Teo Kokopaulos era un oriental de origen griego. Fina
estampa de un criollo de ley, bien plantao, hombre de vergüenza, trabajador,
monteador, y muy cuentero, gracias a Dios. De sus antepasados heredó la
narración oral de historias fabulosas que lo tuvieron de protagonistas.
Historias de aparecidos, lobisones, y luces malas, eran cosas de todos los días.
Y allá nos sentábamos a escucharlo. Muchos decían que cambiaba de escenario a
las historias que le habían contado sus abuelos, pero, andá a saber que le
contaron los Zipolistakis de aquellos años, los Theodorakis, los Onassis, los
Papadopoulos, Zorba, en fin. Lo cierto es que nos contó la historia del cabeza
de toro que tanto hablaron en Puntas del Sauce Verde, que aparecía en la costa
y se devoraba a las ninfas en bikini, otros dicen que precisamente no las
devoraba, sino que era algo metafórico, muy metafórico, pero no por eso, menos
excitante, para ellas. Lo que sé, que nos contó, es que el bicho tenía bruta
fama, que tenía cuerpo de hombre y cabeza de toro y no perdonaba ni a las
perdices.
- Tengo
sabido don Teo que hay lobisones u hombres lobos por ser séptimo hijo varón,
como el Nazareno Cruz, machos cabrios también, pero, ¿ hombres toros…?
- Los
hay, los hay..
- Hombres
con cornamentas si, pero eso tiene más que ver con la mujer que está a su lado
que…
- Nadie
muere mocho, dijo la correntina…
- Lo
entiendo, pero eso del cabeza de toro me intriga…
- Y yo
que sé, no me quiero apartar del libreto, pero, todo empezó con una mujer
joven, en el medio del campo, casada con un veterano que pensaba más en
cuarteles de inviernos que en batallas entre sábanas, ¿me entiende?. Parece que
la doña, un día, necesitada como estaba, toreó, en el buen sentido de la
palabra al shorton del viejo y andá a saber, algo pasó, porque la doña
enseguida crió panza y se vio que era grande la cosa. La gente dijo que el
padre era el peón, un toro de enorme, otros, el tropero, grandote también, y
otros dijeron que en la última esquila la doña se puso ayudar arreglar las
camas en los galpones y que ninguno se fue de la zafra sin probar un bocado. La
doña nunca negó nada, pero lo cierto es que nació la criatura y el veterinario
le dijo, “es flor de toro don Lindoro”.
- -
Fuerte mi cachorro, doctor, cuna tan grande no compré…
- Póngalo
en el establo don Lindoro, es más de ahí…
Y así fue que creció el
cabeza de toro. La madre y el padre lo ocultaban, le llevaban la alfalfa, el
maíz pisado, y de tanto en tanto, un asado, al galpón. No se acercaba nadie, la
peonada tenía prohibido ir, y menos, hablar del tema.
Cuando se crió, y se puso medio sátiro con todas las del
pago, el padre le dijo al Dédalo Petronius, mirá, atalonámelos entre los sangradores,
el pedregal y el monte más tupido, a ver si se calma este bicho, porque donde
tenga que reconocer herencias no me queda ni el loro en el rancho para pagar la
hazañas de este animal. La verdad que el Dédalo cumplió al pie de la letra, le
hizo un laberinto que ni un arquitecto, ni un ingeniero, ni el más despierto
del google…
Pero ustedes saben, con el instinto animal no se puede,
el loco viejo se escapaba de vez en cuando y dejaba el tendal.
Claro que la naturaleza tiene sus cosas, y dicen que vino
una sequía grande, pero grande, grande, tanto que unos árabes acostumbrados al
desierto y a los calores, tuvieron que comprar aire acondicionado y comprarse
bolsas de tierra con abono en los viveros para poder sobrevivir, hasta un
tajamar se hicieron, que se evaporó como quincena de albañil…
Los estancieros, los chacreros y los tamberos hablaron
con un gurú y éste les dijo que tenían que hacerle una ofrenda cada tanto al
cabeza de toro y se terminaba la sequía. Parece que dentro de las doncellas
había una que no lo era, era más bien un doncello, y yo no sé lo que pasó, lo
cierto es que la sequía se terminó, todo fue prosperidad y el cabeza de toro
fue protagonista del primer matrimonio igualitario que se conoció en el pago….
-
CAMACA -
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