martes, 11 de septiembre de 2012

A C C I D E N T E D E A V I A C I O N 1 9 6 0 (Frioni)


No sé si es exactamente el día, pero es recopilar algún dato del 60 y lo tendré. Esa mañana del 7 de Setiembre de 1960, se presentó lluviosa y oscura, ya cercano a la primavera, pero invierno al fin.

Para ese año, me presenté a cursar dos materias no salvadas en 1959, concurriendo a clases, para poder dar exámenes con escolaridad, y mayor plazo para salvarlos.

Para las 9 de la mañana, ya había cursado la 1er. materia, y debí esperar hasta las 10 para la segunda. Para matar el tiempo, me quedé esperando en la entrada del Liceo, cuando apareció Quequin Azambuja.
TN00686_Me informó del accidente de un avión de Aerolíneas Argentinas en la colonia Garibaldi, y como consiguió conducción, me invitó para ver las consecuencias del mismo. Dudé un minuto, pues desaparecer quien sabe por cuánto tiempo, preocuparía a mi madre, pero la curiosidad pudo más y acepté.
En la caja de una Chevrolet 51 cubierta con una lona, yo viajé desde el centro al campo de la viuda de Leguízamo, lugar donde cayeron los restos del avión siniestrado. El conductor entró por caminos vecinales y llegó hasta donde se lo permitió la huella, muy cerca del campo, al cual, rebasando la guardia policial, que no pudo contener la multitud, y llegó en menos de 2 horas.
Los pormenores del accidente me los enteré en la prensa del día siguiente, noticia de primera plana en diarios capitalinos y locales, con los informes a saber: avión de aerolíneas Argentinas, procedente de Asunción del Paraguay, destino, Buenos Aires. Llevó ese avión una cuarentena de pasajeros y varios tripulantes, todos fallecidos.
El avión salió de su ruta habitual e intentó rodear una tormenta. Producto de un rayo que atacó al avión a 4.000 mts. de altura, provocó una explosión, cayendo en un amplio radio al campo antes anotado.
Cuando llegué, pensando en lo que podía ver, me asustó, y arengado por Quequín, también asustado, hice tripas corazón y lo seguí cruzando el alambrado.
Caminamos unos 100 a 200 metros, entramos en el espectáculo más dantesco que recuerdo en vivo y en directo. Los restos del avión y humanos esparcidos en amplio radio, en todas las direcciones. Muchas de las partes del avión humeando, a pesar de la lluvia, y cada tanto los restos humanos de quienes fueron sus tripulantes y pasajeros.
El primer lugar que “vichamos” fue donde cayó la cabina del avión, con mucho resto de humo. Recuerdo que alguien aseguró que estaban los 2 pilotos carbonizados, yo observé todo tan quemado y negro que no pude verlos.
De allí en adelante caminamos cientos de metros observando restos de avión y restos humanos. La verdad que aún no me explico cómo pude hacerlo, como mi curiosidad pudo más que esa sensación espantosa que se siente ante la muerte, y la muerte tan espantosa sufrida por esos pobres infelices. Esto que te cuento no es de sádico ni nada por el estilo, sino lo más simple que mis ojos captaron.
Un cuerpo destrozado por el golpe de 4.000 mts., abierto al medio como con un corte de hacha y como con estacas, otro con brazos y piernas destrozados hundidos con su tórax, cráneos deshechos sin masa encefálica, como limpios a cuchillos. El más entero, perdió la parte superior de los huesos del cráneo, boca abajo, y un detalle, la marca del reloj que no apareció. Te aseguro que mucho más pude ver esa mañana, pero en respeto creo que con lo contado alcanza.
A esa altura me perdí de Quequín y pensé en la posibilidad de no encontrar el vehículo para la vuelta, pero como a la hora, lo vimos a la distancia y al apuro del conductor, nos retiramos cuando como marea, trajo el mayor caudal de curiosos.
Cuando volvimos lo hicimos en silencio, Quequín preocupado, pues siendo las 3 de la tarde, faltó al trabajo en Banco Rural sin aviso, y menudo lío tuvo. Yo, arrepentido de haber ido, pero la experiencia de ese tipo te muestra lo frágil que es la vida, lo único si puede llamarse así, positivo de ese día.
Llegué a mi casa como a las 4 de la tarde, y me tuve que aguantar el reto de la vieja, que sin saber donde estaba y por la hora, pensó como siempre en algo malo. Demás está decirte que no pude comer, y la comida de ese almuerzo fue guiso de arroz, que no probé en adelante por la asociación de ideas.
Por la noche, luego de recogidos los restos de los fallecidos, fueron colocados en ataúdes. Se habilitó el local de Bomberos, en calle Artigas frente a la plaza, donde la población asistió, más curiosa que dolida, antes de repatriar los cuerpos. Luego pasaron a un velatorio oficial en el patio de la Intendencia Municipal, y al día siguiente los retiraron vía Buenos Aires.
Septiembre de 1960, uno de los meses luctuosos en tierras de Salto. Ojalá que haya paz en las tumbas de los infortunados, que fueron pasto de curiosos como yo sin merecerlo.
Una última reflexión, aparte del recogimiento que produce un hecho de tal magnitud, lamentablemente, se debe resaltar la miseria humana de aquellos, que como buitres se largaron al lugar, para obtener bajo rapiña, dinero, joyas y otros valores que seguro le sirvieron de vela para el entierro

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ustedes se la pasan haciendo piquitos

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