sábado, 18 de abril de 2015

Cuando el arte se vuelve chatarra




18 de abril de 2015 a la(s) 18:00
Gianella Padovani se inició en el arte como ceramista, luego pasó a la pintura, pero su mayor fortaleza expresiva la encontró en la escultura, el día que descubrió el lenguaje de los metales.
Muy pronto se destacó en Puntas del Sauce Verde por sus dotes artísticas, por su vuelo creativo y por su metálico acento a la hora de expresar un pensamiento de cualquier índole.
La combinación de colores, la armonía, las justas proporciones, la dejaba para sus creaciones artísticas, no a sí para sus cabellos, sus vestimentas ni sus relaciones sociales, donde todo era según el lugar, el momento y las circunstancias, y nada coincidia con nada.
Su obra trascendió fronteras, obtuvo premios, reconocimientos y viajes, muchos viajes. Estuvo en Bienales como la de San Pablo, Venecia, Munich, en algunas de ellas, hasta entró a mirar lo que hacían sus colegas. Recorrió talleres mecánicos, de chapa y pintura, obras de la construcción, herrería, conoció las diferentes forma de tratar a los metales, a soldarlos, combinarlos, fundirlos, engarzarlos, y sobre todo, supo que a pesar de esa caparazón dura, los metales tenían una ternura que a veces era muy difícil de descubrir, porque en el fondo los metales eran tímidos.
Gianella tenía un buen trato con la prensa, pero eso si, le molestaba, como a todos los artistas, que le preguntaran qué había querido expresar en tal o cual obra, o que explicara su obra. Las obras son, no se explican, respondía repitiendo una vez más, la respuesta universal de los artistas. Las obras se aprecian, se sienten y transmiten, repetía una y mil veces Gianella. Pero se derretía de emoción cuando alguien le decía…
-       Yo veo un pájaro que trata de volar a pesar que se le cae el mundo encima y esos barrote de metal….
-       Su obra me hace acordar a mis tiempos de escolares, esa escalera junto al árbol es idéntica a la de un vecino al que nosotros le robabamos naranjas cuando íbamos o veníamos de la escuela…
Un día cuando expuso su serie “historias metalizadas”. Una de ella que era una unión de diferentes resorte que se denominaba “cerebro ensortijado”, algunos periodistas comentaban en el vernisagge..
-       Yo creo que lo que quiso expresar es que todo está enredado en nuestros cerebros…
-       A mi me da la sensación que los pensamientos no son lisos, que tienen sus curvaturas, sus requiebres…
-       Para mi es la cabeza de un negro, por las motas…
Y luego están los críticos de arte, que según  la sustentabilidad del vernisagge, de las vituallas y el vino, como que le dan cuerpo a su interpretación.
-       Es admirable el mundo creativo de Gianella, plasma sentimientos, utiliza un lenguaje poco ortodoxo, impone nuevos códigos que avalan un camino experimental muy rico en descubrimientos y en señales.
-       Creo que estamos ante una artista que le ha robado el corazón a los metales, ha inserto la ternura sin herrumbre y le otorga al observador el privilegio de fundir el mensaje, transformarlo en una aleación, que es un conjuro de mensajes entrelazados y soldados a autógena en unos casos y a eléctrica en otros….
-       Yo diría que ella resume todo en este vernisagge o en dos elementos del mismo, este vino que es la sangre de los metales, su fluidez, su sabor y estos sanwiches que son la carne, y entonces os digo que sangre y carne dan vida a los metales, y la síntesis elemental de la creación son las obras de Gianella, que como digo, tienen sangre, tienen carne, son humanas metálicamente humanas….
Muchas veces se dicen que los artistas son incomprendidos, o los comprendemos después que mueren, y entonces los reconocemos. A Gianella muchos la van a recordar, pero más que nadie aquel director de cultura que se quedó sin mostacho cuando se los afeitó con un dedo meñique del Quijote al enterarse que su obra donada,  “Sancho Panza comiendo asado”, fue triturada en el depósito de metales de la Alcaldía. Ocurrió que en el Museo no sabían qué hacer con ella porque era muy grande y la habían llevado al depósito a la espera de encontrarle un lugar definitivo, pero, como era tradición, las cosas que estaban en el depósito y molestaban iban derecho al horno de fundición, y fue nomás.
Cuando le dijeron al capataz del sacrilegio que había cometido, el mando medio se limitó a responder…”Y haga de cuenta que se le quemó el asado y el hombre gordo no pudo disparar…”

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ustedes se la pasan haciendo piquitos

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