martes, 14 de septiembre de 2010

Bienaventurados los atletas pues de ellos serán las obras que nunca construiremos

La actividad deportiva en Puntas del Sauce Verde era intensa y variada durante el año.. Pero claro, la infraestructura no era la adecuada para que los deportistas pudieran desarrollar su máximo potencial.
Por muchos años no hubo respuestas a los reclamos de las fuerzas vivas. Píndaro Teclas, el conocido periodista deportivo del lugar, no cesaba de enviar notas a los distintos medios de prensa de la capital del país, escribir duras editoriales en su gacetilla y propalar con voz firme en la AM terruñera un fuerte cuestionamiento a las autoridades departamentales y nacionales, por su endemico olvido al deporte.
Clamaba porque se le diera al deporte del solar el lugar que se había ganado a pulmón, y que de una vez por todas se comenzaran con las obras proyectadas ya en el tiempo del viejo Batlle o en los años subsiguientes, como por ejemplo el estadio “Campeones Mundiales del 30”. Se había colocado la piedra fundamental, y ahora, con el paso de los años, era una cosa musgosa y sin sentido, que generaciones de puntasauceños nunca supieron que significaba aquella piedra de basalto con cemento. Una piedra quebrada, además, y para colmo, perdida entre los matorrales.
El Gimnasio de baloncesto “Olímpicos de Melbourne”, tuvo un destino parecido, agravado por el hecho que a la piedra fundamental, un vecino la necesitó para el cimiento de una pieza nueva que hizo y se la llevó.
El Velódromo, bien gracias. Las carreras de pistas se hacían en un circuito trazado con tramas donadas por los estancieros de la zona y revestidas con bolsas de plastilleras y nylon, gentileza de los horticultores.
Los espectadores se agolpaban en la cumbre del cerro, y los jueces y cronometristas se ubicaban en las ramas de los altos árboles para no perderse detalles y determinar con precisión a los ganadores.
Los boxeadores combatían en un corral en desuso a falta de cuadrilatero y con cinco pares de medias gruesas a modo de guantes.
La campana no era otra cosa que una palangana cedida por doña Berta, en cada velada, habiéndose usado en una oportunidad – según recuerdan los memoriosos – una bacinilla, de la misma dama en cuestión.
Mal que les pese, con todo este increíble panorama, seguían surgiendo deportistas de gran entereza, capacidad y jerarquía, que llevaban a lo más alto el nombre de Puntas del Sauce Verde.
Hete aquí que un día, de tanto insistirse y reclamarse, comenzaron a llegar representantes del órgano regente del deporte nacional. Una santa comitiva, impecablemente vestidos, trajes importados, perfumes caros y sonrisas amplias. No faltaron algunos senadores y diputados, en fin, como dijera un vecino, “una pléyade de ilustres inservibles (sin querer ofender a los inservibles, claro)”. Los visitantes en los actos oficiales se sucedían en encendidas oratorias.
Nunca los pobladores escucharon tantas promesas juntas. Y palabras como… “es ya inminente la construcción”, “esperamos que entre con el próximo Presupuesto”, “estamos en la tarea de evaluar”, “seremos apoyo logístico”, “dentro de nuestras posibilidades, colaboraremos”.
Todo ese fraserío hueco lo anotó Píndaro Teclas en su libreta. Y una tarde filosofando tristemente manifestó “Bendito el día en que resolvimos que la Santa Paciencia fuera Patrona de nuestra Población, porque sino, tendríamos ahora, que canonizar la hipocresía….”.

flamencos

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ustedes se la pasan haciendo piquitos

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