Y la estatua salió corriendo
La estatua del velocista, famoso corredor, estaba allí, siempre en pose para lanzarse a correr, en una carrera que nunca se largaba. A Servando, el interno, siempre le atrajo esa estatua ubicada en la plaza, frente al Hospital Psiquiátrico. De tarde en tarde cruzaba para conversar con Juanito, como lo había bautizado al corredor del "pronto, listo y nunca ya", porque el nombre verdadero que figuraba al pie era muy extraño. Varias veces le advirtió que no se distrajera, que en cualquier momento sonaba el tiro y la carrera se largaba. Y ya en tono de confianza le aconsejaba como al pasar…
- No tenés que dar ventajas, estirá el paso en los primeros metros y después te les perdés…
Le conmovía ese silencio de años de la estatua pero en el fondo lo comprendía, estaba tan concentrado en la inminente largada, que hacía oídos sordos a sus palabras, aunque, no dudaba que, en el fondo, Juanito lo estimaba mucho. "Por más que la gente piense lo contrario, sé que vos me querés como a un hermano. Todos ven tu imagen dura, que ni una mueca hace. Todos creen que sos sólo un tipo de piedra, pero, aún así, tu corazón de piedra es mucho más humano que algunos corazones humanos...". Una noche, burlando la guardia del nosocomio, Servando se fue donde su amigo, en la plaza, y sin dudarlo le propuso que por una vez se olvidara de la carrera.
- Vamos a divertirnos por ahí, a romper la rutina. Yo estoy harto de pastillas y de comidas sin sal, de enfermeras gordas, obsesivas con el reloj, que comprimido a tal hora, que inyección a tal otra, que baños con agua fría con jabones baratos. Estoy harto de los doctores que te revisan buscando la locura, pueden dar vuelta por todo el Hospital y la locura no aparece. No quieren darse cuenta que no está aquí, que la locura está en las calles… Sí, ya sé, me pongo a filosofar y te aburro. Lo hago para sacarte un poco de esa tensión permanente que tenés, por ahí, la carrera no se larga nunca y vos estás al ñudo aguaitando para largar. ¿Me entendés? Ahora, si son muchas las ganas que vos tenés de correr, corremos un par de cuadras, ¡ya sé que me vas a ganar!, porque, vos sos el mejor velocista del país, pero, ¿quién te dice?, por ahí, te sorprendo.
Al alba Servando regresó al Hospital, con el mismo sigilo con que salió. En su mente resonaba aquella aprobación tácita de su amigo Juanito a que le liberara los pies para poder salir a correr por el mundo. Todo el día se pasó rondando el depósito de herramientas. Escondido, escuchó charlas de los enfermeros, de fútbol, de política, de mujeres.
- La nueva enfermera está buenísima.
- Y es dadita.
- ¿Será de raspar y comer?
- Y habrá que ver, probá vos, que después yo te sigo.
- Del aumento de sueldo, ¿se sabe algo?
- El gobierno ni mira de aumentar…
- Habrá que hacerle otro paro.
- ¿A qué hora es el partido de la Selección?
- A las 19, creo.
Servando se equipó bien de herramientas y sólo esperó la noche. Lo único que le inquietaba un poco era que en ese ínterin se largara la carrera y la estatua saliera corriendo, ¿cómo hacer para alcanzarla? Llegó la noche, el silencio era roto por un martilleo suave, un tic-tac que golpeteaba en círculo en el corazón de la plaza. Cuando amaneció en el Hospital se dieron cuenta de dos cosas: que Servando no estaba en su cuarto y que la estatua no estaba en la plaza. Los enfermeros le informaron al Director del Hospital.
- Y la estatua salió corriendo señor…
- Yo sabía que eso algún día iba a pasar.
- ¿Qué cosa señor Director?
- Que se iba a largar la carrera y yo no iba a estar para verla.
- Lo único que sé es que la estatua salió corriendo y un interno iba detrás. ¿Qué me dice de eso, señor Director?
- Que nunca sabremos si ganó la estatua o el interno.
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