Surgimiento y caída del pedalista Mengalvio
Se puede decir que la carrera deportiva de Mengalvio Soares Da Silveira Filho fue fugaz (duró 120 kilómetros) pero llena de ricos matices que la hacen interesante a la hora del racconto.
Su adolescencia transcurrió como quien va para Guaviyú de Arapey a unos tres kilómetros de la ruta que lleva a Tacuarembó. Hijo de un pernambucano aquerenciado en tierras riograndenses que hacía trasiegos de haciendas y otros productos brasileños hacia nuestro país por ignotos caminos de tropas, de chiveros y otras yerbas. Un día se afincaron en la zona de Guaviyú en un campito arrendado.
El “Menga” pasó sus mocedades trabajando en estancias, y al cumplir los veinte se hizo ayudante en la herrería de don Tiburcio Palermo, vecino generoso y servicial como ninguno.
Una vez el Menga encontró en el cruce de la ruta una bicicleta de mujer, perdida quizás por algún apresurado turista y luego de algunos porrazos y roturas de la bataraza aprendió a dominarla como el mejor de los potros. Así que era una preciosidad verlo andar por aquellos caminos a gran velocidad o entre los tacuruses a campo traviesa, con las manos firmes en el manillar y una gorra de lana en su cabeza. Fue escuchando “Rutas de América” la Vuelta del Uruguay, la Doble Paysandú que le picó el bichito de pedalear en la escalera del algún pelotón.
Toda gran estrella (dicen los que saben) siempre encuentra un padrino que les guíe. El de Mengalvio fue Píndaro Teclas, nativo y residente del pueblito más cercano, “Puntas del Sauce Verde”. Píndaro era el único periodista deportivo de la zona, corresponsal en ocasiones de diversos periódicos, que además se carteaba de lo lindo con todos los colegas de la capital departamental.
La amistad entre Mengalvio y Píndaro fue creciendo, manifestándole el joven sus sueños de correr en bicicleta.
- El ciclismo es un deporte caro. Filósofo Píndaro. Pero vamos a ver si podemos ayudarte.
Y así fue la cosa, y de aquella bicicleta de mujer, gracias a la habilidad de don Tiburcio y el asesoramiento del periodista, la “chiva” quedó a imagen y semejanza de la de Federico Moreira, del cual Píndaro tenía una foto colgada en la pared.
Al rayar el alba o cuando caía la tarde, los vecinos solían ver al Menga cruzar a altas velocidades, a veces apilado, otras recto, mirando hacia atrás o hacia los costados, haciendo señas e imaginarios rivales, compañeros de fuga o señalando la cercanía del pelotón.
Píndaro guiaba sus pasos con manos maestras y le enseñaba cuando tenía que levantar velocidad en un embalaje, cambiar la transmisión o refugiarse en la cola del pelotón dejando que otros hicieran el esfuerzo. En la contra-reloj Mengalvio andaba que era de lujo, también enganchaba en todas las escaleras y con rara habilidad eludía los encajonamientos. Pero para ser un ciclista completo hay que saber correr en pista, y con arado hicieron un gigantesco óvalo. Allí a falta de otra bicicleta, Píndaro sobre las cruces de un zaino le enseñó a correr en persecución individual.
Cuando se inició la temporada de ciclismo, la primera prueba que marcaba el calendario era la “Doble Termas del Arapey” y en ella se anotó.
Desde la salida Mengalvio intentó poner en práctica todas las enseñanzas de su maestro pero los nervios le jugaban una mala pasada y no sólo erraba los cambios sino que cuando se quería afirmar, las punteras se le zafaban. El técnico trepado sobre las Fordson de Arístides Ramalho, estanciero de la zona y colaborador circunstancial, se pasó la primera parte a los gritos pelados dando instrucciones que el novato mal cumplía. Ya de regreso y cuando se marcó la zona de aprovisionamiento, Mengalvio ordeñó a una lechera que estaba junto a la alambrada, llenando sus dos caramañolas. El néctar blanco transformó al pedalista que logró un pedaleo redondo poniéndose al frente del pelotón.
Quiso el destino en una pronunciada pendiente que una avispa se introdujera entre sus ropas y entre el dolor del aguijonazo y lo incómodo de la situación redobló su paso. Como nadie lo conocía lo dejaron ir pero a unos 20 kilómetros de la meta, el “Ruso” Cincunegui y Waldemar Domínguez lo salieron a buscar y pronto se pusieron a rueda. Los tres se distanciaron del pelotón que no se organizaba.
Waldemar se puso a comer una manzana y lo convidó con otra a Mengalvio que la saboreaba con fruición. Cuando Cincunegui iba de punta, Domínguez le gritó a Mengalvio “Ahora tirá vos”, y éste le midió la nuca al Ruso y le tiró con la manzana a medio comer, quedando el rubio pedalista desparramado en el suelo mientras Mengalvio le preguntaba a su compañero de fuga con cierto orgullo, “¿que tal tiro?”.
Y llegó el embalaje que delinia la competencia. Waldemar arrancó lejos, Cincunegui se puso a rueda pero observando receloso a Mengalvio mientras se acariciaba el chichón.
La gente apiñada a metros de la llegada, la bandera era a cuadros que flameaba. Mengalvio tomó un trago largo de leche y los pasó como postes y a menos de quince metros de la gloria, por mirar hacia atrás no pudo esquivar un gigantesco bache.
Hombre y máquina volaron por los aires. La bicicleta terminó rota, el hombre en el hospital. Esa fue su primera y última carrera. Dicen que su amargura fue de nunca acabar y también dicen que la enérgica carta de protesta del periodista y DT Píndaro Teclas, todavía duerme entre los muchos expedientes en el escritorio del intendente municipal. Así no se puede hacer deporte.
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