miércoles, 9 de diciembre de 2015
Hablando de Alarico, las aceitunas, el vino y la yerra del tano Finoglio
Decididamente el Tano Finoglio era un aceitunero consumado. Criado a las orillas del río Busento, vivió su niñez y adolescencia en Cosenza, entre los olivares y viñedos de su abuelo materno, Genaro Della Tibia, un campesino que nunca supo el significado de la palabra descanso.
Gianfranco Finoglio aprendió a curar las aceitunas con agua y sal, y un agregado que era secreto de familia. También aprendió el proceso del vino y del queso de cabra. Era un laburatore de prima facie, o de primo canto, como el galetto, ya que hacia sonar su garganta con canciones del folklore lugareño, y cuando tomaba vino, hasta un rock a lo Billy Halley o una romántica a lo Frank Sinatra. Con el tiempo aprendió canciones de Domenico Modugno, de Nicola di Bari, Salvatore Adamo, Luigi Tenco, Peppino di Capri, Adriano Celentano, Maximo Rainieri. Y cuando se pasaba en los caliburatos imitaba a Raffaella Carrá, Mina, Rita Pavone, Gigliola Cinquetti, y a Victorio Gassman, que no cantaba, pero el tano lo imitaba igual..
Un día iluminado por tantas historias decidió hacerse la América, y se vino nomás. Se instaló en el cinturón de chacras de Puntas del Sauce Verde, en la desembocadura del arroyo San Luis con el rió Liraña, frente al paso Tusanimé.
Ya en la chacra, no tocó el viejo naranjal, tampoco, los manzaneros y perales, pero trajo durazneros y ciruelos, y le puso el acento a los olivares, dejando una larga faja para los viñedos , de cepas traídas de Italia.
Su prosperidad llegó con los años, como el matrimonio, los hijos y su fama de mujeriego. Eran famosas las aventuras del Tano Finoglio en el pueblo y en el cinturón de chacras. Una fama que no decaía con el transcurso de los años y cuando, por curiosidad o interés, las mujeres le preguntaban como hacia para mantenerse tan joven y tan homo eroticus, como el inolvidable Lando Buzzanca, el Tano respondía, porque toda mi vida comi aceitunas, queso de cabra y religiosamente un litro de vino con cada comida…
Esa confesión le redituó ganancias, porque los hombres le compraban aceitunas hasta por demás, damajuanas de vino, y ruedas de queso de cabra.
Algunos dicen que ese fue el motivo del pronunciado aumento en el último censo poblacional en la zona, otros, que había llegado mucha gente de muchos lados, pero eso era poco creíble. Además no se podía comprobar porque con el tema de la inseguridad nadie hablaba con extraños.
El Tano Finoglio hacia plata a cara de pichicho, se compró un campito de 500 cuadras, echó ganado adentro y utilizó cien cuadras para la soja.
En la primera yerra invitó al paisanaje de la zona, mucho cayeron con facones grandes, buenas tablas para el asado y una jarra para el vino que mandaban a parar de lejos. El tano se chispeó temprano, porque todo el mundo le daba distinto tipos de vino para probar, y el tano sería muy buen tomador de vino, pero como catador era malo, se tomaba las jarras enteras, para distinguir los sabores.
Fue cuando le dijeron que tenía que montar un potro, para aceitar lo huesos, calentar las tabas y ponerse en marcha la yerra. Le dieron un semi domado, con muchas cosquillas, que apenas, tocó espuelas, en tres corcovos lo tiró de cabeza contra la empalizada. Ahí se calentó el tano, y dijo traigan de nuevo a ese potro, montó y esta vez no alcanzó a dos corcovos.
Fue cuando uno de los vecinos le dijo por qué no probaba con una vaca ensillada, para ir acostumbrándose, las vacas no son tan ariscas le dijeron. Y no, no serían ariscas esas vacas, pero, la que le dieron no estaba acostumbrada a tener un jinete encima, se hamacó para un costado y para otro, y tano al suelo. Volvió el porfiado a montar y la hereford lo sacudió casi de arranque. Entonces le sugirieron al tano que probara con un oveja. Agarró un carnerito que parecía manso, pero no lo era. Apenas se sentó y se agarró de la cornamenta como si fuera el bichito una bici o una moto, el lanudo pegó un pique corto que hasta Luis Suárez se lo envidiaría, y frenó en seco, a lo Messi. El tano pasó de largo, mal. Probó un par de veces más y se sentó de costado en la banqueta con las nalgas llenas de rosetas. Le dijeron que para cerrar probara con la chancha, la sacaron del chiquero, pero no pudo jinetear el peninsular, porque la chancha solamente retrocedía, lo único que le funcionaba era la marcha atrás al animal y uno de los presentes dijo que esa mala costumbre de la chancha era por algo que la acostumbraron, pero no vamos a comentar aquí, el comentario que hizo allá, el gaucho de la yerra….
El tano Finoglio nunca pensó que una yerra fuera tan dolorosa, así que para calmar esos dolores, empezó a tomar vino como si fuera la última vez en la vida. Al rato se durmió a pleno sol, ni se enteró de lo que pasó en la yerra. Nadie lo quiso despertar, porque decían que era de mala bebida y así paso toda la noche. Los teros al otro día lo despertaron. Y rumbeó para el arroyo San Luis, que también pasaba por el fondo del campito, pero, el San Luis no era el San Luis, algo le decía que era el río Busento, más chico, más angosto, pero el Busento al fin. Empezó a sentir la voz de su abuelo, cuando le contaba los cuentos de Alarico, el visigodo, aquel rey que había sido sepultado en el Busento junto a un tesoro increíble que nunca nadie encontró. Durante siglos hombres de todos los reinos, sabios, científicos, militares y aventureros buscaron la tumba de Alarico y sus tesoros. El tano se sumergió en las aguas del San Luis convencido que era el Busento, buscando una y otra vez el histórico tesoro. Era un pato, un biguá, una garza mora, se zambullía con particular estilo, pero, a no ser alguna vieja del agua, alguna tortuga dormilona, lo único que encontró fueron piedras basálticas.
Cansado, salió a la superficie, se sentó en la orilla, chapaleando el agua, jugueteando con sus dedos gordos que chocaban y se hundía. De pronto sintió que le succionaban ambos dedos gordos, casi se les paralizó el corazón, y por instinto comenzó a recular, a sacar sus pies en el agua y casi tragando sus dedos gordos, algo así como víboras marrones oscuras, que lo querían llevar al agua. Fuerte como era y miedoso como estaba, afirmó sus manos y pegó un salto hacia atrás que estaba para la medalla de oro de cualquier olimpiada por lo lejos que cayó. Las anguillas se soltaron de los dedos y se fueron corriendo carrera rumbo al río. El Tano Finoglio, suspiró aliviado, y dijo… “menos males que lavé los calzoncillos acheres, per que tengo unos sudores espeso molto forte en las posaderas….”
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