Con El escritor y sus fantasmas pasé al estadio superior del crimen organizado: practiqué lo que siempre planifiqué, robarme un libro sin que me descubrieran. Digo organizado con toda la impudicia del mundo porque me organicé muy bien para hacerlo, pero estaba demasiado solo, lo que hizo que madurara esta inclinación y me empujara a repetir la acción criminal, unas veces exitosa, otras fallida. Un día terminé frente a un policía que luego se echó a reír y hasta le pidió al librero que se quedara quieto. Se trataba de un policía extraño. Yo creo que había leído a Sabato o a Kafka.
No hay comentarios:
Publicar un comentario