Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano ni como ateo. Hoy sufro solamente.
(Voy a hablar de esperanza, fragmento)
En su tesis de grado para optar por el título de Bachiller en Letras en la Universidad de Trujillo en 1915, El romanticismo en la poesía castellana (1954), César Vallejo destaca, del romanticismo alemán, “el pensamiento sereno, el vuelo metafísico, las interrogaciones al infinito y el soplo de cristianismo que impregnan esta poesía, junto con el idealismo, las nebulosidades del Norte y el sincero sentimiento de la limitación de la vida”, concluyendo que: “Hoy en el Perú, desgraciadamente, no hay ya el entusiasmo de otros tiempos por el romanticismo; y digo desgraciadamente porque, siendo todo sinceridad en esta escuela, es de lamentar que ahora nuestros poetas olviden esta gran cualidad que debe tener todo buen artista”. Vuelo metafísico, interrogaciones al infinito, soplo de cristianismo, sentimiento de la limitación de la vida, y sinceridad, he aquí algunas de las constantes de su poesía.
César Abraham Vallejo Mendoza (Santiago del Chuco, 1892-1938) nació en una pequeña aldea de los Andes peruanos, a tres mil ciento quince metros sobre el nivel del mar, en el seno de una extensa familia de mestizos descendientes de dos sacerdotes españoles y dos indígenas peruanas. Sus padres quisieron hacerle sacerdote. Durante un tiempo enseñó en el Colegio Nacional de San Juan, publicando sus poemas en periódicos y revistas de Lima y otras partes. Era un joven apasionado e infeliz en el amor e incluso intentó suicidarse. En 1918 regresó a la Universidad de San Marcos para hacer un año de estudios de abogacía, ingresó al grupo vanguardista Colónida y publicó su primera colección de poemas, Los heraldos negros (1918). En 1920, mientras visitaba a su madre en Santiago del Chuco, fue arrestado y puesto en prisión por ciento doce días, acusado de incendiario. En la cárcel escribió constantemente, y esos poemas y otros fueron reunidos en Trilce (1922), cuya publicación fue financiada con el dinero de un premio que había ganado en un concurso de cuento. En 1923, sin dinero alguno, al reabrirse el proceso en su contra, desolado por la muerte de su madre y la fría recepción que se dio a Trilce, partió para Francia. Vallejo ingresó al Partido Comunista, visitó la Unión Soviética en 1928, y regresó un año después con su joven esposa bretona, Henriette Philipard, luego de haber conocido a Maiakovski y otros artistas soviéticos. Expulsado por razones políticas de Francia en 1930, se mudó a Madrid donde escribió Rusia en 1931, reflexiones al pie del Kremlin (1931). Volvió a Francia en 1932, pero con el estallido de la Guerra Civil Española (1936-1939) se sintió obligado a regresar y allí escribió en 1937 los poemas reunidos luego de su muerte bajo la seña de España, aparta de mí este cáliz (1940). Enfermo de gravedad va rápidamente a Francia, donde murió al año siguiente a la edad de cuarenta y seis años, en la Clínica del Boulevard Aragó. La causa de su muerte fue diagnosticada como una mezcla de tuberculosis, infección intestinal y malaria, pero lo cierto es que murió de hambre.
Trilce (1922) hizo trizas la tradición e inició una nueva época en la poesía. Con sus setenta y siete poemas llevando apenas como título números romanos, apareció tres años antes de Tentativa del hombre infinito (1925), de Neruda, inventando el surrealismo antes del Surrealismo. Con una riqueza sin fin que pareciera surgir del fondo mismo de la lengua usa arcaísmos, tecnicismos, neologismos, adverbios que se hacen verbos, exclamaciones que se sustantivan para transmitir sus nuevas visiones. Aunque independiente de escuela alguna, es absolutamente contemporáneo en sus expresiones herméticas e irracionales, y desechando la lógica tradicional intenta dar nueva vida a las palabras a través de temas donde busca amor, y otros valores, en un mundo absurdo. Una angustiosa crisis de consciencia que produce la arbitrariedad del mundo y de los signos lingüísticos. La amarga ironía y el humor negro ofrecen un sentido de inmediatez y urgencia, y la sintaxis refleja una violenta lucha interior por aislar, con la ayuda del lenguaje, los últimos recursos espirituales del hombre. Vallejo abandona el simbolismo y los tonos modernistas como rechazo a las supersticiones en boga sobre “lo bello” y la pretensión de una poesía como catarsis.
El amor preside Trilce. Unas veces como sexo, otras como sensaciones, sentimientos, refugio ante la soledad, o como expresión de fracaso, de remordimiento, de lo aberrante. La mítica presencia de la madre está en el horizonte inalcanzable del amor filial y del pasado, vivido como una inmediata realidad que no termina; las mujeres amadas en la niñez y adolescencia son presencias inmediatas o sombras simbólicas donde reposa el frustrante deseo de comunión:
En el rincón aquel, donde dormimos juntos
tantas noches, ahora me he sentado
a caminar. La cuja de los novios difuntos
fue sacada, o tal vez qué habrá pasado.Has venido temprano a otros asuntos
y ya no estás. Es el rincón
donde a tu lado, leí una noche,
entre tus tiernos puntos
un cuento de Daudet. Es el rincón
amado. No lo equivoques.Me he puesto a recordar los días
de verano idos, tu entrar y salir,
poca y harta y pálida por los cuartos.En esta noche pluviosa,
ya lejos de ambos dos, salto de pronto...
Son dos puertas abriéndose cerrándose,
dos puertas que al viento van y vienen
sombra a sombra(XV)
En Poemas humanos (1939) el hombre aparece visitado por un doble; es un ser que aspira a la unidad pero está condenado a una dualidad que termina en la destrucción y desintegración del ser. En estos poemas, de gran variedad técnica y virtuosismo, estamos sometidos no sólo a múltiples fragmentaciones sino a la multiplicación de ellas; vivimos en el inicio de un proceso que parece no tener fin: aplastados por la vida, obsedidos por el horror a la muerte, la experiencia es apenas una progresiva desmoralización de nuestra personalidad.
Dieciséis años separan a Trilce de Poemas humanos. En ese periodo Vallejo vivió en París en condiciones penosas, pobre y enfermo, al tiempo que se fue sumergiendo —con la ayuda de su nada saludable esposa—, en el marxismo y las alucinantes ofertas de amor universal que debieron recordar al poeta los ofrecimientos de hermandad cristiana oídos en la niñez de boca de sus padres y los sacerdotes. Vallejo más que un rebelde de partido fue un escritor subversivo como muchos otros artistas latinoamericanos de hoy, como Cortázar, como Fuentes, como García Márquez. Su lucha frontal fue contra la pobreza de la tradición de la lengua y logró romper sus tejidos anacrónicos. Sus protestas fueron siempre desinteresadas y los viajes que hizo a la Rusia de Stalin los costeó él mismo. La vida en París no fue en vano. El París de Vallejo no fue el de los placeres mundanos y de la frivolidad sino la capital del sufrimiento y el dolor de los hombres de entre guerras.
La Guerra Civil Española (1936-1939) sacudió a Vallejo, quien tomó parte en varios comités antifascistas y viajó a España en dos ocasiones durante la contienda. En la última visita decidió redactar un libro de poemas sobre la tragedia, España, aparta de mí este cáliz, publicados inicialmente en la revista Hora de España, en noviembre de 1938 y a raíz del fallecimiento del poeta. Son diecisiete textos, algunos extensos, otros discursivos, los más, breves y alucinados gritando a voz en cuello su dolor por los sucesos. En uno de ellos, (III), traslada al poema el habla de un hombre del pueblo, Pedro Rojas, con las palabras plenas de errores ortográficos y la vida cotidiana dando alma: Pedro Rojas escribía en el aire, con el dedo, su grito y su firma, pero por ser casi analfabeta se equivocaba: ¡Viban los compañeros!, decía y escribía. Afectado por la sospecha del paulatino fracaso de la causa de España Vallejo cayó en cama unas seis semanas antes de morir. Al agonizar deliraba con España. Sus últimas palabras fueron “España, me voy a España”.
Fue el más raro e inimitable de los poetas latinoamericanos del siglo XX.
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