martes, 2 de septiembre de 2008

El vicario Pietro Cattani



en 1219 cuando consigue embarcarse hacia Siria y revivir en Palestina, sobre el mismo terreno que los presenció, los hechos de la vida del Salvador. Este viaje lo hizo en compañía de Pedro Catanni y Elías de Cortona. En este año, Francisco va al campamento del sultán, Melek-el-Kamel y se entrevista con él. El ejército de los cruzados toma Damieta, cerca de Alejandría. Francisco obtiene pocos resultados ante el sultán. Es entregado a los cruzados. Comprobó que su evangelización debía comenzar entre los propios cruzados. Este viaje hubo de interrumpirse súbitamente porque llegaron de Italia pésimas noticias. La dificultad de la regla franciscana había producido ya la primera hecatombe.
Realmente Francisco había sido poco previsor. Había admitido a todo el que llamó a su puerta. ¿No había de reputar inflamado de Cristo a quien se decidía a descalzarse y vestir sayal?. ¿Para que, entonces, someterle a prueba?. El brazo del fundador era generoso. Pero el tiempo se encargaba de despertar en los entusiastas de la llamada aspiraciones muy distintas, no tanto por quebrantar el espíritu del Evangelio, como el específicamente franciscano. Con ello demostraban que no era la ciencia en sí lo que les contrariaba, sino el aparato que comportaba y del cual se beneficiaban tanto los estudiosos como los que no lo eran. Alarmado por tales noticias que un fraile le lleva hasta Oriente, retorna a Italia. Se nombra protector de la Orden al Cardenal Hugolino. Francisco entrega el gobierno de la orden a Fray Pietro Cattani, como vicario suyo. Cuando vuelve, en Bolonia encuentra un centro de estudios verdaderamente opulento. Fue lo primero que Francisco vio al regresar de Tierra Santa. Látigo en mano, obligó a los hermanos a desalojarlo. Francisco intuyó entonces toda la magnitud del peligro. Ya era tarde, no, desde luego, para el espíritu franciscano, pero sí para rescatarlo dentro de la Orden. Reorganizó de arriba abajo su estructura, consiguió de la Santa Sede la imposición obligatoria del noviciado y se dispuso a redactar una regla nueva, más severa aún que la anterior.
En 1221 muere Fray Pietro y es nombrado Fray Elías como nuevo vicario general. En dicho año en el Capítulo General de Pentecostés, Francisco presenta la segunda Regla, que Fray Cesáreo, adornó de muchos textos bíblicos. En este año se aprueba la Regla de la Orden tercera secular por el Papa Honorio III.
La Orden, empero, se le ha escapado a Francisco. No basta este triunfo oficial. Su misma dificultad y las causas que le han llevado a las sucesivas redacciones de la Regla, indican, por sí solas, la hondura del mal. Su misma autoridad espiritual se difunde entre sus hermanos, no como fuego interior a todos y, por lo tanto, común, sino como un extraño prestigio, lejanísimo, que le viene de fuera, rebotado desde el asombro del mundo. La gran aventura, la forma más sublime que en el también, se ha mostrado rebelde a dejarse aprisionar por una Regla. No hay senda tan excelsa ni tan dura y áspera como la de Francisco. No puede dudarse de que, descubierta y mostrada al mundo, tendrá siempre seguidores. Pero, ¿y la Regla?, ¿qué porvenir le aguarda?.
En 1223 compone la tercera regla definitiva en Fonte Colombo que se discute en el Capítulo General. La discusión prosigue en Roma y en Octubre Francisco solicita del Papa la aprobación que llega en Noviembre por una bula de Honorio III. Francisco comienza, con esa amargura profunda que le empuja más hacia su intimidad con Dios, la última etapa de su vida: la que le preparará a recibir y a abrazar a la Hermana muerte. Que para él no tiene la tétrica figura de la danzas de su tiempo ni se presenta como un rechinante esqueleto con guadaña, sino como mansa criatura de Dios.
En 1224 decide retirarse y éste ya es definitivo. Toma consigo a sus tres discípulos predilectos: León, Ángel y Rufino, y se refugia en un peñón inaccesible casi, rodeado de soledad y de naturaleza. No vivirá ya sino para la contemplación, para que se haga carne en él la Pasión de Cristo; como Jesús en el Tabor, Francisco busca un oratorio más apartado todavía, en la misma cumbre de La Verna. Allí, al amanecer del día en que se conmemora la Exaltación de la Cruz, Francisco pide a Cristo que le transmita sus sufrimientos y que le infunda en el corazón la misma llama de su amor. Francisco es escuchado y un ángel resplandeciente, se le aparece dejándole anonadado. Al terminar la visión, Francisco comprueba que el más intolerable de los sufrimientos y el amor más inefable son la misma cosa. Y en su cuerpo aparecen los estigmas del Crucificado.
Aún vuelve Francisco a los caminos. Pero, principalmente, para despedirse de sus criaturas amadas. Cuando lo hace de Clara y sus hermanas que han establecido su convento en la Iglesia de San Damián, cae enfermo de gravedad y ha de permanecer en un chozo que le habilitan al fondo del patio durante muchos días. Su espíritu no cae en postración. Desde su dolor, compone el maravilloso "Cántico de las Criaturas", un exultante gozo por toda la Creación, una acción de gracias tierna e inspirada por todo lo que Dios ha hecho y a lo que se siente unido como hermano auténtico.
Apenas repuesto, debe someterse a una terrible operación de cirugía; le cauterizan la sien para que el nervio óptico enfermo no aniquile por completo la visión, escasa ya. La soportó con entereza, como si la espada del dolor hubiera resbalado sobre su sien luminosa.
Pero el fin se acercaba. Su cuerpo no permitía abrigar mayores esperanzas. Fue trasladado por los hermanos hasta Asís, donde se le alojó en el palacio episcopal que él quiso abandonar para ocupar un habitáculo próximo a la Porciúncula. Su recuerdo se recoge ahora sobre su obra; prevé las dificultades que le aguardan y quiere que, junto a la seca Regla de observancia, perviva su espíritu jugoso, que no es sino el amor inmenso que ha consagrado a los hermanos.
El día 2 de Octubre, Francisco reunió a sus hermanos y, como hiciera Jesucristo la tarde del Jueves santo, repartió entre ellos trozos de pan bendito y también bendice a sus hijos, presentes y futuros. Quiso bajar al corazón de la hermana Tierra desnudo, como de ella salió y cubierto de ceniza, como signo de penitencia por haber vivido. Y el día 3 murió cantando el Himno Morten Suscepi.
Al día siguiente, es enterrado en la Iglesia de San Jorge, en la ciudad de Asís, pero el cortejo fúnebre pasa por San Damián, para que pueda despedirse Clara.
La tierra y las más humildes de sus criaturas conservan el aliento de Francisco. Lo restituyen a quien quiera que se detenga ante cualquier planta y considere que ella está ahí por la voluntad de Dios.

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ustedes se la pasan haciendo piquitos

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