Los tiempos de las vacas flacas muchas veces no nos permiten el lujo de comprar libros infantiles para leérselos a nuestros niños como quisiéramos. Uno puede hacer varias cosas en circunstancias como estas: Recordar los cuentos que nos contaron y contárselos tal como los recordamos, escribirles cuentos con personajes inventados por nosotros, o reinventar los viejos cuentos infantiles.
El cuento estaba allí, era Caperucita Roja, que alguna vieja tía me lo regaló décadas pasadas y dada su sólida estructura, tapas duras, papel de calidad, resistió el paso del tiempo, con gran entereza.
Después de cenar, cuando los niños estaban en su habitación esperando la lectura, me enfundé los lentes, y como un Quijote, lanza en ristre, con el aún brilloso libro en la mano, me senté ante los tres pequeños para intentar leerles, cosa que por otra parte no hacia muy bien, primero porque no existe ningún requisito de buena dicción para ser padre, segundo, porque uno es como la naturaleza quiso que fuera, y contra el destino nadie la talla, dijo Gardel.
Alfredo mostró su veta inconformista diciéndome, "papá este libro es aburrido". "Y lo peor del caso que siempre dice lo mismo", agregó Carlitos, y bastó que "Isabella dijera: "además Caperucita nunca se cambia de ropa…", para saber que si cometía una herejía, dentro de esas cuatro paredes, el mundo no se iba a alterar por eso, ni tampoco el autor del legendario cuento infantil se iba a enterar, jamás-nunca, pero, mis hijos y yo tenemos una versión diferentes de los hechos acaecidos en torno a Caperucita Roja, por una vez, por lo menos y lo pasamos a compartir.
Cómo empieza papá, preguntó Alfredo, "había dos veces, debe decir, si es nuevo, ¿no?, comentó Carlitos, "que no sea siempre en el bosque", sentenció Isabella.
¡No!, dije, y arranqué. El cuento empieza así, niños:
"Caperucita, apagó el play station porque le dolía la cabeza de tanto jugar. Con el control remoto puso en cable, recorrió todos los canales de dibujos animados y una angustia existencial se apoderó de ella. Bob Esponja estaba más insoportable que nunca. Tom y el Coyote, se habían asociado para perseguir a Jerry y al Correcaminos, y atraparlos apenas lo vieran, no importaba quien atrapaba a quien, uno iba a pagar tantas huidas. Los Simpson le parecieron muy intelectuales para su gusto, así que no dudó, apagó el televisor, agarró el casco, porque recordó a Roberto Lucero diciendo, "señor motonetista…", se fue en su pockett hasta el supermercado, compró las frutas preferidas de su abuela a la que iba a visitar en el bosque, pero, antes de hacerlo, sacó su celular, llamó a su amiga Blancanieves, le dijo que después que hiciera novio con el príncipe fuera por su casa así planeaban a dónde ir a bailar el fin de semana. Blancanieves respondió con un "okey", y le dijo que le iba a mandar un mensaje de texto a Cenicienta para que ella fuera también. El único problema que tenía es que no quería que se enteraran los siete enanitos porque cada vez que iban a un baile armaban lío con los pitufos y los teletubies, esas barras juveniles que toman una de más y piensan una de menos.
Salió rauda al bosque, a la vera del camino, tres o cuatro árboles más allá estaba el lobo feroz, tan feroz y tan atroz, chateando con el Carlanco, que hasta las piedras arranco. Feroz no sabia si se manducaba a la abuela de Caperucita o se internaba más adentro del bosque y se merendaba de vuelta y vuelta a los tres cerditos. El Carlanco por su parte estaba indeciso, porque tenía que ir a un Congreso de Ogros y no tenía ropa para ponerse, todo le quedaba chico. El lobo le recordó que Hulk andaba con las ropas todas rotas de tan chicas que le quedaban, y que a Bill Bixby, el otro yo del monstruo verde, ya no le daban crédito en ninguna tienda.
En esos momentos pasó Caperucita Roja rumbo a la casa de su abuelita y el lobo recordó que era uno de los organizadores del concurso de belleza Top Model Forest. Buscó en su agenda el número del celular de Caperucita, la llamó y le dijo que precisaba sacarle una foto para el certamen. Caperucita le contestó que se producía un poco y luego iba, pero, le puso sobre aviso que si participaba su amiga Cenicienta, que llevara otro par de zapatos, poque la muy chucara siempre salía corriendo de los bailes y perdía uno cada vez.
El lobo salió de su casa, y como su moto era más veloz que la de Caperucita llegó primero a la casa de la abuelita, y allí, entró por el fondo, le sacó todos los frascos de dulce que tenía la anciana y los repartió entre los animalistos pobres del bosque: "Tengo un complejo de Robin Hood que me vuela la bata", dijo en voz alta, tanto que el picapalos se detuvo confundido y las ardillas se alborotaron pensando que era el Pepe Mujica quien hablaba.
Feroz vio que la nieta traía más comida, entonces se puso la ropa de la abuelita, que un rato antes había ido a cobrar la pensión y a darse una vuelta por AJUPENSAL, para tomarse la presión, jugar al rummy canasta y para averiguar algo más sobre la Reforma Tributaria, y todavía no había regresado. Se acostó en la cama perfumada con alcanfores, lo que le produjo alergia al lobo, y estornudó siete veces sin parar.
- Que resfrío tienes abuelita.
- Y con estos cambios de temperatura, la contaminación ambiental y los piquetes de los gérmenes patógenos que no dejan pasar los remedios, ya no sé que hacer…
- Te traje frutas de las buenas.
- Déjala en la cocina.
- Abuelita, no te bañaste hoy, tenés un olor que…
- Se me terminó el desodorante que me regalaste el año pasado, y el jabón de tocador me lo pidió prestado el leñador y no me lo devolvió.
- Le voy a decir a mi novio que te traiga uno, también shampoo y brillo, así estás soberbia como siempre.
- ¿Quién es tu novio?, ¿el lobo feroz?.
- Ese, me arrastra el ala, pero, yo no soy gallina.
- Vení, dale un besito a tu abuelita.
- ¿Te sacaste la dentadura postiza abuelita?, te quedó tan grande la boca.
- No, simplemente empecé hacer gimnasia con la mandíbula.
- ¡Que manos peludas que tiene abuelita!.
- Es que la peluquera del árbol de a la vuelta no viene a depilarme desde hace tiempo.
- ¡Que hocico tan negro que tienes abuelita, parece una berenjena tu nariz.
- Sos igualita a tu madre Caperucita, para criticar la primera.
- Palabras van, palabras vienen, y el lobo que se come a Caperucita. Salía on la panza hinchada, con ganas de dormirse una siesta, cuando se encuentra con el leñador que había tomado jugo de piña con whisky brasileño y venía cantando…"arrolla la sed…paso de los loros.. cric, cric". "Abuelita, ¡hic!, no sabías que estabas embarazada, ¡hic!, ¿no se hizo la ecografía para ver si es nena o varón?...". Fastidioso el lobo que no le caían bien los borrachos, paró sus orejas y el leñador lo descubrió. Como le tenía rabia al lobo, de un hachazo le sacó limpita a Caperucita de la panza, que atontada y todo no dejaba de repetir, ¡gracias mi héroe!.
- Andá a bañarte Caperucita, sacate ese olor a bosque que tenés y después nos amos a tomar piña colada a la costanera.
- Dale.
Y colorín colorado, este cuento no ha terminado, pero, como los tres se han dormido, yo me quedo acostado, aquí a su lado…
El cuento estaba allí, era Caperucita Roja, que alguna vieja tía me lo regaló décadas pasadas y dada su sólida estructura, tapas duras, papel de calidad, resistió el paso del tiempo, con gran entereza.
Después de cenar, cuando los niños estaban en su habitación esperando la lectura, me enfundé los lentes, y como un Quijote, lanza en ristre, con el aún brilloso libro en la mano, me senté ante los tres pequeños para intentar leerles, cosa que por otra parte no hacia muy bien, primero porque no existe ningún requisito de buena dicción para ser padre, segundo, porque uno es como la naturaleza quiso que fuera, y contra el destino nadie la talla, dijo Gardel.
Alfredo mostró su veta inconformista diciéndome, "papá este libro es aburrido". "Y lo peor del caso que siempre dice lo mismo", agregó Carlitos, y bastó que "Isabella dijera: "además Caperucita nunca se cambia de ropa…", para saber que si cometía una herejía, dentro de esas cuatro paredes, el mundo no se iba a alterar por eso, ni tampoco el autor del legendario cuento infantil se iba a enterar, jamás-nunca, pero, mis hijos y yo tenemos una versión diferentes de los hechos acaecidos en torno a Caperucita Roja, por una vez, por lo menos y lo pasamos a compartir.
Cómo empieza papá, preguntó Alfredo, "había dos veces, debe decir, si es nuevo, ¿no?, comentó Carlitos, "que no sea siempre en el bosque", sentenció Isabella.
¡No!, dije, y arranqué. El cuento empieza así, niños:
"Caperucita, apagó el play station porque le dolía la cabeza de tanto jugar. Con el control remoto puso en cable, recorrió todos los canales de dibujos animados y una angustia existencial se apoderó de ella. Bob Esponja estaba más insoportable que nunca. Tom y el Coyote, se habían asociado para perseguir a Jerry y al Correcaminos, y atraparlos apenas lo vieran, no importaba quien atrapaba a quien, uno iba a pagar tantas huidas. Los Simpson le parecieron muy intelectuales para su gusto, así que no dudó, apagó el televisor, agarró el casco, porque recordó a Roberto Lucero diciendo, "señor motonetista…", se fue en su pockett hasta el supermercado, compró las frutas preferidas de su abuela a la que iba a visitar en el bosque, pero, antes de hacerlo, sacó su celular, llamó a su amiga Blancanieves, le dijo que después que hiciera novio con el príncipe fuera por su casa así planeaban a dónde ir a bailar el fin de semana. Blancanieves respondió con un "okey", y le dijo que le iba a mandar un mensaje de texto a Cenicienta para que ella fuera también. El único problema que tenía es que no quería que se enteraran los siete enanitos porque cada vez que iban a un baile armaban lío con los pitufos y los teletubies, esas barras juveniles que toman una de más y piensan una de menos.
Salió rauda al bosque, a la vera del camino, tres o cuatro árboles más allá estaba el lobo feroz, tan feroz y tan atroz, chateando con el Carlanco, que hasta las piedras arranco. Feroz no sabia si se manducaba a la abuela de Caperucita o se internaba más adentro del bosque y se merendaba de vuelta y vuelta a los tres cerditos. El Carlanco por su parte estaba indeciso, porque tenía que ir a un Congreso de Ogros y no tenía ropa para ponerse, todo le quedaba chico. El lobo le recordó que Hulk andaba con las ropas todas rotas de tan chicas que le quedaban, y que a Bill Bixby, el otro yo del monstruo verde, ya no le daban crédito en ninguna tienda.
En esos momentos pasó Caperucita Roja rumbo a la casa de su abuelita y el lobo recordó que era uno de los organizadores del concurso de belleza Top Model Forest. Buscó en su agenda el número del celular de Caperucita, la llamó y le dijo que precisaba sacarle una foto para el certamen. Caperucita le contestó que se producía un poco y luego iba, pero, le puso sobre aviso que si participaba su amiga Cenicienta, que llevara otro par de zapatos, poque la muy chucara siempre salía corriendo de los bailes y perdía uno cada vez.
El lobo salió de su casa, y como su moto era más veloz que la de Caperucita llegó primero a la casa de la abuelita, y allí, entró por el fondo, le sacó todos los frascos de dulce que tenía la anciana y los repartió entre los animalistos pobres del bosque: "Tengo un complejo de Robin Hood que me vuela la bata", dijo en voz alta, tanto que el picapalos se detuvo confundido y las ardillas se alborotaron pensando que era el Pepe Mujica quien hablaba.
Feroz vio que la nieta traía más comida, entonces se puso la ropa de la abuelita, que un rato antes había ido a cobrar la pensión y a darse una vuelta por AJUPENSAL, para tomarse la presión, jugar al rummy canasta y para averiguar algo más sobre la Reforma Tributaria, y todavía no había regresado. Se acostó en la cama perfumada con alcanfores, lo que le produjo alergia al lobo, y estornudó siete veces sin parar.
- Que resfrío tienes abuelita.
- Y con estos cambios de temperatura, la contaminación ambiental y los piquetes de los gérmenes patógenos que no dejan pasar los remedios, ya no sé que hacer…
- Te traje frutas de las buenas.
- Déjala en la cocina.
- Abuelita, no te bañaste hoy, tenés un olor que…
- Se me terminó el desodorante que me regalaste el año pasado, y el jabón de tocador me lo pidió prestado el leñador y no me lo devolvió.
- Le voy a decir a mi novio que te traiga uno, también shampoo y brillo, así estás soberbia como siempre.
- ¿Quién es tu novio?, ¿el lobo feroz?.
- Ese, me arrastra el ala, pero, yo no soy gallina.
- Vení, dale un besito a tu abuelita.
- ¿Te sacaste la dentadura postiza abuelita?, te quedó tan grande la boca.
- No, simplemente empecé hacer gimnasia con la mandíbula.
- ¡Que manos peludas que tiene abuelita!.
- Es que la peluquera del árbol de a la vuelta no viene a depilarme desde hace tiempo.
- ¡Que hocico tan negro que tienes abuelita, parece una berenjena tu nariz.
- Sos igualita a tu madre Caperucita, para criticar la primera.
- Palabras van, palabras vienen, y el lobo que se come a Caperucita. Salía on la panza hinchada, con ganas de dormirse una siesta, cuando se encuentra con el leñador que había tomado jugo de piña con whisky brasileño y venía cantando…"arrolla la sed…paso de los loros.. cric, cric". "Abuelita, ¡hic!, no sabías que estabas embarazada, ¡hic!, ¿no se hizo la ecografía para ver si es nena o varón?...". Fastidioso el lobo que no le caían bien los borrachos, paró sus orejas y el leñador lo descubrió. Como le tenía rabia al lobo, de un hachazo le sacó limpita a Caperucita de la panza, que atontada y todo no dejaba de repetir, ¡gracias mi héroe!.
- Andá a bañarte Caperucita, sacate ese olor a bosque que tenés y después nos amos a tomar piña colada a la costanera.
- Dale.
Y colorín colorado, este cuento no ha terminado, pero, como los tres se han dormido, yo me quedo acostado, aquí a su lado…