Hugo, Balzac, Dumas
JOSÉ MARÍA GUELBENZU 15/11/2008
Tres clásicos franceses han venido a juntarse en las librerías y no deja de ser curioso el nexo que los une: las tres son novelas de intriga que transcurren en el mundo de lo criminal. La primera de ellas es una de esas novelas redondas y totales que apunta, desde luego, mucho más lejos que a la mera intriga, pero que es, formalmente, un melodrama de tomo y lomo: Los miserables, de Victor Hugo. La reconocemos, sin la menor duda, como una de las grandes novelas del XIX de la que poco queda por decir, pero de la que siempre hay aspectos que recordar. El primero, la briosa escritura romántica de su autor, aún cerca del romanticismo nacionalista instaurado por Walter Scott, que pone en boca del narrador una fuerza expresiva abrasadora. El segundo, la posición omnisciente de ese mismo narrador, álter ego de Hugo, que no sólo ilustra a la perfección sobre el escenario histórico sino que interviene en él, ponderando y opinando con el arrojo de un convencido de asistir a un cambio social de primera magnitud. Habrá que esperar a Flaubert y su Educación sentimental para que lo histórico y lo personal se suelden en un todo, pero el esfuerzo de Hugo es de gigante. El tercer punto es la figura de Jean Valjean, que no es sino la del mártir en favor del prójimo, un trasunto de la figura de Jesús traído a la Francia posrevolucionaria hasta la Comuna de París. Y, cuarto, todo ello queda inscrito en una minuciosa descripción del escenario humano y social dentro de una lucha entre la inocencia y la malicia que tiene el empaque de la tragedia, pero que se desarrolla en el terreno del melodrama, un melodrama desde cuya altura se puede observar la insignificancia de los melodramas actuales, miserables culebrones.
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