La cartica de Rivera |
UN prócer "PALANGANA"
En la página 212 del primer tomo de mi libro "Artigas Ñemoñaré Vida Privada de José Artigas: Las 8 mujeres que amó. Sus 14 hijos DEVELANDO SU OSTRACISMO Y SU DESCENDENCIA EN PARAGUAY", primera edición en diciembre de 1999, se publica, casi completa, la carta de Rivera a Ramírez, cuyo original Eduardo Picerno ubicó por estos días en el Archivo de Corrientes y nuestro buen amigo Roger Rodríguez divulgó en "La República" el 23 de setiembre de 2007, causando un interesante revuelo. La vi por primera vez, gracias a Oscar Montaño que portaba el ejemplar "El Levantamiento de 1825. Preliminares. La Cruzada Libertadora" de Antonio M. De Freitas, del año 1944. De allí Montaño la transcribió en su obra "Umkhonto Historia del aporte negro-africano en la formación del Uruguay", del año 1997 (página 200) y extrajo el facsímil manuscrito del original (páginas 241 a 245). Al intentar aportar algunas nuevas reflexiones al respecto, y luego de observar los comentarios de última hora generados a raíz del artículo de Roger, llegué a la conclusión que aquel enfoque en el que incluí la tan mentada misiva, está todavía, demasiado al día, como para no volver a proponerlo. Los lectores dirán si estamos o no en lo cierto. Por lo tanto les invito a repasar aquí las páginas 203 a 225, del primer Artigas Ñemoñaré:Hijos de Artigas y soldados de Rivera
Por tratarse esta investigación de iluminar lo mejor que podamos las vivencias de las mujeres que constituyeron familia con Artigas, también la de sus hijos, y teniendo en cuenta el solo hecho de que Fructuoso Rivera haya sido el actor aglutinante de la carrera militar de los tres Artigas y hasta el protector -junto a su esposa- del menor; alguien puede concluir, en que por esta sola actitud, fue «Don Frutos» un hombre ejemplar.
El modelo más a mano que tenemos, el del autor Thévenet, refleja perfectamente la idea que se ha hecho carne en el imaginario social uruguayo por décadas y décadas; cuando menciona a Fructuoso Rivera lo hace con términos como «glorioso» o «valeroso jefe oriental» o conceptos tales como éstos: «acude Rivera ... llevando a su lado a Santiago, al hijo del que había sido su jefe en Las Piedras y del que era su hermano en las supremas aspiraciones del patriotismo...»; insiste en otras páginas sobre «la vinculación estrecha entre ambos caudillos y el respeto que mutuamente se guardaban» ... «tan leal era el triunfador del Rincón a esa amistad con Artigas...», etc. La honestidad de Thévenet -para quienes hemos visto hasta el apasionamiento que puso en su denodado esfuerzo por hacer justicia con la estirpe artiguista que nos ocupa- está absolutamente libre de cualquier tipo de cuestionamiento. «Publicistas» de la Historia han trabajado con ahínco durante largos períodos de la vida de nuestro país, desde un ángulo estrictamente subjetivo, para darle buena imagen al «triunfador de Guayabos». Cientos y cientos de miles de uruguayos de distintas generaciones han creído en ella de buena fe.
Observemos qué depara el lado oscuro de la luna.
El 14 de febrero de 1819 -un año previo al desastre de Tacuarembó que marca un antes y un después en el destino del artiguismo; medio año previo a la separación de Melchora y José Gervasio; y con este último en el Queguay planificando el inicio de «las hostilidades de nuestra parte» en las Misiones, el ataque combinado con Andresito- en París, el «Journal du commerce» hace pública la noticia de que «...un coronel Rivero («Don Frutos») capta el favor público y se propone, dicen, suplantar a Artigas». Principios del diecinueve, muy lejos todavía de una derrota definitiva de Artigas, el plan recambio es noticia en Europa.
Lo del «favor público» se refiere, obviamente, a la elite portuaria montevideana, «goda» a más no poder, por ello tanto tiempo sitiada y por esas épocas entusiasta pro lusitana, luego ¡pro portuguesa! cuando surge Brasil -por siempre europeísta y conservadora al fin y al cabo- que, vaya si habrá buscado un nuevo «jefe de los orientales», conciliador, con «juego de cintura», «pragmático», o mejor de «utilidad práctica»... hasta que lo encontró. Para que con esa impronta capitaneara el barco de la nación en gestación hacia una futura Suiza en América, lo más distante posible del «desierto», o «el lejano norte», tan cercano de la «banda de los charrúas».
Cierta historiografía oficial ha pretendido asignarle a la batalla de Guayabos casi tanta o más importancia que a la de Las Piedras, reduciendo el tema a algo así como «cada héroe con su batalla», la de Sarandí sería la que corresponde a Lavalleja. Comparar con cualquier otra, la magnitud que significó la victoria de «nuestro mayo» del año once, sólo tendría algún valor si trasladáramos este acontecimiento al contexto continental, y aun en él pocas se le igualan; fue justamente para Indoamérica que tuvo una enorme trascendencia como envión emancipador. Pero en esta historia «uruguaya» tan tergiversada de cada día, ya no se trata, al parecer, de cuál batalla fue la mejor ganada, sino por quién. Y es por este andarivel de indagación, que seguimos un reciente enfoque de Jorge Pelfort (Busqueda. 9/1/1997):
«Fue sin duda a muy poco tiempo de la gran victoria de Artigas sobre las tropas directoriales de Dorrego, en la batalla de Guayabos (10/1/1815) que comenzó a urdirse la espuria versión de que el comandante en jefe en la triunfal jornada no habría sido el propio Artigas, sino su comandante de milicias en dicha oportunidad, el capitán Fructuoso Rivera. Sin ninguna documentación seria que la avale, ella ha sido impuesta desde tiempo inmemorial en nuestros textos de enseñanza..
En momentos en que la batalla se encontraba en su momento decisivo, Artigas envía a Bauzá por medio de su ayudante Faustino Tejera, conminándole: "Ataque Ud. de firme, no entretenga el tiempo en guerrillas, pues Ud, sabe lo escasos que estamos de pólvora"... ¿Quién era y qué hacía por allí el ayudante Faustino Tejera? ¿Pasaba de casualidad o vino de curioso creyendo que se trataba de un festejo?... Dos décadas después, cuando el coronel Faustino Tejera -sostenedor militar y político de Rivera- solicita sus reconocimientos de servicios militares, el coronel Andrés Latorre, segundo de Bauzá en Guayabos, atestiguará... "que el Coronel Don Faustino Tejera sirvió a los ejércitos de la República desde el año 1811... habiendo sido en la acción de los Guayabos ayudante directo del general Artigas"... ¿Qué andaría haciendo Artigas por Guayabos dando la orden decisiva del triunfo?... ¿Estaría pues, Artigas, actuando como comandante en jefe o como mero "apuntador" refrescándole el libreto al juvenil capitán de Blandengues (Rufino Bauzá)?... Lo hacía muy sabiamente, desde una prudencial distancia, consciente de que él y nadie más que él, representaba La Causa de sus coterráneos.
En cuanto a la teoría del capitán de milicias Rivera comandando la batalla -prosigue Pelfort-, resulta aún más absurda... Sin antecedentes militares de valía a ese momento, resulta impensable que Artigas, que no se encontraba ni enfermo, ni en goce de licencia, ni mucho menos, se le ocurriera otorgarle el mando de una fuerza cuyo núcleo principal lo constituía nada menos que el cuerpo de Blandengues... Un mes atrás... don Frutos había aplicado un bofetón a un blandengue, lo que hizo que sus compañeros, que se destacaban por un muy quisquilloso espíritu de cuerpo, le atacaran, según Isidoro de María "despojándole hasta de sus vestidos, escapó providencialmente de ser la víctima del desenfreno de los sublevados". La oportunísima llegada de Lavalleja evitó que las cosas pasaran a mayores. Narra Bauzá que Artigas convocó de inmediato a una junta en Corrales, ordenando "...se presentasen todos los jefes y oficiales para informarle de los sucesos pasados. Con más o menos detalles, refirieron todos lo que sabían... En cuanto a Rivera, no profirió palabra..." ¿A quién se le puede ocurrir que a consecuencia de tales hechos Artigas, caudillo nato, pudiera concebir la estrafalaria idea de renunciar a la dirección de la batalla tan decisiva para confiársela justito a Rivera, recientemente repudiado y vejado por bastante más de la mitad de las tropas a comandar?
(...) Si Rivera o Bauzá, militarmente dependientes de Artigas, hubiesen sido los triunfadores de Guayabos, ¿qué demonios se han hecho los insoslayables partes de su victoria?... sencillamente jamás existieron porque el triunfador, Artigas, no se iba a escribir un parte a sí mismo con la mano derecha para recibirlo con la izquierda (...) un oficio del general Viamonte al Directorio, fechado el 13 de enero en costas del Uruguay, notificándole de "...el suceso del 10 del corriente entre el Cnell. Dorrego y caudillo Artigas" (es) la única mención que se conoce de parte de los derrotados acerca de su contrincante en Guayabos».
Agregamos ahora, por intermedio de Carlos Maggi (Artigas y su hijo el caciquillo. 1992): «El día siguiente del triunfo en Guayabos, Artigas le escribe a Baltasar Ojeda indicándole que debe organizar el regreso de las familias a las costas del arroyo Mataojo», y destaca «la primera frase de esa carta... signada por el entusiasmo...: "Mi victoria, victoria, victoria sobre los de Buenos Aires, es a favor de los orientales".»
Como si hubiese adivinado intenciones de «piratearle» el comando de la batalla. Agrega Pelfort que quienes citan la frase la traducen «distraídamente al plural como "Nuestra Victoria...", útil, aunque no fundamental adulteración a los efectos de seguir ambientando la eterna falacia».
Ese formidable revisionista que fue Don Luis Alberto de Herrera, se afilia a la tesis que un gran responsable de esta batalla fue aquel que recibió el terminante oficio de Artigas: «La pasión -publicó en 1947- pretendería, luego, negar el mando superior de Bauzá, indudable, atribuyéndoselo a Rivera...». Y el entrañable negro Joaquín -Ansina- Lenzina, desde el «entrevero» consignó: «...En la isla del Guayabo ... Artigas y Bauzá, con sus hombres ardientes, Como Rivera están, Con sus milicias valientes...»(Ansina me llaman y Ansina yo soy. 1996).
En la misma obra de Maggi, ya citada, éste ubica pormenorizada documentación confeccionada por «tres espías portugueses» que detallan los movimientos inmediatamente posteriores a Guayabos. En todos ellos, José Gervasio Artigas es el único gran protagonista:
«Artigas reunió todas sus fuerzas... Artigas incitó contra Buenos Aires... Artigas tiene el mayor empeño y el mayor interés... Artigas, recelando un ataque (...) llegaron dos caciques de los indios... para unirse al partido de Artigas. Siguieron según sus órdenes... Artigas estaba muy preocupado por la falta de municiones... Artigas no tiene intención de retirarse...» (Joao Carneiro da Fontoura, «Campamento de San Diego, 15 de enero de 1815»).
Las «fuerzas actuales de Artigas exceden el número de 3.000 hombres, casi todos armados, como consecuencia de los muchos armamentos que le han tomado a las partidas de Buenos Aires (en Guayabos)... Artigas reunió todas sus fuerzas dispersas, que mandó atacar las de Buenos Aires (en Guayabos)... el día 10 del corriente se encontraron las dos columnas (...) perdieron los de Buenos Aires 200 prisioneros y muchos muertos cuyo número, dice Artigas, ha de ser de 400 hombres... Después de esto mandó a Otorgués con cerca de 1.000 hombres para la inmediaciones de Montevideo; a Fructuoso Rivera, para Colonia y otrapartida para Paysandú... mandó orden a Blás (Basualdo) para retroceder... Artigas se puso de buen humor... mandó regresar las familias a donde antes estaban...» (Joao dos Santos Abreu, «venido del cuartel general de Artigas después del ataque»). «Artigas está en buena relación con los paraguayos... él procura cumplir su plan de comandar la campaña de Montevideo...» (Antonio Remoaldo, «venido del campo de Artigas después del ataque»).
Artigas, Artigas, Artigas... manda, hace y deshace. Artigas es Artigas. Bauzá, Otorgués, Rivera, Basualdo, Ojeda... cumplen órdenes, lo obedecen.
En pleno auge del máximo caudillo le pasaban estas cosas. Qué dejamos, entonces, para alguien que ni por asomo reunía lauros similares, por más que se tratara de un destacado oficial. «Fructuoso» (como él mismo acostumbraba firmar), al parecer, tampoco ganó la batalla del Rincón en la primavera de 1825, cuando se involucró forzadamente en la Cruzada de los Treinta y Tres Orientales. Los documentos los exhumó no hace mucho Washington Lockhart(Rivera tal cual era. 1996): cuando se produce el avance de las tropas enemigas, Rivera «ficaba encerrado e irremediablemente perdido dentro del Rincón», revela Antonio Gadea de Sena Pereira, soldado de los vencidos. Su testimonio es reproducido por Brito del Pino en El Centenario de 1825: «Servando Gómez, vigilante y dedicado, apenas descubrió el cuerpo de Jardim que traía delantera a su rival Barreto (viniendo los dos a gran galope desde Paysandú, tratando de aventajar uno al otro), fue el primero en comprender, al ver el estado de esa fuerza y el desorden y descuido en que marchaban, que la victoria era fácil. Esperó Servando Gómez pues el momento favorable, y sin prevenir a su jefe Rivera cargó de golpe sobre nuestra fuerza y con tal ímpetu que apenas se pudieron poner en línea 30 o 40 hombres cuyos caballos aún se prestaban para maniobrar. Pero no pudiendo ser secundados por sus compañeros, cedieron al ataque violento del enemigo, y pagaron con la vida su pericia, disciplina y valor. Confusos, envueltos por Servando Gómez, cuyos soldados estaban todos en condiciones de combatir, y perseguidos sin descanso, debieron precipitarse sobre la retaguardia. Siguió así el desconcierto de Mena Barreto, y el triunfo de Servando Gómez fue por lo tanto completo, pues consiguió desbandar ese segundo cuerpo, hiriendo y matando casi sin resistencia y sin peligro».
En sendas cartas a Lavalleja y a doña Fragoso, Rivera se autoproclamó como el gran vencedor. Elogiando a «Servandito», entremezclado entre otros jefes. Se comenta que fue tal el enojo de Servando Gómez, que se puso de inmediato -y por el resto de su vida- a las órdenes de Manuel Oribe. Bien lejos y en contra de Rivera. No obstante ello Don Frutos vuelve a escribirle a su mujer en octubre, a unos diez días de ese choque fundamental para la liberación de los brasileños en el rincón del Uruguay y norte del Negro: «...por tan feliz resultado te felicito haciéndome cargo cual habrá sido el placer que sentiría mama al considerarme vencedor de nuestros injustos opresores...».
Tales, algunos de los hechos que hicieron famoso a don Rivera y que tal vez, terminaron por deslumbrar -entre muchos otros- a tres de los hijos de Artigas.
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