El Grifo es un ser mitológico de origen popular que aparece de vez en cuando en alguna calle cualquiera, sin aviso previo, ni anuncios de su presencia.
Es pequeño y delgado, amarillo como coronta de maíz. Tiene una boca ancha como esgrimiendo una eterna sorpresa, la mollera es como la chasquilla de una codorniz, sólo que acerada y cuadrada.
Duerme casi todo el año. En caso de incendio los humanos claman y ruegan por su ayuda, esto porque entre sus costillas duerme el agua de los lagos, las napas y la cordillera. De ahí lo hermoso de su existencia.
Los más viejos, cuando pasan por su lado, acarician su frente y se persignan respetuosamente deseando no tener que pedirle ayuda y despertarlo de su letargo en ningún momento.
Es un ser muy lindo con los humanos, pero su mayor alegría llega en Verano. Los niños pobres que no tienen donde ir a refrescarse, se acercan a él con un tubo cualquiera y frotan su cresta cromada, si los niños han sido buenos, éste les regala un chorro de agua espumante.
Los niños gritan de alegría, juegan, se bañan y danzan a su alrededor. Se sientan al borde de las calles, pasan bailando, saltando, corriendo, juntan el agua que corre en las cunetas y suavizan sus pies y sus manos con el líquido que corre tan alegre como ellos por los costados.
Se les unen a los niños, los jóvenes y también, algunas veces los adultos. En ese instante todos son buenos, el agua ablanda las durezas que han adquirido en ciertos caminos, en esos instantes son buenos, en esos momentos se olvidan de las penas, las condenas y las eternas peleas contra el mundo…
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