Detrás de las altas montañas, a la izquierda de
los grandes lagos, se encontraba el fértil valle de los mitómanos. Por ese
entonces reinaba el Rey Kurk, joven monarca que había heredado el trono de su
padre ArK, no hacia mucho tiempo.
Los historiadores de la mitomanía, comarca en
realidad que los reunía, no se ponían de acuerdo sobre el origen de los
habitantes del valle. Algunos señalaban que se trataba del Mito de las Manos,
que cuando reinaba la diestra era una cosa, y cuando la siniestra era otra. Y
que el mito del mejor reinado tenía que ver con el rey de turno. El otro tema
era planteado al revés pero con el mismo énfasis, es decir, las manos del mito,
el tema era el mito, y no las manos. El mito se lavaba las manos, utilizaba las
manos, y lo que nadie se animaba a confesar era que en las noches de tormentas,
de gran oscuridad y zozobra, el índice del mito sembraba la discordia, marcaba,
separaba, dañaba y ya nada volvía a ser como antes.
Los historiadores, de aldea en aldea, en la
primavera, en tiempos de cosechas, dicen que enseñaban obras a los campesinos
de las bondades de los viejos reyes. Historias maravillosas, de lo que habían
hecho y que los ancianos del lugar, viejos campesinos, recordaban de otra
manera, pero que bueno, mejor si se cambiaba la historia, mejor si los malos
recuerdos de reyes, eran cosas del pasado, y ahora eran buenos mirado a la
distancia, mucho tiempo después, y por efectos de las palabras.
Esos mismos historiadores cuentan del Rey Monk,
un gurú, conocido como el bien amado. Monk era un rey afable, dicharachero,
elegante y muy culto que había aprendido el arte de mentir, con tal
capitutencia, que era capaz de mentir diez veces en una misma oratoria sobre el
mismo tema y ser alabado por los cortesanos, y los vasallos todos.
Dicen que había, por esos tiempos, un paje muy
humilde, un sembrador como pocos de falsedades, que hizo del arte de mentir un
verdadero culto. También fue muy
alabado, reconocido por toda la corte, los citadinos y los campesinos de todo
el valle. La fama del paje llegaron a oídos del rey Monk, que lo convocó de
inmediato a su palacio, lo desafió a mentir, y aquella noche los mitómanos
fueron muy felices porque se mintieron de lo lindo. esgrimieron cualidades
nunca vista, ocurrencias jamás pensadas, y en el altar de la mentira, se
encendió una llama inextinguible.
Una extraña enfermedad que a veces algunos
mentirosos suelen sufrir, afectó al rey, que una noche para que nadie la viera,
abdicó por carta y abandonó el reino para siempre, aunque todo siempre se
termina, y Monk volvió muchísimos años
después, cuando supo que había muerto Ark, el padre de Kurk.
Kurk, pese a su juventud era un digno mitómano,
que nunca siguió los consejos de su padre, que dicho sea de paso, no era muy
bien visto en el reino porque no sabía mentir, no quería mentir, y detestaba la
mentira. Por eso, cuando falleció hubo fiesta en el reino con la bandera a asta
y media, de tanta alegría.
Kurk opacó a Monk, siguiendo las enseñanzas de
su antiguo rival, aquel paje que era un dechado de virtudes.
Kurk reinaba en el valle de los mitómanos y era
venerado por sus vasallos, que veían en él al rey más mentiroso que tuvo el
reino en su historia, jamás.
Los elementos modernos de comunicación que se
fueron incorporando al reino en tiempos del joven rey, le daban mayor fama y
grandeza. Kurk amaba las entrevistas y en ellas se explayaba a sus anchas.
Todos adoraban que dijera y se desdijera a cada rato, por todos los medios, el
archivo de sus incongruencias era valiosisimo y nunca nadie llegaría a
igualarlo, de eso daban fe sus allegados más íntimos.
A todos
lados lo acompañaba el gigante FraK, que no hablaba, pero que era un enamorado
de las cámaras. Frak, sólo reía, gesticulaba, acompañaba el flash de las
cámaras fotográficas y se mostraba risueño, con cara de circunstancias muchas
veces, esa eran sus poses mejores.
La única vez que Frak habló fue cuando tras una
cata de vino y luego de catar tres veces cada sabor de la bodega, dijo que
había jugado un par de años en la NBA antes de llegar al reino. Como nadie
sabía qué era eso, lo adoraron, por haber dicho algo a tono con el monarca, su
señor.
Finalmente podemos decir que al valle de los
mitómanos llegan a diario cientos de peregrinos, atraídos por la fama del lugar
y porque quieren implantar felicidad en otros lugares. Todos absorben lo mejor
de los mitómanos, se llevan los mejores recuerdos y enseñanzas para sembrar por
el mundo.
Kurk es feliz por los ingresos que dejan tantos
visitantes y por enseñar a querer la mitomania, fortalecerla y acrecentarla,
por eso nadie duda que son felices en el reino y que comen perdices, lo que no
se sabe si alcanzarán para todos.
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