Ninguneando
Hace tiempo sobrevivo el ninguneo pueblerino
que desata su furia como espada
desde quienes delimitan su zona,
cual perro y su meada.
Nada que se parezca a humildad -se aprecia-
en la gris mirada de quienes ningunean la nada.
Son tiempos dónde los imbéciles deciden;
Son tiempos dónde brilla la perla de utilería…
y el infeliz anda con su chapa indeleble
arrastrando su pesada carga día tras día.
El ninguneador se con-forma con ver su nariz,
adorar al mandamás de turno, re-visar sus deberes;
Acompañar la marcha de la decadencia desafinando.
Es un duro oficio el de andar ninguneando;
Porque a veces,
el menos-preciado no obedece;
Resiste el azote, sigue en la porfía de escribir,
de gritar, de soñar con la esperanza.
Y ahí se pudre todo ninguneramente;
El poeta enciende el verbo;
se desboca la palabra que sale como fuego.
Y quema, arde; Acuchilla sin mirar,
revuelve las mismísimas tripas del idiota,
que temeroso y ruin se justifica.
No se crean que es fácil andar armado con palabras;
Sincerarse en las andadas, lucir poemas como balas.
El ningunero… hurgador de ombligos,
separa la mugre que tira al viento
y se queda ahí con su mano tendida,
su sangre de pato; Su vista fija en la nariz
esperando una limosna a su entrega .
Nada sabe del alma del pueblo,
de la mía y la de ustedes.
Es simplemente… un prestado en esta vida.
Este poema está dedicado a todos los que ostentan el oficio de ninguneador (profesional o de servil nomás). Con él -el poema- pueden hacer lo que consideren necesario, hasta compartirlo o destruirlo.
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