OlimpiadasJuan Diego García (especial para ARGENPRESS.info)A pesar del lema oficial del Comité Olímpico Internacional que colocala participación amistosa y la honestidad como objetivos principalesdel deporte, y a pesar igualmente del llamado de Pekín a convertir elevento en una oportunidad para la armonía y la fraternidad entre lospueblos, lo cierto es que en los recientes juegos olímpicos se hanimpuesto valores y prácticas muy alejadas de estos ideales.Los juegos no pueden ser ajenos al mundo que los rodea. Así, en suscomienzos apenas había mujeres, en armonía con una sociedad patriarcaly machista, no se invitaba a deportistas de color y la mayoría de lahumanidad -entonces sometida al colonialismo- estaba de hechoexcluida. No sorprende tampoco que los nazis intentaran convertir losjuegos en un evento para mayor gloria de la “raza superior” (como sesabe, sin éxito, y humillados precisamente por un atleta negro de losEstados Unidos) y que más tarde se procediera contra los deportistasde la URSS y del campo socialista utilizando todo tipo de estrategias,desde la compra o la fuga promovida de atletas hasta la trampadescarada para evitar sus victorias. Y los juegos en China no han sidola excepción: los monopolios de la comunicación no han ahorradoesfuerzos por afear a China, resaltar el menor fallo y disminuir decualquier manera los logros colosales de esta potencia emergente. Larazón es sencilla, Occidente teme a China y estaría muy satisfecha sise limitara a ser el gran taller manufacturero del planeta. Pero quela nueva China tenga también sus propios intereses, sus estrategias deexpansión y la necesidad de hacerse un lugar en el nuevo orden mundialresulta una peligrosa competencia por recursos, mercados einfluencias. En consecuencia, todo lo que contribuya a debilitar laimagen del gigante asiático es bienvenido en Occidente. Por contraste,no debe extrañar que los medios de comunicación destaquen con tantavehemencia ciertos aspectos de los derechos políticos de la poblacióno los problemas con las minorías étnicas pero apenas mencionen lasduras condiciones de trabajo de la clase obrera o los atropellos quese cometen contra los aldeanos. Seguramente porque todo ello garantizaa las multinacionales los enormes márgenes de beneficio que obtienende sus inversiones en China. Son esas mismas multinacionales las quefinancian a los monopolios mundiales de la comunicación y pagan a susperiodistas e informadores.El deporte tampoco puede resultar ajeno la dura realidad de un mundocrecientemente comercializado. No es solo la compra burda dedeportistas por parte de los países ricos ni el problema se reduce alos sobornos y otras prácticas mafiosas que amañan resultados ymanipulan descaradamente (existen países que “tienen que ganar” yotros a los cuales es necesario impedirles la gloria). La cuestión vamucho más allá y afecta al sentido mismo de la práctica deportiva,pues lejos de ser una ocasión para asegurar la salud física de lospueblos y muy alejado del ideal de la amistad, del placer departicipar con independencia de los resultados, de fortalecer lavoluntad y la disciplina y acercar en una gran fiesta a todos losseres humanos sin excepción, el deporte aparece invadido por prácticasque le convierten en simple mercancía y a los atletas en cosas que sevenden y se compran como si fuesen objetos. Como leit motiv sepromociona de hecho la competencia del codazo, del todo vale, de unaley de la selva que convierte el deporte no ya en sublimación de laguerra (como dirían los psicoanalistas y los sociólogos) sino en laguerra misma. Cada encuentro que se supone amistoso se convierte enuna batalla (a veces literalmente cruenta), el oponente un enemigo abatir (no importa el método que se utilice con tal de ganar), laderrota una humillación, el dinero y la fama los únicos objetivos (elprofesionalismo invadió el deporte olímpico hace muchos años) y elnacionalismo enfermizo, moneda corriente. No es por azar que unadelegación como la española –por ejemplo- llevara a estos juegos comolema “a por ellos”, que evoca más una partida guerrera destinada adestruir enemigos que una voz acorde con el objetivo de encontrargentes de otras latitudes y culturas con las cuales se quiere realizarun amistoso encuentro, estrechar lazos, compartir y conocerse,aceptando con valor la derrota y con modestia la victoria.Se puede igualmente reflexionar sobre la medida en que el deporte deelite pervierte los principios del ejercicio sano. Personas sometidasa condiciones de laboratorio (como conejillos de Indias), medicadaspara mejorar rendimientos (ayer se acusó a los países comunistas dedopar a sus deportistas; hoy sabemos que en Occidente nadie puedearrojar la primera piedra); personas pues sometidas en muchasocasiones a una vida de sacrificios inhumanos que dejan luego secuelasfísicas y psíquicas permanentes. El objetivo de promover una poblaciónsana y feliz se convierte entonces en su contrario, arrebatando ajóvenes de ambos sexos lo mejor de su adolescencia y hasta de suniñez. Y eso es lo que se muestra como ejemplo a seguir; aquello queasegura el triunfo y por lo tanto el dinero.Pero los juegos han mostrado también la cara amable del deporte.Atletas satisfechos con independencia del triunfo o la derrota;deportistas emocionados que rompen a llorar al saberse victoriosos yver coronados sus esfuerzos. Unos, huraños y hasta exóticos; otros, laalegría encarnada. Algunos, al borde del colapso físico, sacandofuerzas no se sabe de dónde con tal de no defraudar, y no faltó quien –como el cubano Angel Valodia Matos- perdiera los nervios ante laprovocación permanente a su equipo y una decisión injusta que le privóde la medalla de oro; su reacción, “marcar” un golpe de taekwuando alárbitro por su evidente parcialidad. En realidad, el asunto ha sidosacado de contexto para afear a Cuba; si este deportista de 80 kilos,campeón olímpico en Sydney, hubiese querido realmente ir más allá de“marcar” el golpe, las consecuencias para el juez tramposo habríansido muy diferentes.En Pekín entonces, como no podría ser de otra manera, se expresó elmundo real con sus miserias y sus virtudes y con sus enormescontradicciones; junto a quienes dieron un espectáculo fantástico ymaravilloso de alegría y destreza haciendo gala de los principios máspuros del deporte, aparecían los valores de la competencia feroz ydespiadada y los mercaderes de seres humanos haciendo su agosto.El esfuerzo de las autoridades chinas se vio recompensado y es opinióngeneral de que estos han sido los mejores juegos olímpicos de lahistoria. China Popular mostró igualmente los contrastes agudos de suproceso de desarrollo y comprobó una vez más que, contra lospredicadores de desgracias y los premonitores de lo peor, tras siglosde pobreza y humillaciones “el pueblo chino se ha puesto en pie”.
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