Si lo dice Tomás García de Zúñiga
Volvemos a los tiempos en que Rivera era subordinado de Artigas, un par de años después de Guayabos y uno más tarde del «cepillazo ortográfico». El 23 de mayo de 1817 en «Campo Volante en la Calera, costa de Santa Lucía Grande», treinta y seis comandantes y jefes de Artigas, entre los que se encontraban Rufino Bauzá, Manuel Oribe y García de Zúñiga, elevando todo el poder a las bases... acuerdan «unánimemente que, en atención a no existir la debida reciprocidad y confianza entre el actual comandante general, don Fructuoso Rivera, y el cuerpo de oficiales subscribientes para continuar la defensa de la patria bajo sus órdenes, elegíamos para jefe interino del ejército al coronel ciudadano Tomás García...» Le dan garantías al «Jefe de los Orientales» y le solicitan que «verifique» la decisión (de sustituir a Rivera) para que «los comandantes y oficiales de la vanguardia» puedan «prestar sus votos en quién los merezca para desempeñar aquel cargo...».
Cuatro días después, Tomás García de Zúñiga le escribe a Otorgués, que no le quedó otro camino que aceptar el mando porque «todas las órdenes de D. Fructuoso no sólo eran desobedecidas, sino altamente despreciadas, gritando hasta los soldados que no lo querían para que los mandase (...) blasfemando contra Rivera, me protestaron que, si no los mandaba, pondrían en ejecución su (...) designio de marchar a la Colonia». La misma carta explica luego que «se presentó don Fructuoso con toda la tropa de la vanguardia, amenazando atacarlos» y los oficiales desconformes «se prepararon para resistirlo con más ansia que si fuesen portugueses». La mediación de Barreiro y la disuasión de Lavalleja apaciguaron las aguas. Pidiéndole a Otorgués que interceda ante su primo Artigas para que no se le mantenga en un cargo que, dado como lo obtuvo, le resulta «insoportable»; García de Zúñiga le deja de paso su opinión muy personal sobre Rivera: «Desengañémonos, el hombre es sumamente odiado. Le falta política y modo para gobernarse, y le sobra mucha altanería y orgullo. Yo mismo, que iba revestido de toda moderación, como un mediador, interesadísimo en evitar toda efusión de sangre, fui insultado por él, y mucho más el oficial que me acompañaba. Si nuestro general se empeña en sostener a un hombre aborrecido con tanta generalidad, sin escuchar el clamor de tantos, ya podemos hacer los funerales a nuestra patria; yo preveo esta fatal desgracia, y al fin todo se habrá perdido por un solo individuo».
Y si bien este «solo individuo» al que se refiere el autor de esta misiva, pudo hacerle «los funerales» a «la patria», tamaña muerte no podría ser la obra solitaria de alguien. El propio Tomás García de Zúñiga no le iría demasiado en zaga a Rivera. Ambos fueron más realistas que el rey, cuando adhirieron a la causa portugo-brasilera.
Es en este mismo 1817 que «Artigas llegó a enterarse y a interrumpir los auxilios que, sin anuencia, le enviaban desde Buenos Aires a Rivera, e hizo regresar a Buenos Aires al oriental Adriano Mendoza, mensajero de Pueyrredón, amenazándolo con fusilarlo. (...) El 25 de febrero del 17, Pueyrredón le escribía a San Martín, diciéndole: "Me estoy entendiendo con Rivera"»(Lockhart, ya citado).
Nos reubicamos nuevamente, en el entorno de «la paliza» (la verdad es siempre la verdad aunque no tenga remedio, canta Serrat) que reciben las fuerzas artiguistas en Tacuarembó, en enero de 1820 -un año después de las noticias que diera a conocer el periódico francés- Gorgonio Aguiar, según la memoria de Ramón de Cáceres, le cuenta a Artigas en el paraje de Mataojo que «D.n Frutos, cediendo a la influencia de personas muy notables en el pays (se confirma lo de la elite antes aludida), estaba unido, o al menos en relación con los portugueses». El 25 de ese mismo mes «Lecor escribía desde San José que personas de íntima amistad con Rivera lo habían ya seducido para "ponerlo de acuerdo conmigo en el caso"»(Lockhart, ya citado).
Un mes y algo después, el 2 de marzo, en Tres Árboles sobre el Río Negro, Fructuoso Rivera admite la «obediencia del Gobierno (portugués) de la capital para evitar los males que se seguirán necesariamente de cualquier resistencia de mi parte». Entre ellas una inmediata y muy personal, dado que mientras estudiaba las propuestas del genuflexo Cabildo montevideano «se le presentó con gran aparato de fuerzas e imponente actitud militar, el teniente coronel (lusitano) Manuel Carneiro» (Eduardo de Salterain y Herrera. Revista Histórica. 1956).
No está demás recordar aquí, el aporte que incluyó Isidoro de María, en su biografía más completa sobre Artigas (año 1879): «Lecor, conforme a las instrucciones que tenía del Marqués de Aguiar, de fecha 5 de junio de 1816, ensayó el medio de un sometimiento pacífico con Artigas. Le propuso el goce de sueldo de Coronel de infantería portuguesa, su retiro a Río de Janeiro u otro cualquier punto del reino de Portugal para residir, a condición de que disolviése sus fuerzas y entregáse sus armas y municiones. El altivo caudillo rechazó con altura las proposiciones», como las llama de María, concuñado de Artigas y ferviente partidario de Rivera.
Presto y pronto, Don Frutos -que había desacatado la orden de Artigas de cruzar a su encuentro con sus tropas a Corrientes- saluda a los conjurados en el Tratado del Pilar en contra de su ex comandante y alaba a «los inmortales López, Ramírez y Sarratea, tan libres como los tres suizos que iniciaran la felicidad de su patria...». ¿Prehistórico antecedente del origen de «nuestra» Suiza de América?
Comenta Eduardo Acevedo que «si esas fuerzas lo hubieran acompañado a Corrientes, es probable que la suerte de las armas le hubiese sido favorable y entonces las Provincias Unidas habrían decretado la guerra al Brasil, como complemento obligado del derrumbe de las autoridades que habían pactado la conquista de la Banda Oriental. De ahí seguramente la amarga reconvención que el coronel Cáceres (en sus conocidas memorias) pone en boca de Artigas: "que Rivera tenía la culpa del triunfo de los portugueses"». Lo cual, por más ilustres que sean las referencias no deja de ser materia opinable, por aquello tan viejo de que la Historia es como es y no como nos hubiera gustado que fuera.
En tanto algunos tenientes de Artigas le siguieron para dirimir cuentas con los bonaerenses y otros quedaron prisioneros sufriendo el oprobio de lsla das Cobras en «el Janeiro», Rivera asumió el comando del Regimiento de la Unión, con asiento en Canelones, con el rango de Coronel, acatando la autoridad portuguesa, recibiendo «continuas dádivas de sus nuevos amos», al decir del oficial argentino Tomás de Iriarte en el primer volumen (también) de sus Memorias.
Pudo don Frutos, de quererlo, manejar pasivamente la nueva situación, sin embargo incide en el mejoramiento de las relaciones con «el gobernador» de Entre Ríos, Pancho Ramírez, justamente cuando éste va en frenética carrera en pos de Artigas. Apenas tres meses y algo, después de rendirse en Tres Árboles, el novel coronel cisplatino le escribe a Ramírez, le señala, al parecer el único impedimento que existe para la paz y la fraternidad a un lado y otro del río Uruguay: «Más para que el restablecimiento del comercio tan deseado, no sea turbado en lo succesibo, es de necesidad disolver las fuerzas del general Artigas, principio de donde emanaran los bienes generales, y particulares de todas las Provincias, al mismo tiempo que será salvada la humanidad de su mas sanguinario perseguidor. Los monumentos de su ferocidad existen en todo este territorio; ellos excitan a la comparación... mucho más a la venganza. Por estos principios han reconocido el mas tierno placer todos los orientales al nuevo gobierno, que les prestaba todos los beneficios que nacen de la paz. (...) Montevideo, 5 de junio de 1820. Fructuoso Rivera....
El opaco caudillejo entrerriano todavía no la había recibido cuando, ¡vaya
casualidad! le manda una a Rivera, el 31 de mayo, pidiéndole apoyo a su «digna» cruzada. Rivera, apurando los chasques, responde: «Todos los hombres, todos los Patriotas Deben sacrificarse hasta lograr destruir enteramente á D. José Artigas; los males que ha causado al Sistema de Libertad e Independencia, son demasiado conocidos para nuestra desgracia, y parece excusado detenerse en comentarlos, quando nombrando al Monstruo parece que se recopilan. No tiene otro sistema Artigas, que el de desorden fiereza y Despotismo es excusado preguntarle, cual es el que sigue. Son muy marcados sus pasos, y la conducta, actual, que tiene con esa presiosa Provincia Justifica sus miras y su Despecho.
El suceso de Correa (Jefe de la vanguardia entrerriana vencido por el comandante artiguista de Misiones, Javier Siti, en Arroyo Grande), me ha sido sensible y puedo asegurarle que todos han sentido generalmente que hubiese conceguido Artigas este pequeño triunfo. Yo Espero y todos que Usted lo repare...»
Rivera, en este nuevo rol asumido a principios de este mismo año al servicio del Barón Lecor; no espera a que los acontecimientos se precipiten por sí mismos. Hace gestiones, intermedia, juega de enlace entre portugueses, porteños y ex artiguistas; le agrega a Ramírez: «... y para que Usted conosca mi interes diré lo que he podido alcanzar en favor de Usted de S.E. el Señor Baron de la Laguna.
S.E. apenas fue instruido por mi de sus Deseos y me contestó que había sido enviado por S. M. para proteger las legitimas autoridades haciendo la guerra, á los anarquistas, en tál caso concidera á Artigas, y como autoridad Legítima, de la Provincia de entre Ríos á Usted. De consiguiente para llebar á efecto las intenciones de S. M. me previene, que abise á Usted que estaban prontas sus tropas, para auxiliarlo, y apoyarle como le convenga y para Este puede Usted mandar un Oficial de confianza, con credenciales bastantes al Rincon de las Salinas, donde se hallará el General Saldaña con quien combinará el pnto ó puntos por donde le combenga hacer presentar fuerza e igualmente la clase de movimientos que deven hacere. Usted persuadase que los deseos de S. E. son que usted Acabe con Artigas y para esto contribuira con Cuantos Auxilios, Están en el Poder.
Con respecto á que yo vaya á ayudarle puedo asegurarle que lo conseguiré, advirtiendole que devo alcanzar antes permiso Especial del Cuerpo Representativo de la Provincia (¡gaucho guapo nunca pone excusas!) para poder pasar á Otro, más tengo fundadas Esperanzas, en que todos los Señores que Componen este Cuerpo no se opondrán, á sus deseos ni a los mios cuando ellos sean Ultimar al tirano de nuestra tierra. (...) En todos casos quiera contar con la amistad de su atento So. Sor. y Amigo Q.B.S.M. Fructuoso Rivera» (Oscar Montaño. Umkhonto. Historia del aporte negro-africano en la formación del Uruguay. 1997). (13 de junio de 1820).
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