sábado, 11 de abril de 2009

Mauro se va


El tableteo de las máquinas de escribir, cortado por breves silencios que parecían tener idéntica duración, sonaban como una especie de composición musical en dos notas: un chasf-chasf sostenido y un riffs menor a cada final de renglón.

Mauro Leivas dejó de escribir y encendió un cigarrillo y por un instante óbservó la ventana. El sol no saldría esa mañana, el cielo estaba más que gris. Un viento húmedo barría las calles. “Tormenta”. Murmuró.

Los resplandores de las víboras celestiales parecían flashes de algún empecinado fotógrafo.

Pensó en su mujer que a veinte cuadras de allí estaría limpiando, barriendo o camino al almacén. Pensó en sus hijos aún durmiendo. Volvió a pensar en las veinte cuadras pero, sobre todo, en las tres horas que aún le faltaban para llegar a recorrerlas.

Como todas las mañanas a esa hora, es decir con el primer cigarrillo, se puso a imaginar cosas.

Diez años atrás miraba a Marisa, su compañera de oficina y mientras lo hacía su miembro se deslizaba por debajo del pantalón, se extendía en el suelo, marchaba hacia su escritorio, como una víbora deseosa, siempre la sorprendía con un cosquilleo entre las piernas. A veces se introducía por delante otras por detrás, habiendo oportunidades en que le ceñía los pechos golosamente, la elevaba por los aires, la hacía bramar.

El tiempo hizo su daño, y verla regordeta y ajada, no valía la pena imaginarse nada.

Pero ese no era su único tema, ¡Cuantas veces se enfrentó al Jefe! ¿Cuántas otras empresas periodísticas?, viajes... ¡hasta la Diosa Fortuna en un arranque benigno besaba su billete de de loteria!...

Hoy sin embargo, se sentía deprimido, apenas unas horas de trabajo y ya no podía más del dolor de sus dedos, ¡si por lo menos no resistieran la presión de la sangre y reventaran!, ahogando la máquina y papeles, pero, dolían nada más.

Un pajarillo aleteaba en la ventana, parecía pedirle que trocaran formas, ¡Al fin alguien! Comenzó a cobrar altura, sin miedo del viento rayos o lluvia. Sonrió tristemente por haber salido favorecido en el cambio.

- ¡Pobre chico! –susurró conmovido. Pero ya volaba lejos, como a veinte cuadras de allí, haciendo pirueta sobre una ventana conocida, picoteando el vidrio.

Dos niños despertaron y corrieron a abrirle. Entró chillando, seguramente en su idioma sería una manera de decir “¡Sorpresa!”. Iba y venía por el cuarto entre el festejo de los chicos que saltaban una y otra vez en la cama lanzando sus almohadas. Los sorprendía en sus virajes haciéndoles cosquillas con su pico, riendo con ellos. Llegaba la dueña de casa preguntando “¿Qué pasa aquí?”, “¿Qué es esto?” volaba acosándola a picotones, festejando luego a cuatro voces.

Regresaba a medio vuelo, sin prisas, temía entrar.

Sentía los sollozos del pájaro sin alas que moría de tristeza en su oficina. No tenía derecho a condenarlo pero tampoco a ser condenado; sin embargo no protestó, “así es la vida” le dijo al volver cada cual a lo suyo. Supo que el pajarillo nunca regresaría ni tocaría sus alas jamás. Poco importaba, él, estaba en otra cosa.

Cuando una hoja de diario extendida cruzó en la ventana ya estaba decidido, sería un mago, un duende, un rey árabe volando en su alfombra. Realizando trucos y más trucos. Se vió en un gran Parque de Diversiones rodeado de niños que festejaban sus hábiles maniobras, múltiples recursos, todos los trucos habidos y por haber. Estaba realizando uno de los más increíbles, con una varita encendida, cuando sintió un agudo dolor entre sus dedos. El cigarro se había terminado. La lluvia caía a mares, el viento cada vez más fuerte, estruendos y luminosidades se perseguían sin trgua.

- ¡Che!, Yoga, terminá el informe que preciso unos datos, y apurate, que aunque caigan barretas de puntas, el Jefe se aparece... ¿Mauro? ¡Mauro!, gritó el compañero.

-Está bien, no grites, te oì.

-Lo que pasa es que cuando te ponés así, pareces la Estatua de la Libertad –Todos festejaron. ¡No te enojés Maurito!, agregó tratando de consolarlo.

No le importaba, estaba habituado a las bromas, era siempre igual, los mismo factores, la misma suma final; cigarro, imaginación, burla, de casa al trabajo y del trabajo a casa. ¿Resultado?, rutina. ¿Quién tira un par de anécdotas?, ¿una aventura?, algo simplemente para contar aunque más no sea en un asado de esos que de tanto en tanto los reune con amigos, ¿quien?

Hoy era un día distinto quería culpar a alguien y no sabía quien, porque de pronto fue como si un confesionario se instalara en su interior.

“¿Cómo culpar?, ¿a quién? y ¿de qué? –se preguntaba. Su historia era una más de miles y miles, no tenía nada de extraordinaria, era una reiteración, un lugar común. Un cuento contado y recontado. Una historia ya escrita, oída, palpada, tantas y tantas veces que parecía absurdo creerla original, ni siquiera cierta, a no ser porque era la suya.

Observó su reloj, “faltan dos horas”, de pronto se le ocurrió una idea, ¿absurda?, no lo sabía, no era un juego de imaginación era algo que debía efectuar realmente. Ahora, ya. Se levantó lento pero decidido, entregó su informe, miró todo, y a todos, con aire de despedida, tomó su saco tratando que nadie lo notara. Algo por demás sencillo pues sus compañeros viajaban por esos meandros de cifras y porcentajes. Ya en el patio apuró el paso sin preocuparse de la sorpresa que se llevarían sus compañeros, no de la angustia de sus familiares, ni de la indignación de algún chismoso, ni si todas las historias semejantes terminarían igual.

Salió y salió. Con sed, con ganas de largarse por esos mundos de Dios, de hacer lo que nunca se animó. Tampoco en esto era original, pero nada importaba ya.

La lluvia lo envolvió en besos y caricias. Miró hacia el cielo, en sus mejillas se confundieron lágrimas y gotas. Comenzó a murmurar, “Mauro se va” “Mauro se va”. Se fue alejando hasta que una de esas calles transversales, se lo tragó.

-Salto, agosto de 1979 –

CAMACA.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

flamencos

flamencos
ustedes se la pasan haciendo piquitos

Etiquetas