Judas escapó corriendo del templo tras el incidente protagonizado por Jesús, en el que éste fue detenido y luego ejecutado clavado en una cruz.
Como los otros cuatro del grupo: Pedro, Andrés, Jonás y Otilio, escapó despavorido de la persecución de los guardianes del templo, donde habían acudido —como otros miles de judíos a la Pascua— pero ellos —como muchos otros— para protestar, por los sacrificios de miles de animales, corderos, cabritos, gallinas, conejos, etc., que eran degollados para ofrecer su sangre a los dioses, y porque para el mantenimiento del templo y los sumos sacerdotes habían decretado el pago de impuestos del 13% de todos los ingresos familiares, por orden de los ocupantes romanos, que se quedaban la mayor parte.
Judas tardó más de dos meses en regresar a Nazaret, deambulando por tierras desconocidas, alimentándose de lo que encontraba en unos campos poco fértiles.
Se metió de noche en la casucha en que vivían los 6, a unos 4 km del poblado de Nazaret, donde habían hecho una granja agropecuaria, de cuyas producciones vivían. Las gallinas, conejos, cabras y la burra se habían comido todas las plantas del huerto e incluso los árboles más pequeños, y bebiendo de la pequeña poza-manantial, con que regaban el huerto, para poder sobrevivir.
—Pero esto no tiene nada que ver con lo que nos han contado sobre Judas, y las famosas 30 monedas de oro que le dieron por decirle a los guardias quién era Jesús —exclamó cabreado Gines, al leer lo anterior.
—Y tú te lo habías creído, como todas las patrañas que nos han contado. ¿Por qué le tenían que dar nada a uno del grupo de los alborotadores, cuando a estacazos podían hacerle hablar lo que quisieran?, si cogen a Judas, o a cualquiera otro del grupo, hubieran corrido la misma suerte que el tal Jesús —le espetó Damián, y continuó—: lo mejor no lo has visto. Judas, el único del grupo que sabía escribir el griego, la lengua que se hablaba y se enseñaba a escribir en todo el oriente medio, dejó un relato-memorias escondidos en un jarro de cerámica, enterrado en un hoyo de más de 2 m de profundidad en la esquina de la casucha del huerto.
Este escrito cayó en manos de la Federación de Ateos de España, que lo ha publicado tal cual les ha llegado, ya traducido al castellano. ¡Agárrate..!
Yo Judas Escariotes, para la posteridad dejo este escrito escondido, “por si como me temo soy apresado y ejecutado como mi mejor amigo Jesús llamado de Nazaret”.
En el pueblo todos sabían que mi amigo no era hijo de José —el carpintero— sino de un tal Javier. Hijo de un ricachón mercader, que estaba liado con unas cuantas mujeres casadas, entre ellas María, la madre de Jesús, y su prima Elizabet, madre de Juan el Bautista.
José repudió a María cuando se quedó preñada, pero los sacerdotes de la sinagoga del pueblo le dijeron que ello sería la ruina para su negocio de carpintero y desistió.
Con 4 años metieron al pequeño Jesús en la escuela-sinagoga —eran la misma cosa—, teniendo que sacarle de ella a poco más de un año después, porque los otros niños le hacían la vida imposible gritándole continuamente bastardo y otras cosas peores.
Con apenas 6 años José le metió en la carpintería como ayudante, que apenas podía mover las maderas más delgadas, lo más útil que hacía era recoger el aserrín, José le regañaba y lo enviaba a casa “con la zorra de tu madre”.
Como ayudante estuvo hasta los 14 años, soportando todas las humillaciones imaginables, hasta que se hartó y se largó de casa aconsejado por su madre, “vete con tu primo Juan a un terreno —donde él está— cerca del lago”, Juan también se había largado de casa traumatizado por las burlas de todos como el “ilegítimo” y en vez de trabajar el terreno se dedicó a bañarse en el lago para lavar los pecados de su madre y los de los hijos del pecado, eso hizo que zambullera a Jesús en el agua —contra su voluntad— cuando éste lo encontró metido en el lago, “te he lavado tus pecados que son como los míos”. Desde entonces le pusieron a Juan de mote “El Bautista”.
—Éste ha enloquecido —se dijo Jesús para sus adentros mientras se secaba al sol tiritando, e intentando después que su primo le acompañara al terreno.
—Yo allí no vuelvo ni atado, me quedo aquí, este es mi sitio y dormiré en esa cueva del barranco.
En el terreno había unos cuantos arbolillos y un chufardo hecho con piedras y techado con ramas secas, una pequeña fuente-acuífero del que bebió Jesús, se tumbó en un camastro y durmió largas horas.
Cuando fui ese día a su casa —como casi todos los días— su madre me explicó lo sucedido, y me fui al terreno indicado. Me encontré a mi amigo haciendo adobes con barro y pajas, le pregunté para qué eran y me dijo que para hacer una casa. Le ayudé todo el resto del día e hicimos más de 100 adobes.
Volví al pueblo y expliqué a los amigos lo ocurrido, y mi intención de irme con Jesús. Unos con más ganas que otros, todos decidieron hacer lo mismo que yo, aunque gradualmente, para no levantar sospechas en la sinagoga que lo controlaba todo.
En los tres meses siguientes construimos la casa y la granja que llenamos de animales poco a poco.
Lo que producíamos, lo vendíamos de forma ambulante por los poblados más próximos, y con el dinero de las ventas comprábamos la ropa y el calzado, así como los utensilios para la granja, y de vez en cuando, los servicios de las putillas deambulantes por la zona que recorríamos. Tres de éstas, Magdalena, Hosanna y Calcita, se vinieron a vivir con nosotros sucesivamente, durante 4 años, luego tuvieron que marcharse, pues supimos que las buscaban, por su desaparición de los caminos, donde prestaban sus servicios.
Así vivimos todos aquellos años hasta la famosa Pascua, durante los cuales Jesús se iba radicalizando e indignando contra el degüello masivo de animales, que los sumos sacerdotes y sus acólitos cometían para ofrecer su sacrificio a los dioses del gran templo de Jerusalén.
Tras muchas insistencias, Jesús nos convenció para que asistiéramos a la pascua con el único propósito de rebelarnos contra la muerte de los animales.
Toda una larga semana de viaje desde la granja hasta Jerusalén, caminando casi siempre, pues sólo llevábamos la burra, en la cual nos montábamos por parejas, y sólo a ratos, para no extenuarla.
Cuando llegamos el templo estaba abarrotado de mesas ensangrentadas con miles de animales degollados, y la muchedumbre de acólitos-criminales arrodillados, ofreciendo sus crímenes a los dioses, Jesús en cabeza del grupo penetró corriendo en el templo, y en su recorrido iba derribando las mesas que había a su paso, el resto del grupo apenas pudimos imitarle. En medio del templo Jesús les gritó a los sumos sacerdotes, “sois una manada de asesinos, y vuestros dioses si son justos os darán el castigo que merecéis con un cataclismo que destruya este templo con todos vosotros dentro” y salió a toda prisa seguido por los compañeros, excepto yo, que me quedé rezagado observando el comportamiento de despavoridos de los sacerdotes.
Pronto llegaron los guardianes del templo interrogando a los acólitos, varios de los cuales les indicaban con las manos hacia dónde habían ido los alborotadores y delante de los guardias fueron hasta el grupo que a media yarda bajo un árbol —donde habíamos dejado atada la burra— comían los restos de las viandas que quedaban en las alforjas.
Ese ha sido, dijeron señalando a Jesús, los guardias lo apresaron y lo arrastraron hasta los sacerdotes, mientras nosotros corrimos a escondernos cada cual por su lado para que no pudieran relacionarnos. Yo volví dos días después por las proximidades y pregunté si sabían qué habían hecho con el alborotador del templo. Lo han clavado en una cruz junto a otros dos, y al día siguiente los han desclavado y arrojado a una fosa común que tienen preparada los romanos para los delincuentes, donde ya se pudren lo menos 50 cadáveres —me dijeron—, es raro el día que no crucifican en grupo a la vista de todo el mundo.
Ni Jesús —mi mejor amigo— ni ninguno de la fosa común fue sacado nunca de ella, pese a ello montaran las mayores mentiras sobre lo sucedido en el templo en aquella condenada pascua, a la que nunca debimos ir.
Para que quede constancia fehaciente firmo el presente.
Yo Judas Escariotes.
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