclusiones sobre el hombre y la poesía.
Llegó a triunfar en Turín, la gran ciudad de sus sueños de infancia: fue director literario de la prestigiosa editorial Einaudi, y antes de morir recibió el consagratorio Premio Strega. Fue Italo Calvino quien reunió todos sus Relatos en un grueso volumen (Einaudi). Allí resplandece el Pavese escritor, la tersura de un estilo directo y sin embargo distante: "Narrar es como nadar", dijo, aludiendo a los ritmos combinados del cuerpo y el agua, y también "Narrar es monótono", por el sentido de persistencia en un tono, en un clima, nunca puramente verbal aunque hecho de lenguaje. Supo aludir a las palabras de los hombres como "esas tiernas cosas, intratables y vivas".
mito y poesía. Ligado a Pavese desde su juventud, Calvino lo sucedió en Einaudi, donde editó sus trascendentes obras póstumas: los tocantes poemas de Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (1951), La literatura americana y otros ensayos (1951) y su diario El oficio de vivir (1952). Percibió su compleja y angustiada personalidad, esa voluntad iluminista que no abandona la auscultación instintiva: "Que los dos motivos estuvieron ligados (dice Calvino), y fueron inseparables para él, está claro: la misma concepción de la poesía como una operación racional y liberadora no es posible sino en relación a la irracionalidad de su objeto, el descubrimiento mítico". Y ello se advierte en los luminosos ensayos que reunimos y tradujimos con Hugo Gola, no mucho después de su muerte (El oficio de poeta, Nueva Visión, Buenos Aires, 1957) donde en "El mito" afirma Pavese: "Antes que fábula, casi maravilloso, el mito fue una simple norma, un comportamiento significativo, un rito que santificó la realidad. Y fue también el impulso, la carga magnética que pudo, ella sola, inducir a los hombres a realizar obras".
Pavese reiteró que consideraba Diálogos con Leucó "la cosa menos infeliz que yo haya escrito". Es imposible no coincidir ante esos diálogos de transido lirismo que logran el milagroso resurgir de los fundacionales mitos griegos. (Ese libro quedó abierto junto a su lecho en el cuarto de hotel donde se suicidó). Porque con la diáfana transparencia de un lenguaje preciso, reviven los dioses humanísimos y los humanos héroes de la mitología griega. No para escudarse en modelos prestigiosos, sino para hablarnos, a través de ellos, de los temas permanentes de la existencia humana, para reanudar el diálogo con esos dioses nacidos de los anhelos y sueños de los hombres.
Él mismo reconoce, en una entrevista hecha poco antes de su muerte (1950), que "no ha renunciado hasta ahora a su ambigua naturaleza, a la ambición de fundir en unidad las dos inspiraciones que allí se han combatido, desde el principio: mirada abierta a la realidad inmediata, cotidiana, ´rugosa´, y recato profesional, artesano, humanista -hábito de los clásicos como si fueran contemporáneos, y de los contemporáneos como si fueran clásicos- , es decir, la cultura entendida como oficio". A lo que agrega de inmediato: "Exigencias difícilmente conciliables, es cierto".
Tuvo repercusión y la estima de sus contemporáneos. Emilio Cecchi lo dijo quizá mejor que nadie: "Reconozcamos, una vez más, que de su generación Pavese fue de los espíritus no sólo artísticamente más dotados, sino, en el conjunto de todas las facultades, intelectualmente y moralmente más ejemplares".
Paisaje VII
Cesare Pavese
BASTA un poco de día en los ojos claros
como el fondo de un agua, y la invade la /ira,
lo escabroso del fondo que el sol roza.
La mañana que vuelve y la halla viva
no es ni dulce ni buena: la mira inmóvil
entre las casas de piedra, que cierra el cie /lo.
Saca el cuerpo pequeño entre la sombra y /el sol
como un lento animal, mirando alrededor
y no viendo otra cosa que colores.
Las vagas sombras que visten el camino y /el cuerpo
le oscurecen los ojos, entreabiertos ape- /nas
como un agua, y en el agua se vislumbra /una sombra.
Los colores reflejan el cielo calmo.
También el paso que holla lento los guija- /rros
parece hollar las cosas, como la sonrisa
que las ignora y escurre como agua clara.
Dentro del agua transcurren vagas amena- /zas.
Toda cosa en el día se crispa al pensar
en la calle vacía, si no fuera por ella.
(Versión de Rodolfo Alonso.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario