Beltrán Gómez:
Ecos de una vida marginal
Quizás sea su vida la historia de unas cuantas metáforas mal hilvanadas, la consecuencia de un mundo sin tiempo para observar sus propias orillas. Invocar su nombre, es poner en marcha el modesto propósito de rescatar lo simple, lo cotidiano, a un hombre arquetipo no valorado social ni culturalmente. Mencionar su nombre en círculos literarios locales o nacionales es mover a risa, es provocar muecas irónicas, levantamientos de hombros, despectivas respuestas. Lo insignificante de este hecho puede tomarse como un argumento a favor de su bella obra, “generalmente lo mejor se desconoce” –reflexionó alguna vez Américo Fonticholo - y convengamos que en este caso es así. Es difícil hablar de poesía y sobre todo de poetas, pero puesto en la tarea y teniendo la opción de elegir, uno puede, en el amplio abanico de los siglos, nombrar a Homero, Kheyhan, Baudelaire, Borges, Dario, Machado, Lorca, Vallejo, Neruda, Delmira, Gelman, Benedetti, Marosa, y todos los universalmente reconocidos. Y ese trabajo habrá de ser leído por algunos por estar referidos a célebres maestros. Lo engorroso es hacerlo sobre un poeta desconocido aun en su propio terruño, que convivió y compartió nuestras calles. Nunca hubo una línea, una palabra a su favor, sin embargo, su huella, para quienes lo conocieron no se borrará jamás. En sus sucios borradores de papel estraza que sus amigos rescataron, en algunas grabaciones, en ruedas de vino, en bordes de billetes de lotería que nunca figuraron en los extractos, se pueden leer pequeños versos como estos: “soy el chirrido absurdo de esta sociedad/ un tornillo flojo, un cable suelto/ la grasa pegada al motor/ y nada mas”. Su lenguaje llano pero no burdo, su fina ironía, engalanaba jornadas de celebraciones con amigos y solidaridades con desconocidos. “Primero todos, después él” comentaba un amigo. Filósofo de gente, de practicidades y no de libros mal leídos, ni teorías confusas o confundidas. Se fue del mundo sin nada, como cuando vino, “aburrido de mis soledades/ mezclé sueños quimeras, verbos y sonidos/ dibujé una mujer y como un Dios pagano le di vida/ la llamé mi compañera, rodamos por los días hasta que fue crucificada/ con tanta mala suerte que no resucitó al tercer día”. Beltrán Gómez se emocionaba hasta las lágrimas al recordar la semana en que estuvo internado en el Hospital de Salto, en la misma pieza de Víctor Lima, con quien intercambió más de un cuento. Tan emocionante como este hecho, era el verlo seguir cuadras y cuadras en los carnavales, al gran AQUILINO, acordeonista sin par, embelesado por su música, su picardía, su bondad: “acordeón, lápiz musical/ en el papel de la tarde/ pintando la vida como debe ser/ las manos sabias del viejo maestro”. O cuando tomaba la guitarra en algún bodegón e improvisaba décimas, con su recia voz demasiado aguardentosa para oírse nítida.
- Arón Viera-
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