sábado, 13 de diciembre de 2008

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GOMA DE MASCAR, de Rafael Courtoisie. Madrid, Lengua de Trapo, 2008. Distribuye Puro Verso, 332 págs.

LA NOVELA HUMORÍSTICA no es muy común en lengua española. Existe, claro, la novela con sentido del humor, con partes graciosas, con personajes o situaciones cómicas, pero la novela íntegramente humorística, la novela parodia, es más rara.

Y ni hablar de la novela académica. Ese género tan querido por los británicos no tiene correlato en nuestra lengua. Es cierto que en muchos cuentos de autores latinoamericanos es posible toparse con absurdas escenas de college, pero por lo general la cosa tiene más que ver con las diferencias culturales y con la imposibilidad de penetrar en ciertos códigos, que con la vida académica como asunto.

En cuanto a la parodia del relato policial, esa sí cuenta con abundantes versiones, tanto literarias como cinematográficas, además de las que ofrecen las historietas -vehículo de por sí privilegiado para burlarse de todos los géneros.

Goma de mascar se ofrece como un policial absurdo en el que una heroína absurda que había diseñado un absurdo proyecto de reconversión industrial es absurdamente asesinada. La investigación del crimen queda a cargo de un detective borracho y de su ayudante, un homosexual tapado.

Pero la verdadera historia no es la de Kate y su triste muerte, ni la del alcohólico inspector Carson, ni la del sargento gay, sino la de dos infames poetas aspirantes al Nobel que, además, son los principales sospechosos del crimen. Es en torno a las figuras de Joseph Rabbit y José Asunción Valenzuela que se desarrolla lo más divertido de la novela, y es en esa órbita que el relato se aleja de Bustos Domecq para acercarse a David Lodge.

Por otra parte, la galería de personajes insólitos que atraviesan el relato es tan desmesurada como las situaciones que crean, y la obra en general parece una imparable explosión de chistes, citas y reenvíos. Por momentos da la impresión de que el autor escribió Goma de mascar por pura diversión; por obediencia a un incontenible impulso ridiculizador que opera sin piedad sobre la historia y sobre el discurso, en un diálogo incesante con la escritura y sus efectos colaterales. Pero hasta lo más gracioso necesita una tregua, y como no hay tregua en este libro, el lector forzosamente encontrará unas partes más divertidas que otras.

Será porque tantos, desde Almodóvar hasta los hermanos Wayans, desde Woody Allen hasta Roberto Bolaño se han reído de las pulp fictions, que yo encuentro más atractiva la otra parte. O tal vez sea por una razón menos noble: me gusta más reírme de los premios, los poetas, los académicos y los críticos.

S. P.

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ustedes se la pasan haciendo piquitos

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