Mariño, Ricardo Máximas y mínimas sobre estimulación de la lectuRA
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1. Querido docente: si alguna vez al salir del cine alguien te detuvo en la vereda y te pidió que escribieras tres finales distintos para ese argumento, y esa experiencia te agradó y notaste que mejoró tu comprensión del filme, entonces está muy bien que continúes pidiéndoles a los alumnos que después de la lectura de un cuento señalen palabras esdrújulas, sensaciones olfativas o terminaciones en aba.
2. Desconfía de los cuentos y novelas que sirvan para enseñar algo muy concreto. Si el libro demuestra claramente que los dientes deben cepillarse todas las noches, que no hay que discriminar a los asiáticos y que los enanos son personas, probablemente no tenga mucho valor literario. Las grandes obras literarias no enseñan nada, al menos no directamente, y, al contrario, crean encrucijadas que provocan más preguntas que respuestas.
3. Es mayor el número de niños que adora nadar a partir del disfrute del agua, que los que aman la natación gracias a los juegos organizados por el profesor de la colonia. Incluso, hay pequeños que ven al profesor como un obstáculo entre él y el placer de la pileta, y se cuentan por miles los que odian las colonias de vacaciones justamente a causa de los juegos organizados por el profesor. Vale decir: no le adjudiques tanta importancia a las técnicas de estimulación de la lectura. Se sabe de niños que han comenzado a leer un libro sin el concurso de un saltimbanquis.
4. Un buen escritor suele ser un individuo feo, de escasa simpatía y que apenas sabe hablar en público. Un animador de fiestas infantiles dice mejores chistes, canta con más gracia y tiene mejor comunicación con los chicos. Es común que los dos publiquen libros para niños. A la hora de elegir un libro, no está mal tener presente que quien se dedica a la literatura es el primero.
5. Cuando un medio gráfico le hace un reportaje a un escritor de literatura infantil, manda a una colaboradora del diario o revista que no tiene idea del tipo de entrevista que está haciendo. Mientras discurre el reportaje, el escritor se pregunta cómo llegó esa chica tan linda a trabajar en la página cultural. El escritor sólo es capaz de pensar una respuesta: el jefe de sección quiere convertirse en su amante. El fotógrafo que acompaña a la chica sí tiene una idea concreta. Esa idea se expresa en el tipo de foto que quiere sacar: el autor sentado en el suelo, rodeado por sus propios libros; el autor, posando entre juguetes de su hijo; el autor en una plaza, sentado en un tobogán; el autor charlando con una marioneta. La idea del fotógrafo es bien precisa: alguien que se dedica a la literatura infantil es infradotado.
6. Hay que discriminar. Las editoriales publican cientos de títulos por año y a cada uno lo presentan como un gran libro. Sin embargo, un gran libro es una especie de milagro. Un gran libro deja huellas profundas en las personas y frecuentemente los gana como lectores para otros libros. Un mal libro, en cambio, es una poderosa máquina de alejar gente de la lectura. De los cientos de títulos que se publican por año la gran mayoría son literariamente intrascendentes. Siendo muy generoso se podría decir que por año aparecen dos o tres libros muy buenos. El papel de alguien que quiere promover la lectura es ubicar esos dos o tres libros. Nadie va a hacer ese trabajo por él. Y no hay una máquina de detectar grandes libros. Para complicar más las cosas, esos dos o tres libros no son los mismos para todo el mundo.
7. Leer es más trabajoso que mirar. Dicho brutalmente, los dibujitos que llamamos letras son representaciones de ruidos que llamamos palabras que a su vez son representaciones de las cosas. En el televisor, en cambio, están directamente las cosas (la imagen de ellas). Es más trabajoso leer que mirar. Pero recordemos que correr tras una sola pelota que se la disputan veinte chicos valiéndose de patadas y empujones es más trabajoso que quedarse sentado en un banco de la plaza mirando comer a las palomas. Curiosamente, los chicos prefieren el fútbol a quedarse sentados. Debe ser que lo muy placentero hace olvidar lo trabajoso de su consecución. Los buenos libros hacen olvidar el trabajo de leer.
8. El dios Hermes es el patrón de la lectura, en virtud de su papel de mensajero entre los dioses y los humanos. Hermenéutica es la palabra que designa la actividad de interpretación de los textos sagrados pero también tiene un uso más general para nombrar todo acto de interpretación de textos. Ayer nomás toda la educación era religiosa. La tradición religiosa en la educación, orientada a formar moralmente a partir de textos que enseñan lo que una institución, la iglesia, cree que se debe enseñar, es la matriz arcaica a la que responde esa tendencia todavía existente en el ámbito docente, por la cual de un texto literario se puede y se debe extraer una enseñanza sintética, definida y, curiosamente, buena. ¿Por qué esa arbitrariedad? Porque esa actitud conecta con aquella posición hermenéutica que da por sentado que en lo escrito (sagrado) sólo puede haber mensajes edificantes. Bajemos a Hermes de la palmera. La maestra no es Hermes. Hermes no existe, o todos somos Hermes.
9. Es más fácil hablar de la penetración del imperialismo y de la desnutrición infantil, que escribir buenos cuentos y novelas. Acaso resulte tan difícil hacer bien una cosa como la otra, pero convengamos que son dos actividades distintas. O sea: a la hora de elegir un autor es mejor tener en cuenta no tanto lo que dice como lo que escribe, aunque lo que diga sea muy justo. El par obra-autor no es tan transparente como se cree. Recordemos que el católico Graham Greene buceó como pocos en zonas oscuras del deseo y el sexo, que el fascista Céline escribió una maravillosa novela, que el conservador Borges renovó la literatura argentina, y que según Marx el mejor y más despiadado retrato de la burguesía fue hecho por el monárquico Balzac. No basta con coincidir sentimental o ideológicamente con los dichos de un escritor. No basta con salir entusiasmado de su charla e identificarse con sus dichos. Además hay que leerlo. Y criticarlo. Y discriminar la parte de su obra que nos satisface como lectores y la que no.
10. Cuando los autores visitan una escuela los chicos hacen siempre las mismas preguntas. Las más repetidas son "¿De dónde saca las ideas?"; "¿A qué hora y en qué lugar de la casa escribe?"; ¿Qué hace cuando no escribe?"; "¿Con quién vive?"; "¿Cuánta plata gana?". Son preguntas horribles, superficiales, no literarias y todos los autores estamos hartos de contestarlas. Si yo pudiera estar diez minutos a solas con Juan José Saer, John Irving o William Shakespeare, les preguntaría: "¿De dónde saca las ideas?"; "¿A qué hora y en qué lugar de la casa escribe?"; ¿Qué hace cuando no escribe?"; "¿Con quién vive?"; "¿Cuánta plata gana?".
11. Los chicos son raros: en lugar de interesarse por el aleteo de una mariposita que salta de flor en flor, en un mar de diminutivos, adjetivaciones empalagosas y maravillosos sentimientos, prefieren la música que producen las cabezas que caen rebotando desde la vela mayor en una buena trifulca de piratas. También prefieren el humor, el miedo, el ingenio, lo absurdo, el amor, el drama, y en general cualquier ficción que los haga experimentar alguna intensidad. Un chico siempre es peor de lo que su abuelita y la directora del colegio desean, pero no demos por demostrado que se deba a las ficciones que consumen. No está probado que el Petiso Orejudo, Jack el Destripador, Videla o Bush hayan sido grandes lectores de Salgari.
12. La cantidad, no hace a la calidad. Las maratones que premian al niño que lee más libros por mes no deben estimular tanto al que lee con verdadero gusto, como al niño/concursero, al niño/botón que busca la aprobación de los mayores, al niño/zapping y al niño/Tour por Europa 15 países 15 en un una semana. ¿De qué otra manera se pueden leer treinta o cuarenta libros en treinta días? Y no olvidemos al general Pinochet, a quien le preguntaron "¿qué tipo de lecturas, prefiere, general?", a lo que él respondió: "Filosofía, Historia, Literatura, Economía, Política, Ciencia e Historia de las religiones"; "¿Y en qué momento lee?"; "Diez minutos antes de dormir".
13. La expresión "técnicas de estimulación" tiene connotaciones sexuales. Rápidamente uno la asocia con una señora que ante los reiterados fracasos nocturnos del marido, compra un manual de estimulación y trata de seguir sus consejos por incómodos, extravagantes y poco naturales que resulten. El marido la mira hacer, un poco desorientado. Piensa que se está perdiendo Fútbol de Primera y que seguro que el lunes a la mañana el Rastrojero no va a querer arrancar. "¿Hay posibilidad de provocar el deseo mediante procedimientos técnicos?", se pregunta la mujer. A la mañana siguiente llega al aula —es maestra—, y piensa en el juego de estimulación de la lectura que tenía preparado para ese día. También recuerda que anoche, finalmente, el Rastrojero no arrancó. Deja de lado el juego. No sabe qué hacer. Ya que no sabe, hace algo que tiene ganas de hacer desde hace tiempo: leer un cuento de Borges. Ni siquiera es literatura infantil. El cuento se llama "Episodio del enemigo" y una amiga hace tiempo le dijo que era muy bueno. Trata sobre un anciano al que otro anciano viene a matar por un altercado que tuvieron cuando eran niños. Mientras lo lee se olvida de los chicos, de la escuela, de las técnicas de estimulación de la lectura y del mundo en general. Cuando termina, se da cuenta de que los chicos siguieron su lectura con mucho interés. Los chicos le piden que lea otro cuento de ese libro. Ella no sabe si encontrará otro que también les guste a los chicos. Les promete que al día siguiente buscará otro. Les dice a los chicos que saquen los útiles. Mientras los ve revolver en las mochilas decide que esa noche o la noche que sea, con su marido, tendrá en cuenta en primer lugar su propio deseo, su propia estimulación. Moraleja: el deseo es el deseo del otro.
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