miércoles, 9 de diciembre de 2015

Estaba enamorado de las dos…

Lo confieso, fue así, pero al principio yo no lo sabía. Había sentido hablar de ellas en la radio, las vi un par de veces en el diario, otras en televisión, confieso que me gustaba, pero de ahí a sentirme atraído, desvelado, nones. Lo curioso fue que al cambiar de trabajo, comencé a pasar todos los días por un comercio y siempre veía el perfil de una de ellas, al regreso, veía el otro perfil, apenas me detenía frente a la gran vidriera. En mi ignorancia, creía que era una sola la que estaba en el comercio, lo de melliza, me enteré mucho después. Para mi Candy era única, el tiempo me diría lo contrario, pero eso, yo no lo sabía, cuando me detenía a mirarla a través de la vidriera, o de la gran puerta de vidrio. Como todo belicoso, en las cosas del amor, comencé a hacer ojitos, bajar la cabeza en forma de saludo, a reir, por si acaso. Y uno sabe cuando está frente a la indiferencia total, a la respuesta que no, pero si, a la timidez de la otra parte, y esas cuestiones que se da en los preliminares de toda relación que quiere levantar vuelo. No fui indiferente, y aunque un día notaba una mueca que no se animaba a ser sonrisa, del lado izquierdo de la comisura, al otro día, una mueca similar, pero del lado derecho, pequeñas diferencias que sacuden muy levemente a quien anda buscando sacudones mas tirando a sismos bastante fuertes en la escala Richter del amor… La cosa estaba madurando, y me sentí encandilado una vez que a la salida de las termas veo a Candy en todo su esplendor, con toda su belleza. Fue un enamoramiento total. Me gustó, me encantó, y me transformó el deseo que venía arrastrando desde hacía un tiempo cuando la miraba en el comercio, en una obsesión. Otra vez fue en una fiesta criolla. Al principio, no la reconocí, me pareció distinta, pero no tanto, igual, como quien dice, pero, con otro humor, otro swing. Claro eso lo pude notar yo que estaba hasta la médula, porque estoy seguro que cualquiera que viviera esas circunstancias sin esas mínimas diferencias no se hubiera dado cuenta, como tantas cosas de la vidas que son tan parecidas y que no advertimos que en el fondo no son lo mismo. Pero ese día hubo otra salida, otra respuesta, y cuando prima el corazón, uno canta y se encanta con lo que gusta, con lo que ama, con lo que quiere, y fue así nomas, esa ráfaga fugaz de lo distinto, se apagó ante los nuevos encantos descubiertos.. “Candy sweet”, me dijo, y ese día descubrí su veta de humor y reímos largamente, tanto, que todos nos miraban al pasar. Quedamos de encontrarnos en unas domas del fin de semana siguiente. Fue allí que yo andaba con plata y dispuesto a todo. La veo de lejos estaba bajo la carpa de un stand de ventas de artesanías. Cuando llego, le digo, hola Candy…y como un eco recibí el hola como respuesta. Miro bien y estaban las dos, juntas, alegres, con sonrisas idénticas. Mi amor trepó a las nubes, se fue jugando entre los rayos del sol y se puso hacer piruetas en medio de unas garzas viajeras que imperturbables seguían su camino al sur. Estaba enamorado de las dos y no había vuelta, por eso cuando el artesano me preguntó… • Qué quiere, amigo? • A Candy.. • A cual de las dos? • A las dos. • Las lleva? • Las llevo. Y me las llevé nomás, un par de Candy azules, de corderoy, y otras marrones, alpargatas de jeans made in USA, que tanto me hacen acordar a los mocasines agrarios que tanto usé y que se llamaban RUEDA, y eran hechos por acá…

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ustedes se la pasan haciendo piquitos

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