viernes, 9 de noviembre de 2007

el atentado





A la hora prevista el plan se puso en funcionamiento.
Desde entonces, cada movimiento tenía su razón de ser. Todo estaba
sincronizado, pensado desde hacía tiempo. La columna era interminable,
venían sonrientes, despreocupados, ignorantes del peligro que los
acechaba. La superioridad numérica no me amedrentaba, tenía un arma
más poderosa que todo un ejército. Un arma química, letal.

Tomé los binoculares y observé sus desplazamientos. No
era para preocuparme. Quité la envoltura a una goma de mascar, la puse
en la boca, miré el reloj y volví a observar. Confieso que entonces un
sudor perlado recorrió mi cuerpo.

Emergieron en un recodo del camino. Mi respiración se
entrecortaba, los nervios intentaban dominarme. Eran más de los
imaginados. Masticaba con fuerzas como alentando el desenlace. Escupí
la goma, me puse la máscara y echando afuera la rabia contenida por
tanto tiempo me dispuse a cumplir la última parte del plan.

Apunté cuidadosamente, la mortandad sería enorme al
primer disparo. La confusión me daría tiempo a un segundo tiro. No me
tembló la mano cuando ceñí el gatillo. Un chorro grueso y espeso
surgió incontenible. El producto químico era bueno. Volví a disparar
con tanta puntería como la primera vez. El ejército diezmado se
desbandó aterrorizado.

Esto me animó a cumplir una audaz maniobra. Busqué el
exterminio general, llevé el chorro letal hasta las últimas
consecuencias. Hasta el propio cuartel y en sus mismas puertas efectué
el tiro de gracia….

- ¡Guillermo! ¡Guillermo!... ¿Dónde estas? ¿Terminaste
con las hormigas?

- Sí madre, el insecticida es muy bueno, no dejó
ninguna con vida.

- Me alegro. Ahora lávate las manos que esta pronta la comida.

flamencos

flamencos
ustedes se la pasan haciendo piquitos

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