viernes, 27 de enero de 2012

Un viejo lobo de bar




Un viejo lobo de bar
El Kato era un viejo lobo de bar. Naufrago de cien tormentas de mares de distintas graduaciones alcohólicas, de tragos largos e historias cortas, de olas inmensas de penas y diluvios de carcajadas, de reflexiones tormentosas y de navegar a mar abierto en recuerdos de juventudes, de amores, de otros puertos de ternuras.
Acodado a la barra era como acodarse al timón y escuchar esos vientos monzónicos de confesiones de desencuentros de amores, de fracasos laborales, de rencillas domesticas, de filósofos de botellas, de opiniones deportivas, de soluciones políticas y menos, cada vez menos, de lectores de libros, de comentarios de cine, de galanes ganadores…
El Kato, un viejo lobo de bar, se sentaba, a veces en una de aquellas históricas sillas, con las manos sobre la mesa haciendo girar el vaso como al descuido, y observando, siempre observando. Leía los gestos, los labios, los ojos y ese teatro de cuatro pata, de piso de mantel, donde los actores se miraban frente a frente le permitía comprender tantas historias cotidianas.
“El bar estaba allí, ostentando sus años guardando entre botellas palabras de filósofos del fútbol, de la política, de la vida, del arte. Valió la pena tomarse una entre tanta sabiduría silenciosa”. Dijo el Kato hace muchísimos años, cuando conoció el bar, y desde entonces no faltó nunca, apenas se hacia la noche recalaba por allí pidiendo el copetín que apetecía ese día.
Una noche, que jamás olvidará, se conmovió con el llanto del gordo Abelardo. Estaba sentado con su primo Renato, una mesa más allá de la suya, y como el gordo hablaba fuerte, no hacia falta ni leer los labios, ni los gestos, ni las señas, bastaba con escuchar, y lo que escuchó lo llevó a solidarizarse con el Gordo Abelardo.
Había un nombre de mujer, siempre en estas historias los hay, y Abelardo hablaba de ella con devoción, con pasión y con una ternura que parecía destellos de soles de su ojos y aves sonoras de su voz. Confesó que cuando la conoció ella venía de otras historias, historias con testimonios vivos, cinco hijos hablaban de lo que le producía el amor a ella, cada vez. Abelardo habló de su dinero y que una vez dejó todo, fue al principio de la relación, y anduvo viviendo en asentamientos. Y cuando nadie lo creía volvió a su mundo social, a la empresa y a revivir el amor y los perdones.
Renato, el primo, escuchaba en silencio, pero a veces también se emocionaba y le preguntaba con interés cada cosa, daba en el clavo, rasguñaba heridas. Abelardo era un potro desbocado y contaba. En la ausencia, como siempre sucede, cuando hay una mujer bella, y sola o con signos de soledad, aparecieron los hombres queriendo conquistar el volcánico corazón de aquella mujer de fuego. Para Abelardo hubo uno que llegó más lejos, y lo peor del caso se trataba de uno de los mejores amigos, casi un hermano. Desde esa parte en adelante y en olas agitadas del cuarto whisky doble, Abelardo lloraba, hablaba, lloraba y parecía que su corazón se desgarraba. Pasaron dos whiskys más, y ver llorar a ese hombre realmente conmovía. Para colmo, Renato, su primo, hombre sensible, también lloraba. Ni el cocinero más torpe pelando un cajón de cebollas lloraría tanto, en tan poco tiempo, como aquel dúo. El Kato, sacó un pañuelo y un par de servilleta de papel, tomo su copa y fue a sentarse junto a los dos llorones.
Se presentó, les dijo que era conmovedor ver llorar a dos hombres así, por una mujer. Que el amor, a veces, produce dolores, pero que, como en el fútbol, siempre da revancha.
- Siento mucho que le pase esto. Las penas de amores son duras, lastiman, pero el tiempo lo cura todo, ¿hace mucho que sufre por esa mujer?
- ¿Qué mujer?
- De su mujer, de la que estaba hablando….
- No, yo le estaba contando a mi primo los capítulos finales de “Cuna de gato” la novelas que daban hasta la semana pasada en Canal 12 de Montevideo….

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ustedes se la pasan haciendo piquitos

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